El problema del aprendizaje en ajedrez
MEXICO, D.F. (apro).- Llevo muchos años de ajedrez y he participado en un sinfín de torneos. He visto en ellos a muchos niños y jóvenes empezar sus pasos por tan difícil juego. A algunos el ajedrez los atrapa y entonces el juego ciencia se convierte más en una pasión que en un juego de mesa.
Se vive alrededor del ajedrez, se revisan las partidas de los mejores jugadores, se estudian los trucos que hay en el tablero, se analizan las aperturas, el medio juego, los finales más frecuentes. Y para ello se requieren de muchos años de trabajo, de constancia, porque sin ella, el progreso francamente tiende a ser nulo.
Es costumbre pensar que cuando un niño/joven decide empezar a jugar ajedrez competitivamente, requiera de un maestro que pueda guiarlo en tan complicada tarea. Desafortunadamente, en nuestro país al menos, no existen muchos entrenadores y profesores de ajedrez, y los que hay –muchas veces– lo que en realidad buscan es un modus vivendi.
Esto en pocas palabras quiere decir que no existen planes para ayudar a los niños a progresar en ajedrez de manera coordinada, con método, de forma tal que pueda verse –si se sigue la disciplina– llegar a empezar a mejorar en el nivel de juego.
Por otra parte, resulta fuera de la realidad pensar que puede haber ahí fuera una serie de jugadores que puedan entrenar a quienes empiezan a jugar. Debido a que, por una parte, el ajedrez mexicano está francamente descoordinado y, por otra, que no hay suficientes entrenadores para la cantidad de niños que son involucrados en el juego ciencia, los pocos entrenadores que pudiese haber deberían aplicarse a ayudar a quienes ya han demostrado que tienen cierto talento y que les interesa progresar en este difícil arte.
Pretender pensar que a cada niño –aunque no tenga el mínimo talento– se le debe poner un entrenador o profesor es absurdo y fuera de lugar. Yo pienso que “primero ser y luego la manera de ser”.
Es decir, primero que demuestre cierto talento natural y disposición para el ajedrez, y después veamos cómo se le puede apoyar.
Soy de la idea que el ajedrecista en general se hace solo. Por supuesto que la situación ideal es que hubiese entrenadores para todos, pero no los hay, y por ende debemos usar este recurso, en caso de existir, con aquellos que prometen llegar a jugar bien y que, como dije antes, muestran talento, disposición y ganas de trabajar en el tablero.
Quienes crean que los ajedrecistas de gran nivel se hicieron gracias a que tuvieron entrenadores todo el tiempo, debo decirles que se equivocan. Botvinnik, el excampeón del mundo y padre del ajedrez soviético, tenía una escuela en donde los mejores talentos, entre ellos Kramnik y Kasparov, por ejemplo, concurrían pero, ojo, iban diez días cada seis meses a reunirse con el viejo patriarca.
Éste revisaba el nivel de cada uno de sus pupilos, veía sus partidas y hacía un diagnóstico sobre qué temas ponerlos a estudiar para erradicar fallos y vicios en su juego.
Botvinnik era un maestro en diagnosticar a sus pupilos, pero éstos se iban a sus casas a trabajar con un muy pesado material que tenían que absorber en esos seis meses antes de volver a ver al excampeón del mundo. Dicho de otra manera, Botvinnik no les daba clases cada semana, ni nada por el estilo. Confiaba en la disciplina de cada jugador joven para que éste se aplicara a trabajar en su ajedrez, con el material que Botvinnik había creado para él.
El GM Alejandro Ramírez, por ejemplo, siempre estudió solo. Pero de niño ya tenía cierto talento y su fuerte trabajo personal en el tablero dio sus frutos. Los jugadores de ajedrez tienen que estudiar solos. Los entrenadores –cuando los hay– sirven como guías para no salirse del camino del trabajo continuo o para no cometer los pecados de todo ajedrecista, como el estudiar aperturas antes del final, por ejemplo.
