La vida inconclusa de John Lennon

domingo, 2 de enero de 2011 · 01:00

Robert Rosen (Brooklyn, 1952) es un periodista independiente que vive en la ciudad de Nueva York y publicó en Estados Unidos en el año 2000 el libro que se tradujo en español Nowhere Man: Los últimos días de John Lennon (Grijalbo, 2003), sobre los diarios personales del ex Beatle, que este semanario ofreció en primicia y que el propio autor presentó en 2005. Su libro más reciente, Beaver Street: A History of Modern Pornography, será editado en Inglaterra por Headpress en febrero próximo. Este artículo fue escrito para Proceso en ocasión de los 30 años del asesinato del ex Beatle.

 

NUEVA YORK, 2 de enero (Proceso).- Así que 30 años después nos encontrábamos allí justo al norte de la ciudad de Nueva York, en aquel escenario del Purchase College, presidiendo un panel de expertos rocanroleros y periodistas especializados que habíamos vivido los sucesos de ese añejo día: 8 de diciembre de 1980.

Fuimos invitados para compartir nuestros conocimientos con alumnos de periodismo que estudiaban “El mito contra la realidad de John Lennon”.

Los muchachos estaban llenos de interrogantes. Anhelaban saber sobre el uso de heroína por Lennon, y acerca de sus hijos, Julian y Sean. Pero más que nada querían oír nuestros relatos en torno de lo que hacíamos aquella noche cuando nos enteramos de la noticia del fallecimiento de John Lennon.

Donna Cornachio, profesora del colegio, contó que por entonces estaba de guardia en la redacción de noticias de una estación televisora. Justo antes de las 11 de la noche recibió por la línea de “informes secretos” el telefonema de un hombre que le dijo que alguien había tiroteado al ex Beatle; como siempre le llegaban llamadas de tipos lunáticos, no creyó que fuera verdad hasta que sonaron 10 campanas repiqueteando vía cable con la señal de que había una noticia importante.

Robert Christgau, llamado “el decano de los críticos de rock estadunidenses”, se encargó de redactar su obituario de Lennon la misma noche del crimen, tras enterarse a una hora del suceso por medio de su esposa “deshecha”. Su texto destacaría en la portada de The Village Voice:

“¿Por qué siempre tienen que ser Bobby Kennedy o John Lennon? ¿Por qué no Richard Nixon o Paul McCartney?”

Porque, según explicó Christgau, estos últimos no brindaban las esperanzas, a diferencia de Lennon, y porque, como yo bien podría agregar, en Estados Unidos los orates sin fe asesinan a aquellos locos que ofrecen esperanzas.

30 años después, las palabras de Christgau aún poseen la fuerza para sacudirnos.

Al tiempo que las imágenes del rostro de Lennon corrían proyectándose en la pantalla a mis espaldas, fui relatando mi propia experiencia con la hierba Thai que fumaba Lennon, la misma que le suministraba su asistente personal Fred Seaman, quien en ese entonces era buen amigo mío, y lo que había pasado esa vez cuando sustrajo aquella mota de su jefe para mí.

Yo estaba acostado en cama hasta atrás por haberle entrado a la mejor mariguana que podía comprarse en el mercado, oyendo un especial radiofónico de The Doors (ya que el 8 de diciembre es la fecha del nacimiento de Jim Morrison), y alrededor de las 11:00 horas el programa fue interrumpido por un boletín noticioso: John Lennon había sido baleado.

A los 10 minutos, el DJ (disc jockey) manifestó que lo habían matado, y de inmediato supe que mi vida estaba a punto de cambiar.

Me hallaba a la mitad de este relato y fue entonces que me sentí invadido por un espíritu, era el espíritu que había llegado a identificar como la energía de John Lennon.

Se trataba de la misma energía que sentí 30 años antes, cuando me dediqué a transcribir y a memorizar sus diarios, los diarios de Lennon que Seaman me robó y que debí recrear posteriormente fragmento a fragmento para comenzar a escribir mi libro Nowhere Man: Los últimos días de John Lennon (Grijalbo).

En aquel escenario de 2010, nuevamente sentí como si me hallase canalizando esa energía para entonarme en la frecuencia de Lennon sintonizando la estación de radio que escuchaba la noche en que fue ultimado.

Esa es la magia de Lennon, la magia en la que él y Yoko Ono creían de manera tan profunda. Sin embargo, como yo llegué a comprobar, esa energía (y esa magia) es accesible a cualquier persona. Todo lo que necesitas hacer es, como dice su canción, simplemente: 

Turn off your mind, relax, and float downstream

(apaga tu mente, relájate y flota río abajo).

Y aquella energía fluye gracias a un hambre universal que todo lo sabe acerca de un genio (creativo, profundo e imperfecto, quien ha legado tanto placer a mucha gente) cuya búsqueda en pos de la paz ayudó, de hecho, para poner fin al holocausto de la guerra de Vietnam, y cuyas indagaciones sobre la toma de conciencia, la religión, su estilo de vivir, el ocultismo e incluso la moda, le abrieron la mente a las personas rumbo a realidades insospechadas por ellas, para mantener su grandiosa vigencia hoy como lo hiciera hace 30 años.

