"La Venus negra", en la Muestra

viernes, 18 de noviembre de 2011 · 20:48
MÉXICO, D.F. (Proceso).- París, 1817, Cuvier, profesor de historia natural, examina ante un selecto auditorio el cuerpo de una mujer de raza negra, le llama la atención la excesiva protuberancia del trasero y de los genitales, sobre todo le impresiona la forma de la cabeza de la mujer, muy cercana a la de un simio, según concluye. Siete años atrás en Londres, Saartjie Baartman, apodada la Venus Hotentote, realiza un espectáculo degradante organizado por su amo, el sudafricano Caezar. Ella ruge y danza, toca música ante el fascinado público; posteriormente, su carrera la lleva a París donde un domador de osos organiza un espectáculo. La Venus negra, alcohólica, termina enferma de sífilis. En la línea de El hombre elefante y de Fenómenos (Freaks), el director Abdellatif Kechiche explora la vida de este enigmático personaje del que se conocen apenas sucesos fragmentados, suficiente material para desarrollar una historia que ocurre en dos horas y media e involucra al colonialismo europeo, la esclavitud, las tesis racistas de científicos del siglo XIX, el oportunismo de personajes como Caezar o Reaux, finalmente más dignos de un circo que la misma Hotentote, y sobre todo, el morbo y la depravación de los civilizados europeos. La Venus negra (Venus Noire; Francia-Bélgica, 2010) es, por supuesto, al igual que los trabajos anteriores de este realizador tunecino que creció en Francia, una cinta antirracista y anticolonialista, pero su mensaje político evita la caricatura. Toda una creación, a partir de un profundo compromiso con el personaje, de la cubana emigrada en Francia, Yahima Torres, Saartjie se topa con toda clase de individuos que buscan explotarla, pero ninguno es demasiado perverso; la misma Saartjie escapa a cualquier definición impuesta por su condición étnica o social. Al igual que ocurrió con el Merrick de David Lynch (El hombre elefante), la personalidad de esta Venus negra es demasiado compleja, el monstruo impone su poder de fascinación no sólo al público que acude a su espectáculo, sino al director mismo. El “teratos” griego (la cualidad del monstruo o prodigio) provoca estupor, imposible dejar verlo; cada uno, individuo o grupo social, justifica a su manera el asombro que provoca ese monstruo que destapa miedo y deseos; Cuvier recurre a la ciencia para compartir la admiración del fenómeno; en otros, es la mera experiencia sexual de la supuesta desproporción, el idiotismo de la fantasía de un placer agigantado, fuera de la norma. El laberinto de la vida de Saartjie, la supuesta pérdida de sus tres hijos en Sudáfrica, propicia el toque de genio de Abdellatif Kechiche; esta Venus negra no sólo es objeto de exhibición, sino que impone sus propias reglas, como no dejarse tocar por el público, por ejemplo, o no mostrar sus genitales cuando Cuvier intenta auscultarla; pero sobre todo, la mirada de esta mujer permite adivinar que ella, a su vez, se siente intrigada por el rebuscamiento y la estupidez de la sociedad civilizada. En el proceso por esclavismo contra su amo y agente, Saartjie se define a sí misma como una actriz.

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