Evidentemente hay contraejemplos: Kasparov contó con la ayuda de Botvinnik, pero el ogro de Bakú tenía una disciplina férrea y se embarcaba muchas horas por día a trabajar sobre el tablero. Tuvo además la posibilidad de tener un entrenador como Nikitin pero ojo, Kasparov era un súper talento, y Botvinnik apreciaba mucho a Garry, porque lo veía como lo que finalmente fue: el décimo tercer campeón del mundo.
Hay otros ejemplos: El primer lugar del rating mundial, Magnus Carlsen, trabajó con un gran maestro noruego cuando empezó a jugar al ajedrez, pero las sesiones de entrenamiento eran un par de horas por semana. Aun así, Carlsen demostró su genialidad y en un año subió 1000 puntos de rating, para colocarse como un jugador de primera fuerza. Cuatro años después, prácticamente solo, sin la ayuda de entrenador alguno, se ubicó en el primer sitio del escalafón mundial. Ahí entonces Kasparov tomó como pupilo al noruego y lo llevó a ser el mejor del mundo, pero quizás chocaron en carácter y hoy en día –de nuevo– Carlsen trabaja solo.
En cualquier otra disciplina pasa lo mismo. Por ejemplo, en una carrera universitaria uno va a clases no a aprender necesariamente, sino a que el profesor lo guíe, le dé instrucciones de qué estudiar, en qué trabajar. Si el alumno se reduce a tomar clases y no trabajar por su lado, difícilmente terminará una carrera profesional con éxito.
Exactamente eso pasa en el ajedrez, pero peor aún, porque por su misma naturaleza hay que esforzarse mucho en el tablero para ir comprendiendo sus secretos. Ningún entrenador puede sustituir el trabajo personal.
Los jóvenes y niños que hace unos años fueron enviados por sus padres a festivales de ajedrez en el extranjero, muchos de ellos, si no es que todos, ya han abandonado el ajedrez. La razón es simple: estaban mal preparados y sus rivales –al contrario– se habían esforzado mucho más y su nivel era mucho mejor.
Así, gracias a que la Federación Mexicana de Ajedrez avaló a esos jovencitos aunque no tenían el nivel y sus padres el dinero para mandarlos a Grecia, España o donde fuese el torneo en cuestión, esos ajedrecistas mal preparados hicieron un desastroso papel. Así que ni para fogueo contó esa experiencia.
No puede haber fogueo cuando hay demasiada disparidad en niveles de ajedrez de los mexicanos contra sus eventuales rivales europeos.
El asunto es simple: primero, es necesario poner límites a estas absurdas participaciones internaciones de cuanto niño que juega al ajedrez cuando no se tiene un nivel competitivo.
Las Olimpiadas que se hacen cada cuatro años, y no me refiero a las de ajedrez, exigen, vía el Comité Olímpico Internacional, que den ciertas marcas mínimas. Si los atletas no las cumplen, simplemente no van. No tiene sentido mandar a alguien a competir cuando sus rivales son mucho muy superiores.
Por ejemplo, el récord mexicano de nado libre, en 100 metros, es de 51.65 segundos… El récord mundial es de 46.91. Estamos a años, muchos, de competir en esta disciplina. Pasa lo mismo en ajedrez, donde el nivel se mide por el rating. No tiene sentido poner a jugadores de 1800, 1900 puntos de rating contra juveniles que juegan al menos 2200 puntos Elo. Estos avales no ayudan a nadie y son en el fondo un negocio de la federación mexicana.
Mi sugerencia es sencilla: que los jugadores se apliquen ellos mismos, que estudien por ellos mismos si es que el juego les interesa lo suficiente. Hay muchas bases de datos, muchos libros, mucha información en Internet y se puede progresar sin necesidad de nadie.
Quien siga pensando que un entrenador hace a los jugadores, o no sabe o tiene una idea ingenua de cómo se progresa en ajedrez.