Floridos cantos para un dios bélico

sábado, 12 de marzo de 2011 · 01:00
Son bien conocidos, o al menos así lo asume el sistema educativo nacional, los mitos que giran alrededor de Huitzilopochtli, deidad tutelar del valle de Anáhuac que sugirió la fundación de Mexihco-Tenochtitlan en el islote homónimo. La traducción de su nombre significa colibrí zurdo, de opochtli, izquierdo o zurdo y de Huitzitzilin, voz onomatopéyica para colibrí, sin embargo, aquí inician las disensiones.   La traducción correcta debería ser: lado izquierdo del colibrí, puesto que la última palabra del vocablo es la que se enuncia primero. Recordemos, para ejemplificar, una traducción poética de Xochimilco que obedece a la regla: en el seno de una milpa floreciente (locativo co, en el lugar de, milli, milpa y xochitl, flor).   Como quiera que sea, la complejidad fonética del nombre se prestó, a lo largo de las centurias, a deformaciones grotescas que confirman tanto el repudio que el numen le inspiró a los conquistadores como su proverbial torpeza lingüística. Las variantes en la pluma de cronistas y cartógrafos europeos son variopintas, llegando incluso a la comicidad: Vichilupuchitl, Huichilobos, Uccilibos o Vitzlipuztli. Para no ir más lejos, el extinto río Churubusco con su aledaño ex convento derivaron su apelativo del adoratorio del dios en cuestión que ahí se asentaba. Mas no extendamos el proemio y concentremos la atención en Vitzlipuztli, ya que en su retorcida variante se coligieron obras líricas que merecerían recuento y difusión.   Citemos, en aras de un sacrosanto afán divulgativo, que de acuerdo a la paleografía, la U la H y la V eran indistintas e intercambiables en los siglos XVI, XVII y XVIII, por lo tanto, Vitzlipuztli es aquella deformación que resulta menos lejana del original. Dicho esto, podemos iniciar el rastreo que ha de desembocar en la segunda mitad del Siglo de las Luces, cuando se gestó la primera obra que nos incumbe. Antes de eso, valdría la pena señalar que la supervivencia de los himnos en alabanza de Huitzilopochtli compuestos por indígenas es casi nula, y eso se debe a la dedicación de los evangelizadores para erradicar la idolatría de los antiguos mexicanos. (1) Tocante estos últimos es de apuntar un extracto del texto náhuatl -en su traducción al español- para que no se nos tache de eurocentristas:   Canto de Huitzilopochtli   Quien obra arriba va, va, va cubriendo, yendo en camino… Habitante de la región de fríos instrumentos mano abierta… Al ir convirtiéndose en calor humeante, habla de combate… Por el artífice son nuestros combates, venga a unirse a mí… En su casa es la forja de combates, venga a unirse a mí… (2)   Anotemos, sumariamente aunque en pos de la pertinencia, la filtración que la aterradora divinidad solar tuvo en el decurso de los años, ya lejos de su radio de acción. En 1596 Theodore de Bry publica en Frankfurt su Novus Orbis, consignando a nuestro satanizado dios de la guerra bajo el nombre antedicho, es decir, Vitzlipuztli. Una vez en el siglo XVII, en 1649 para ser precisos, aparece también en Frankfurt la Archontologia Cosmica de Giovanni Gottofredi, donde a Vitzlipuztli se le agrega el adjetivo de barbaro nomine. Hacia 1671, Ariel Montani saca a la luz su propio Novus Orbis en el que menciona a Vitzlipuztli como idolum mexicanorum. Entrados en el XVIII se difunden en el Viejo Mundo los libros sobre The Religious Ceremonies and Customs(3) de Bernard Picart (Londres, 1731) y la Histoire des voyages que Antoine Prévost publica en La Haya en 1747. En un grabado de Picart se retrata a Vitzlipuztli como un demonio que rige al mundo desde un trono que se posa sobre el globo terráqueo y en otro del volumen de Prévost se ilustran con lujo de detalle los sacrificios humanos que son decretados por el infame Vitzlipuztli. Con estos antecedentes podemos ingresar con conocimiento de causa al teatro de la Universidad de Salzburgo para el estreno de una pantomima titulada Der Traum (El sueño), cuyos autores son el benedictino Florian Reichssiegel y el magíster musicae Michael Haydn (1737-1806), hermano menor del famoso Franz Joseph. Corre el invierno de 1767. La trama fue inventada por Reichssiegel, quien se ha distinguido en el claustro universitario por sus excentricidades; al leer el argumento los estudiantes piensan que el hombre de fe lo escribió ebrio o, quizá, narcotizado. Entre