"Gasolina"
MÉXICO, D.F., 29 de julio (Proceso).- Película de un país que no tiene ley de cine ni instituto de cine, declara el director guatemalteco Julio Hernández Cordón a propósito del premio que obtuvo su cinta Gasolina (Guatemala, 2007) en el Festival de San Sebastián.
En menos de tres años la situación ha cambiado, una nueva ley de cine comienza a aplicarse en esta nación centroamericana, donde cruentas dictaduras militares, guerrilla y represión impidieron la expresión artística durante décadas; el éxito de Gasolina seguramente prendió la mecha del arsenal del talento sofocado. Treinta artistas plásticos donaron obra para financiar la producción. Habrá mucho que ver a partir de este arranque.
La sinceridad con la que expone el fastidio y la apatía de tres jóvenes, botón de muestra de un estado de cosas entre la juventud de clase media guatemalteca, sería el primer punto a favor del director. Ni complacencia ni regodeo en las heridas, y cero folclore, excepto por un relámpago trágico de color, en uno de los países más coloridos de Latinoamérica.
Tres adolescentes ociosos, Gerardo, Nando y Raymundo (interpretados por actores no profesionales), se dedican a robar gasolina y a dar vueltas en automóvil por el desolado suburbio que habitan. Erráticos, ofuscados, imprudentes pero siempre temerosos, la amistad y la complicidad funcionan a pesar de las bromas pesadas, golpes e insultos; esta noche es especial, se han propuesto viajar hasta una playa cercana, se necesita más gasolina y quetzales; el ingenio adormecido de estos chavos no da para mucho.
Durante el rodaje se desechó el guión, había que entonarse con el ritmo de esta juventud descorazonada, hasta captar la danza completa; el instinto, la implicación en el retrato de situaciones que el director vivió en su adolescencia y el problema de autoridad, sobre todo, orquestan la pieza con muy buen pulso.
A pesar de la improvisación, Gasolina no es propiamente una película experimental, un rigor lógico organiza el relato; la rebeldía responde a la inconsistencia de los adultos; la tía de uno de ellos pretende enseñarlo a pelear con clases de defensa personal en un par de horas, la madre de otro lo trata como niño; otro padre, más infantil que todos, sólo conoce el lenguaje de la violencia para ajustar cuentas.
Debido a esto, cualquier impulso, cualquier acción, tiene en la mira la trasgresión; robar gasolina, sacar el coche a escondidas, romper el candado a patadas, golpear al policía adormecido, vender basura; la imaginación se alimenta de desperdicio, como la capa azul de luchador, el bricolaje es el material de juego. El minimalismo de la fotografía contrasta con la confusión mental y desorganización emocional de estos adolescentes, que entre más delictivos se muestran más vulnerables son.
Gasolina se exhibe en la Cineteca y en alguna sala de Cinépolis.