¿Qué terreno pisa?
MÉXICO, D.F. (apro).- Estimado lector de la presente: si se siente perdido, desconcertado porque no sabe o no puede ser el dueño de su destino, deje que servidor le diga, por si le sirve de consuelo, que por largo tiempo fui uno de esos tantos millones de seres que andan desorientados en este nuestro mundo globalizado de hoy, por no saber bien a bien el terreno que pisan.
Si no es así, disculpe estas letras y bien puede ahorrarse la pérdida de tiempo en leerlas; pero si se siente solo, fracasado, sin horizonte al que pueda dirigir sus ojos, le diré que tiene suficientes motivos para experimentar tales sentimientos, para sentirse extraviado, sin idea de qué rumbo seguir, a dónde encaminar sus pasos, pues la realidad en que nos ha tocado vivir, la de la globalidad, prohija y extiende las muchedumbres solitarias al fomentar relaciones carentes de afecto, de solidaridad, al estimular el egoísmo con su justificación e incluso reclamo y exigencia de la competencia, la persecución del éxito personal, propagar la cultura del consumismo e imponer la economía de mercado, hechos todos que el no poder satisfacer y las expectativas, las necesidades y deseos de todos, pues es imposible que todos alcancen el éxito, sino tan sólo una minoría, sume a la mayoría en la desorientación, en el desconcierto o bien en la frustración, en la apatía o la resignación, lo que facilita que los que así se sienten se conviertan en seres de mente disteleológica, es decir, en individuos con ausencia de finalidades, en personas propicias para ser manipuladas por poderes interesados en impedirles el libre desarrollo de sus naturalezas.
¿Cuáles pueden ser esos poderes? La pregunta no es ociosa, pues el desconocerlos por ignorancia o por olvido es quedar a su merced.
En primer lugar, como ya lo he señalado, está la globalidad neoliberal en la que nos movemos, la que con su pragmatismo a ultranza y su exigencia y exaltación de la libertad del individuo, ha dado rienda suelta, sin querer queriendo, a la ambición del mismo, que lo aísla al tener en poco o en nada al otro, como no sea para marginarlo, o manipularlo y hasta para aniquilarlo, acciones todas que terminan por enajenar, por causar, como dice Hegel, la pérdida de la libertad originaria, tanto del manipulador como del manipulado.
Imposible negar que el triunfante pragmatismo de la globalidad económica neoliberal ha ido y va relativizando, trivializando, cuando no aniquilando la creencia en el progreso, en la perfectibilidad de la humana criatura la ilusión despertada por las utopías, la fe en la razón, poniendo en duda el papel mismo del Estado en su tarea de aclarar y demostrar que las clases sociales no son necesariamente irreconciliables, de que él, el Estado, puede ser un instrumento capaz de integrarlas, armonizar sus encontrados intereses y servir por igual a todos los ciudadanos a través de la ley.
Así las cosas, bueno es recordar que uno de los más fanáticos partidarios de la mentada globalidad económica neoliberal, de cuyos nombres no quiero acordarme, presidente de los USA, tuvo la peregrina idea de decir que “El Estado no es la solución de los problemas sociales, sino la causa de los mismos”. ¿Qué pensar de un sistema del que sus ideólogos y gerentes tienen tan peregrinas ideas?, porque la realidad, risible de no ser tan dramática, es que la ambición de los partidarios del neoliberalismo económico, azuzada por la idea de ser grandes, porque es la única manera de ser competitivos y triunfadores, el único modo de no ser marginados o aniquilados, está convirtiendo la lamentada globalidad en una serpiente que se muerde la cola, con lo que amenaza devorarse a sí misma, como lo están señalando los cada vez más frecuentes, profundas y extendidas crisis financieras que está sufriendo. Ejemplo ejemplar, valga la redundancia, de lo dicho: la última, ¡que iniciada en el país campeón del libre mercado competitivo, ¡los USA!, en el 2008 todavía tiene sudando frío y con los pelos de punta al mundo entero, pues está teniendo enormes costos sociales en términos de desempleo y pobreza y lo que te rondaré morena, pues todavía no se le ve fin, a no ser que los llamados indignados ya hayan descubierto el camino a seguir, el terreno por dónde deben ir los pies.
¡Ojalá que así sea! ¿Qué piensa usted, estimado lector de la presente? En lo personal, eso creo.
Sin más y siempre a sus órdenes.
INOCENCIO BUENAFE