De ellos es el Reino de los Cielos

domingo, 7 de febrero de 2010 · 01:00
El que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. (Marcos 10:15)   A través de los siglos, la Iglesia católica ha recurrido a la emasculación para rectificar, ante los ojos atónitos de Cristo, la naturaleza misma de su grey. Castraduras físicas y psicológicas interminables son aducidas a un cometido noble y purificador que deriva de códigos divinos impermeables a la duda. ¿Acaso la mujer no es una criatura abyecta que vive diseminando su estela demoniaca? ¿No son los niños producto de un abominable pecado que difícilmente encuentra absolución? ¿Debe tolerarse que un individuo refute el orden de lo creado al sentir atracción por otro de su mismo género? ¿No sería nuestra existencia un anunciado infierno sin las amorosas mediaciones de los ministros de la Iglesia? Justo es darles una ovación por sus preocupaciones… Aplaudamos devotamente la ocurrencia de San Pablo de sugerir que la mujer calle en la Iglesia.1 ¿Cómo podría objetarse la sugerencia de un santo si siempre se ha sabido que las voces femeninas trastornan a débiles y bienintencionados? Con delicada obediencia, la maquinaria eclesiástica ha de proceder para excluirlas de sus ritos pues, por mandato supremo, los criterios polifónicos se establecen desde la sede del cristianismo, aunque ésta se halle lejos de Tierra Santa. Es así que la música que imita la armonía del cosmos prosigue sustituyendo las voces de soprano y contralto por niños y falsetistas, es decir, por hombres que canten en una tesitura falsa.2 ¿No dieron la pauta los judíos al segregar a sus mujeres dentro de las sinagogas? Instaurada una sana distribución vocal, surge un inconveniente: para los doctos oídos de Clemente VIII las voces atipladas de los hombres junto a la insipidez canora de los párvulos demerita el fin sacro de la música. Ésta debe resonar en las bóvedas de las capillas pontificias con la magnificencia que su arquitectura demanda. El coro de la Capilla Sixtina debe elevar voces imponentes hacia los frescos que la recubren. ¿No aparece en ellos Moisés amedrentado por un ángel al evadir la circuncisión de sus hijos? La alegoría es muy afortunada. ¿Por qué no incluir castrados para reparar la omisión del profeta? ¿No son poseedores de un candor pueril que aúna la potencia sonora del adulto? Los pequeños sacrificios implícitos en la decisión papal son nimios respecto al resultado y, de cualquier manera, se estipulan severas penalidades para los malnacidos que ejecuten las mutilaciones. ¿Podía imaginar la congregación que sus himnos de encubierto proselitismo serían entonados por ángeles prefabricados? Queda pendiente que rindamos tributo a Paulo IV por su propuesta de impedir la contratación de músicos casados para ocupar los maestrazgos de capilla; sin embargo, la eminencia del asalariado Pier Luigi da Palestrina (1525-1594) subyuga las intenciones del pontífice, permaneciendo en su puesto sin renunciar a la vida marital. Celebremos con fervor la empresa de manufactura y exportación que organizan los prelados en pío contubernio con los titulares de los nacientes conservatorios napolitanos.3 Entre ambos van a reclutar alumnos para ocupar las aulas, después los coros y, si no hay más remedio, los teatros. En este punto es menester que festejemos el oportuno edicto de Clemente IX que reza: Ninguna mujer, so pena gravísima, podrá estudiar música con la intención de ser utilizada como cantante, amén de su brillante iniciativa de construir en 1668 el primer teatro de ópera de la Ciudad Eterna, para el que escribe los libretos que ahí han de interpretarse. Con estas providencias se cierra el cerco que garantiza la excelsitud musical en todos los ámbitos y, ¿por qué ocultarlo?, se abre una discreta fuente de ingresos para las arcas vaticanas. Falta nada más cerciorarse de que la miseria imperante en Nápoles sea lo suficientemente aguda para que las familias regalen, o vendan a un precio razonable, a sus hijos. En tiempo récord la popularidad de los castrados desmiente previsiones. Los conservatorios se dan el lujo de seleccionar talentos, ya que la materia prima se reproduce casi por milagro. Se dispone de látigos para los educandos y se impone un ritmo de estudio que sólo implementa un par de horas de pausa a lo largo de la jornada. Para los alumnos con futuro se reservan habitaciones con temperatura idónea para su voz. ¿No es una forma piadosa de resarcir las burlas sobre su condición de impedidos? Barberías en clandestinidad estratégica publicitan sus técnicas quirúrgicas. Hay barberos que recomiendan la pulverización de los testículos mediante la fuerza del pulgar. Otros más apegados a la tradición sumergen en leche caliente al crío mientras lo atontan con vino y le presionan las carótidas. La ablación aviene merced a un tijeretazo y el sufrimiento es mínimo. Naturalmente, el costo del servicio incluye un óbolo que llega hasta la curia y, en el caso reiterado de muerte, hay ganancias extras. Desparramada la noticia del éxito comercial hasta rincones remotos del orbe, Roma dispone que todo ciudadano que tenga más de cuatro hijos entregue uno para ser capado en aras de servir a la santa Iglesia. Con un estimado de 4 mil castraciones anuales a inicios del siglo XVIII, la mercancía abarrota teatros y desborda capillas. Francia se mantiene al margen, pero sajones e ingleses importan la moda y los modos; inclusive, allende la mar océano, los arzobispos de la Nueva España solicitan la consignación de castrati de color para presumirlos por su rareza. Es fértil el campo de experimentación para los compositores, pues estas criaturas realizan prodigios que provocan lagrimeo aun en públicos reacios. En cartelones publicitarios se leen, entre otros muchos, los nombres de Monteverdi, Vivaldi, Händel, Mozart y Rossini, en cuyas óperas desfilan castrados inigualables, como Farinelli, Senesino, Cafarelli, Carestini y Tenducci. No es aleatoria la asignación de los papeles: el héroe victorioso es aquel que emite la nota más aguda.4 No escatimemos un último reconocimiento para León XIII, quien abolió en pleno siglo XX la presencia de evirados en el Vaticano. Con él se detuvo la emasculación física de inocentes; empero, podemos preguntarnos si la castración psicológica vigente no impide que nuestros niños alcancen esa madurez humana que habría de garantizarles una vida terrenal tan benévola como la que los aguarda en el cielo…  l   1 Primera epístola a los corintios, 14:34. 2 El falsete se produce cuando la voz se dirige a los resonadores de la cabeza. 3 Se recomienda escuchar a Alessandro Moreschi (1858-1922), mejor conocido como Ángel de Roma, último castrado del coro de la Capilla Sixtina. Su voz fue grabada en 1902 en este Domine Salvum Fac de Giovanni Aldega. Para oírlo por la red acceda a www.proceso.com.mx y pulse la liga correspondiente. 4 Se sugiere la audición del aria Scherza infida, de la ópera Ariodante, de G. F. Hándel, así como del aria Sei troppo, troppo facile que Vivaldi le asigna a Cortés en su ópera Motezuma. Ambas disponibles en la versión electrónica de este semanario.

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