 

Sello imborrable de Yoko

 

Por supuesto, otro de los motivos para ello se debe a la persona de Yoko Ono. Durante las últimas tres décadas, ella se ha encargado de alimentar el fogón con esfuerzos implacables para mantener a los medios enfocados en un producto-científicamente-calculado-de-venta-creciente con la imagen Disneyficada de su marido “sacro santo”, siendo una de sus empresas recientes muy buen ejemplo de dichas operaciones sagaces en aumento. 

A diferencia de sus abundantes proyectos previos, como el torpe y desastroso musical montado en Broadway Lennon, las huellas dactilares de Ono casi no se detectan en el filme Mi nombre es John Lennon, la última película autorizada para contrarrestar una larga fila de cintas no-autorizadas de “ficción” en torno de Lennon y Los Beatles. 

Esa lista incluye: Birth Of The Beatles (1979), The Hours And The Times (1991), Backbeat (1994), The Two Of Us (2000), The Killing Of John Lennon (2006), Chapter 27 (2007) y Lennon Naked (2010).

Nowhere Boy (como se llama el filme originalmente en inglés) es estelarizado por Aaron Johnson, quien personifica a Lennon en su época adolescente de Liverpool, cuando Los Beatles eran todavía The Quarrymen, y resulta preciso de principio a fin pues sabemos que la madre de John, Julia (Anne-Marie Duff), morirá y que su fallecimiento marcará de un dolor tan inmenso a Lennon que él ya nunca podrá superarlo totalmente.

No obstante, uno nunca sabe cuándo va a ocurrir aquello, debido a que el director Sam Taylor-Wood desarrolla con habilidad esos personajes verdaderos y elabora una tensión casi insoportable para impulsar el filme.

Tan bien hecha está Mi nombre es John Lennon que uno ni siquiera se da cuenta de que la primera esposa de Lennon, Cynthia, no aparece en la película, y uno ha de tomar con certeza absoluta el comentario en pantalla incluido en los créditos finales: John nunca dejó de llamar por teléfono cada semana a su tía Mimi (brillantemente personificada por Kristen Scott Thomas). 

Las magnas producciones Lennon-Ono pueden trazar su origen desde la luna de miel de ambos (cuando realizaron su protesta Bed-In en 1969). El LP Double Fantasy, último disco que sacó Lennon en vida (y que Ono acaba de volver a editar en una versión mejorada y “al desnudo”), también sería significativo para esta cadena de aventuras al llevarlos hacia un nivel novedoso de sofisticación.

Quien haya vivido alrededor de 1980 cuando se publicó el álbum y lo único que podía conocer sobre ese disco era la música grabada que escuchaba (en su mayoría con dulces canciones familiares y de amor a veces amelcochado, registradas por los Lennon para “enviar un mensaje”), bien pudo pensar (y buena parte de la gente así lo hizo) que el álbum contenía dos cortes grandiosos: Watching the Wheels y I’m Losing You (Mirando las ruedas y Te estoy perdiendo).

Pero en general era un disco aburrido.

De cualquier modo, había más cosas de lo que el oído lograba captar, como me di cuenta el sábado 13 de diciembre de 1980, el mismo día que sus fans se congregaron en Central Park para la velación de John Lennon.

Fred Seaman me puso a escuchar la cinta demo de Double Fantasy que Lennon había grabado en Bermudas aquel verano. No me dijo de qué se trataba, simplemente me puso la cinta. Y así fue que oí por primera ocasión la pieza Serve Yourself (Sírvase usted mismo) en todo su esplendor colérico e iracunda rudeza.

Ahí estaba Lennon despotricando por Mahoma, Krishna, Buda y Jesús, al tiempo que le gritaba a su hijo Julian: 

“¡Ustedes, chamacos jodidos, son iguales todos, carajo! ¡Desean tener un pinche automóvil ahora mismo! ¡Es una verdadera fortuna que puedan calzar un par de zapatos...!”.

No conseguía entender por qué Lennon había omitido en el álbum no sólo este arranque de su pensamiento (contrapeso al cálido y afelpado lirismo del verso “Antes de cruzar la calle/ toma mi mano” en Beatiful Boy (Darling Boy), sino que también había excluido su profética rola Borrowed Time (Tiempo prestado).

A la larga, Lennon se daría cuenta de que al dejar fuera aquellos extraordianrios tracks del LP había cometido un error, ya que “quitaba el mensaje”. En sus diarios, Lennon calificó el disco Double Fantasy de mediocre. Sabía que había chafeado; lo sabía pues regresaba de un silencio musical de cinco años y no podía darse el lujo de quitar su mejor material: uno nunca sabe lo que pueda suceder a continuación.

Porque “la vida es lo que ocurre a nuestro alrededor mientras estamos ocupados haciendo otros planes”, como exactamente reza su canción Beautiful Boy.

Claro, él planeaba sacar ambas canciones en su siguiente álbum, Milk & Honey, el cual aparecería póstumamente pero que incluyó una versión inacabada de Borrowed Time.

Inconclusa como su propia vida, la vida que ahora brilla de manera esplendorosa, tal como lo hizo aquel día mágico de 1964 cuando esta juvenil Morsa se acopló con sus tres talentosos colegas; la vida que los periodistas y otros muchos continuarán investigando mientras la música exista. 

(Traducción de Roberto Ponce)

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