Resurrección

miércoles, 21 de diciembre de 2011 · 13:57
MÉXICO, D.F. (apro).- ¡Joy, jopy, joy! ¡Patéticos por confusos y confundidos vivientes!. Esas carcajadas y palabras, respetable y paciente lector, tal como le informé en mi anterior carta a este buzón, fueron como gotas de agua fría en leche hirviendo en la acalorada discusión que sosteníamos los amigos reunidos en el piano-bar EL TUNEL DEL TIEMPO sobre los pros y los contras del sistema económico en el que respiramos. Callamos y sorprendidos, miramos a nuestro alrededor mientras, como nos confesamos más tarde, no pocos pensábamos que cómo era posible que Santa Claus se expresara así y en semejante lugar. No pudimos confirmar tal supuesto, ya que las carcajadas que seguían sonando provenían de los tres o cuatro discretos reservados, formados por macetones con verdes arbolillos y exuberantes plantas artificiales distribuidos en el local. Del que venían las risotadas estaba situado a un costado de nuestra mesa. Bruscamente cesaron y escuchamos como era arrastrada una silla al compás de unos parsimoniosos pasos y ante nuestros ojos apareció, no por supuesto, Santa Claus, sino un hombre más que maduro, de abundante cabellera y barba entrecana, en correcto traje de tres piezas, de aspecto clasemediero y un tanto burocrático, el cual, solamente nos dijo: Caballeros, perdonen mi interrupción; mis carcajadas no se deben a que esté jugando a ser Santa Claus, como van a poder comprobarlo, --recorrió al grupo con la mirada y a continuación, de manera impositiva y fría corrección nos preguntó--, ¿Puedo? Gracias. –Una vez sentado en la silla que había arrastrado tras sí, nos dirigió el siguiente discurso: “Caballeros, yo soy aquel en vida fui y sigo siendo en mi muerte, el economista que tuvo y tiene que soportar los más agrios y enconados debates de mi ideario, así como los más violentos rechazos del mismo, porque dicen que sustituí a Dios por la economía como guía de la historia, porque, afirman, impuse el determinismo económico como motor de la historia. Aquí, con mirada inquisitiva volvió a recorrer al grupo, y un tanto molesto, observó—“Veo que no me han reconocido…! Ejem… Bien… --pero no era verdad, algunos, en conversaciones posteriores, declararon que ya comenzaban a sospechar quien podía ser, aunque fuera increíble admitirlo—“…bien, mis carcajadas se debían a que a pesar de que se considera bien muerto y hasta enterrado en el olvido a mi ideario, se puede comprobar que no pocas de las ideas que lo integran se están cumpliendo a cabalidad en este su tiempo de ustedes. Recuerden que yo soy aquel que profetizó que ene capitalismo, como nunca antes, la concentración de la riqueza, cada vez más, se iría concentrando en menos manos; que soy aquel que, a pesar de que el capitalismo crearía como nunca antes riqueza de bienes y servicios, también previó que como nunca antes la brecha entre ricos y pobre se iría haciendo más y más ancha y profunda; que yo soy aquel, junto con otros, que definió al Estado como la expresión jurídico política de una clase o de un grupo de intereses varios que hace uso del poder político y económico en beneficio de sus privilegios; que yo soy aquel que descubrió que el trabajador sufría de alienación, que estaba enajenado pues el sistema capitalista de producción lo despoja de su humanidad al convertirlo en una mercancía más, lo cosifica, lo convierte en cosa sujeta a la ley de la oferta y la demanda del mercado laboral, mercado sujeto a su vez a las conveniencias de los intereses de los dueños del dinero, de los ricos y poderosos… mis carcajadas, repito, se debían a que es evidente, que se puede ver y comprobar que en la crisis financiera que angustiosamente están viviendo, confirma las ideas de mi ideario que aquí les he expuesto… y otras que he dejado de nombrar. Dicha crisis, muestra y demuestra que no es el humanismo, ni cualquiera otro idealismo, si no las necesidades económicas las que mueven los recortasen el gasto social, público… gastos que afectan a los más pobres… ¿Y quién lleva a cabo esos recortes? ¡El Estado! El mismo Estado que al mismo tiempo pierde el trasero en su afán por acudir al rescate de bancos, corporaciones y empresas privadas… ¿Y a quién favorecen esos recortes y rescates? ¡Contesten ustedes! Caballero, ustedes me dirán si esos hechos confirman o no confirman mis ideas sobre el capitalismo, el Estado y el determinismo económico en la sociedad y en el pensar del hombre… En cuanto a la enajenac…”. Aquí terminó su discurso, pues en ese momento un robusto individuo de uniforme blanco se presentó ante nosotros y, con sumo respeto, dijo a nuestro visitante: --Por favor, Don Carlitos, acompáñeme. Petición a la que accedió sin chistar Don Carlitos, sin siquiera despedirse de nosotros. Una ambulancia se lo llevo. Según versión de un doctor que venía en la misma, se trataba de un pacífico residente de un centro psiquiátrico, cuyo padecimiento era el de creerse Carlos Marx. Tengo que confesar que los amigos reunidos quedamos con ele ánimo en suspenso y, la mayoría, admirados un tanto, pues no nos pareció tan sin razón lo dicho por nuestro sorprendente visitante. Bueno, ese fue nuestro parecer general, algunos disentimos. A usted, respetado y paciente lector, ¿qué juicio le merece lo expuesto en la presente?. Sin más por el momento, queda de usted su seguro servidor. JUAN D’UDAKIS

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