Teatro: "Afectos colaterales"

jueves, 22 de diciembre de 2011 · 22:14
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Con un título sugerente, se estrenó esta semana la obra de Carlos Nóhpal en el Trolebús escénico del Parque México, donde mezcla la poesía, el diálogo y las narraciones de los personajes sobre sí mismos y el otro. Afectos colaterales es la relación de una pareja durante un trayecto en tren; su encuentro no es frontal, ni el tipo de amor que entablan, si puede llamarse de alguna manera. Ella viaja con su esposo habitando un compartimento privado y él acepta las visitas de ella en el suyo propio. Somos espías de la privacidad de esta pareja clandestina; de su extraña relación; del pasado que se confiesan; de las dudas que los inundan. El espectador comparte el trayecto y cada uno de nosotros viajamos al lugar que imaginamos. Pero el tiempo no es lineal y el presente no sólo es el viaje. La pareja está en el antes y el después con el punto de partida en movimiento. Al igual que en la película Luna amarga, de Polanski, ella es incitada por su marido para que busque a un alguien más durante el viaje y es así como ella toca la puerta de un desconocido para iniciar una relación que se antoja complicada. El espacio es explorado desde variadas perspectivas y con buenos resultados, por los actores Paula Comadurán y Luis Maya y, los directores Carlos Nóhpal y Marcela Barbarán. En el interior utilizan los extremos para dialogar: uno frente al otro con nosotros en el tránsito por donde circula voz; o están al centro y de espaldas hablándose pero lanzando las palabras a ese espacio habitado por los que los observan. Pintan en el piso y marcan sus cuerpos acurrucados apenas y tocándose la cabeza. Se acuestan viendo al techo. Se cubren los ojos intentando buscarse. A veces nos dan la espalda y son los otros los que los observan; a veces nos miran a los ojos; a veces intentamos adivinar sus intenciones. Luis Maya, con naturalidad y relajación, y Paula Comadurán un tanto rígida, pero convincente. El transcurso de la obra no anecdótica, es dividida por Carlos Nóphal en seis diagnósticos y un final a través de los cuales vemos, a manera de rompecabezas, la historia de la relación. El tono es nostálgico y desapasionado por lo que a veces se vuelve monocorde: sin contrapuntos, sin cambios repentinos, giros significativos o acciones imprevistas. La obra requería de más brevedad y menos reiteración para causar un mayor impacto y no cansar a los compañeros de viaje. Los textos de Afectos colaterales están llenos de una poesía rica de imágenes, de metáforas y formas lingüísticas. Mezcla de palabras y presencia en un espacio constreñido donde todo se condensa: los espectadores nos observamos entre nos, los personajes nos observan y observan a los otros, pero ellos apenas y se ven sin lograr descifrarse. Los enigmas no se aclaran y verificamos que los individuos estamos marcados por una interrogante. Al final del viaje él y ella desaparecen entre la inmensidad del parque y nosotros nos quedamos solos en el autobús mirándonos a los ojos: ¿A dónde hemos llegado? La indagación dramatúrgica de Afectos colaterales transita entre el monólogo, la poesía y el intercambio de ideas. Los personajes se hablan desde diferentes sentimientos; se expresan con palabras que el otro escucha o que simplemente son pensadas. Vemos lo que el otro dice y escuchamos lo que el otro no responde. Las formas narrativas enriquecen la puesta en escena y nos llevan a los sentimientos y realidades de dos personajes que se están buscando a sí mismos a través del otro y que lo único que encuentran es la soledad. Afectos colaterales, que a principios de año reiniciará el viaje, habla nuevamente de la pareja, pero encuentra formas y particularidades que nos abren caminos y perspectivas desde donde puede ser observada.

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