Maridajes arbóreos

sábado, 28 de agosto de 2010 · 01:00
8acf4804.mp3 f7a88009.mp3 La casa Bein & Fushi de Chicago ha puesto en venta el violín más caro de la historia cuyo precio se estipula en 18 millones de dólares. Se trata de un instrumento construido por Giuseppe Guarneri (1688-1744) de Cremona, también conocido como Guarnerius del Gesú, por la impresión que hizo del monograma IHS (Iesus, Homini Salvator) en las etiquetas que guardan al interior sus instrumentos. De su autoría existen sólo 146 ejemplares. A este violín de 1741 se le denomina ex Vieuxtemps. (1) Ante el desconcierto de la noticia, conviene aclarar que al instrumento en cuestión se le ha considerado desde mediados del siglo XIX como el violín con las propiedades acústicas más notables jamás obtenidas, es decir, logra conjuntar una paleta tonal de inusitada amplitud con una proyección sonora que amalgama potencia y sutileza en grado sumo, sin embargo, existen otros instrumentos a los que ni siquiera puede asignárseles un valor comercial; cualquier cifra sería aproximativa. Dos de ellos, por ejemplo, son el Guarnerius del Gesú de 1742 apodado Il Cannone (El cañón) que Niccoló Paganini (1782-1840) dejó en heredad al Ayuntamiento de Genova y el Stradivarius The Messiah que reposa en el Museo Ashmolean de Oxford, que está intacto, en otras palabras, se exhibe tal como salió de las manos de Antonio Stradivari (1644-1737) en 1716 y que no ha sido tocado nunca. Con respecto a la valía y unicidad de estos instrumentos, viene a cuento la hipotética encrucijada que se presenta cuando en un incendio hubiera de dilucidarse qué se rescata primero, si a la obra de arte o al niño, y que el celebrado Yehudi Menuhin (1916-1999) parafraseó declarando que él no habría dudado en salvar primero a su Guarnerius de las llamas, después a sus Stradivarius y, al final, lo que quedara vivo. (Hijos y Stradivarius tuvo varios pero Guarnerius uno solo.) Es de anotar que aquello que pasa inadvertido, asimismo, de importancia capital en la resultante sonora, es la baqueta que pone en vibración a los violines, o a los instrumentos de cuerda en general. Su intervención va más allá de friccionar las cuerdas, con ella el músico activa su hemisferio masculino (No en balde se usa como falo estilizado) para interactuar con su lado femenino (Expresado a través de la mano izquierda que acaricia y manipula un objeto de formas mujeriles.) En una analogía extrema, podemos decir que el gran instrumentista es aquel que logra que su arco posea y penetre las cuerdas haciendo que el instrumento gima y cante de éxtasis. Podrá resultar inverosímil, pero el valor comercial de estos trozos de madera es también estratosférico. Digamos, para entrar en materia, que un arco de autor famoso como podría ser uno de François Tourte (1747-1835) se cotiza por encima de los 200 mil dólares. Soslayemos el comentario obligado acerca de la insania que implica esa desmedida valoración para hablar de su génesis. Es una historia digna de contarse. Se esculpió el abedul y se escarbó el cedro, se lijó la haya y se barnizó el roble, sin embargo, el sonido perfecto que imitara a la voz humana no se conseguía. Muchas tentativas se unieron en cuanto a medidas y proporciones pero tampoco brotaban las sonoridades que le dieran azogue a las almas y retozo a los cuerpos. Declinó el medioevo para que el hombre pusiera la mirada en sí mismo y ahí, casi por azar, apareció la forma. Enamorados de la perfección de su especie, los adeptos a la selección de maderas cayeron en la cuenta que debían encontrar alguna que reaccionara como ellos a los elementos. La experimentación concluyó cuando los lauderos (2) se extasiaron con la pasiva resistencia del abeto y la recia docilidad del arce. Ya para entonces habían agotado las variedades arbóreas existentes en Europa y Medio Oriente. El pino abeto soportaba presión sin sufrir rajaduras, por ende, era apto para las tapas armónicas. El arce se reveló ideal para los costados, el fondo y el mango. No faltó la búsqueda entre resinas y aceites para producir un barniz que resguardara de inclemencias y magnificara la emisión. Incluso Sangre de Dragón trájose de China para elaborar el barniz que convirtiera en joya las pulidas superficies. Se multiplicaron faenas para localizar aquella madera más pesada que el agua que fuera capaz de soportar la deformación ejercida por dedos ágiles. Todas resentían la usura, hasta que se pensó en el continente negro. En las costas de Gabón se halló el ansiado milagro vegetal. Con el ébano se tallaron diapasones y cordales. Para los paladines cremoneses, el objeto conseguido era insuperable y dieron por bueno su trabajo. No tenían mayores pretensiones para los arcos; les bastaba una simple vara provista con algún tipo de cerda que jalara las cuerdas. Algún insatisfecho esgrimió dudas sugiriendo ulteriores experimentaciones. Los violines tenían que acoplarse con una pareja que supiera hurgar en sus profundidades para emitir su verdadera voz. Crines de yegua se desecharon por las insinuaciones de un viajero que trajo consigo la crinera blanca de un caballo de Mongolia. No hubo dudas sobre el hallazgo; el sonido se redondeaba y adquiría mayor robustez, no obstante, las baquetas eran aún muy rudimentarias para alcanzar los matices y la veloz articulación que la nueva música estaba pidiendo a gritos. (3) En la punta se malograba el tono y la polifonía se antojaba imposible. La curvatura original de los arcos de caza tenía que evolucionar hacía una impensable forma cóncava que facilitaría el manejo. Agotada la inventiva de los italianos, hizo su ingreso el refinamiento auditivo de los maestros archetieres franceses para adjudicarse la invención definitiva del arco moderno. Llegaban a Paris grandes cantidades de una madera rojiza de procedencia ultra oceánica con la que se obtenían tintes para telas. Una tromba intuitiva obligo al Mtro. Tourte a pedir una muestra de ese leño extraño para analizar su comportamiento. La madera sobrepasó sus expectativas. Aguantaba el fuego para plegarse y respondía a los impulsos del brazo humano como una prolongación divina. “Eureka” se dijo el archetier sin darle mayor crédito a la procedencia del maderamen. Una vez más, el Nuevo Mundo entraba al concierto universal de la música sin que le fuera plenamente reconocido. La madera rojiza nace en la región de Pernambuco en Brasil y actualmente está en riesgo de extinción. Sin ella, los esponsales perfectos entre los violines y sus insustituibles consortes serían amasiatos  que se difuminan en sonidos mediocres.   p.s. Dado el valor del Guarnerius puesto en venta en Chicago podemos sugerir que el Grupo Carso que comanda el señor Carlos Slim lo adquiera para poderle pintar violines al pueblo mexicano con conocimiento de causa…   Comentarios al autor del texto: samaych@hotmail.com   1 Su primer poseedor de renombre fue el violinista y compositor belga Henri Vieuxtemps (1820-1881)   2 Traducción  del  francés Luthier o del italiano Liutaio.   3 Se recomienda la audición del Agitato assai del concierto ? 22 en la menor de Giovanni Battista Viotti  (1753-1824) Pulse la ventana de audio correspondiente. (Peter Rybar tocando en un Stradivari de 1725 WESTMINTER HI FI (1959) Se sugiere también la escucha del Scherzo del IV concierto para violín en re menor op. 31 de Henri Vieuxtemps ejecutado en un Guarneius de Gesú y con un arco Tourte. (Arthur Grumiaux, Orchestre des Concerts Lamoureux. M . Rosenthal PHILIPS, 1966)  

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