los personajes se mezclan el dios Mercurio, los protagonistas de la Commedia dell´Arte Pierrot, Pantalon y Arlequin, una bella princesa y el belicoso Vitzli Putzli. Soslayando los absurdos del texto podemos detenernos en la escena donde Vitzli Putzli ingresa con su ejército para degollar a la princesa. Ella lo confronta gritándole: “Carnicero impío, bárbaro, cruel, por tu culpa mi madre ha muerto…” afrenta que obliga al innoble personaje a entonar un aria en donde se le exige que gruña. Además de gruñir, las palabras de su canto son las incoherencias propias de una bestia. (4) Como es de suponer, el asesinato no se comete porque arriban a escena Hänsel y Gretel para rescatar a la víctima. Lo curioso del caso es que la nacionalidad que el pío padre Reichssiegel escoge para su Vitzli Putzli es aquella que encarnaba para el europeo de entonces la de la mayor perversión posible, es decir, la turca. ¿Por qué habrían de ofenderse los indios mexicanos si ya llevaban un tiempo largo de haberse civilizado? ¿Acaso su dios colibrí no había sido neutralizado merced a los oficios de la verdadera religión? ¿No era importante que la juventud cayera en la cuenta de que la infamia siempre proviene de terceros? ... Recurramos al aria final de la obra para escuchar la premonición de un Mercurio castrado:   El arte de engañar al mundo se lleva las palmas. La musa que padece locura erudita es la que más complace de todas. !Cuidado!, han visto sueños y ahora la farsa concluye. Esta también es la forma en la que el mundo se acaba: Con un revoltijo espantoso. (5)   Premoniciones aparte, es momento de trasladarnos a Paris, donde el excelso poeta Heinrich Heine yace postrado en cama por un progresivo envenenamiento de mercurio que le ha prodigado su médico. Ya no se levantará más de lo que él llama su “tumba de colchones”. La vista lo abandona y el cuerpo se le retuerce pero su vena creativa lo mantiene en vida. Ha sido objeto de interdicciones por su sangre judía y su obra se ha prohibido en Prusia. De nada le había servido convertirse al protestantismo pues, de todas maneras, los puestos académicos le habían sido denegados. Por eso optó por el exilio y Paris resultó una elección afortunada. En la capital francesa ha tenido encuentros definitivos. Rememora a sus paisanos Karl Marx y Alexander von Humboldt evocando con una sonrisa las conversaciones con ambos. El buen Marx quedó impresionado con su frase sobre la religión como opio de los pueblos, y le dijo que a lo mejor se la apropiaba para incluirla en la obra magna que llevaba años escribiendo. Del Barón Humboldt sólo recuerda su contagioso entusiasmo por los viajes. De su paso por el Nuevo Mundo le contó portentos y, sobre todo, le habló de sus ganas de refutar a los naturalistas que siguen abogando por la superioridad intelectual del europeo, achacando la debilidad mental del americano a factores climáticos, cuando él pudo verificar lo contrario. Fascinante le resultó el relato sobre la extraña sensación que le produjo a su amigo la visión de una escultura mexica recientemente desenterrada. En medio de dolores Heine imagina a la Coatlicue dando a luz al hijo que habría de matar a sus 400 hermanos y de descuartizar a su hermana Coyolxauqui… Se impone entonces la composición de un poema de largo aliento que titula Vitzlipuztli. Sus coplas fluyen como un río escarlata que escruta los despertares sin memoria de un presente que nos sobrecoge:   ¡Nueva tierra, nuevas flores! !Nuevas flores, nuevos aromas! Aromas tremendos, violentos. Que entran en la nariz.   Abre tus alas coloreadas, !Caballo de vuelo! Llévame a la linda tierra del Nuevo Mundo, la cual se llama México.   Allí en su altar y trono domina el gran Vitzlipuztli, el dios mexicano de la guerra, deidad terrible ávida de sangre.   Resuena el timbal de la muerte, y el chillón caracol del molusco. Anuncian que ya sube el desfile de los hombres que morirán. Todo es cruel y terrible. El grito de los torturados, aúlla fuerte y acalla la algarabía de los desalmados.   Palidecen ya las estrellas, y de las aguas como espantos suben nieblas matutinas, con sábanas blancas como mortaja.   Tú aconsejaste la guerra. Tu consejo era un precipicio. Se cumple la maldita y vetusta profecía.   Maltrataré a los opositores, los asustaré con fantasmas les daré a probar el infierno azufre siempre tendrán que oler.   Mi amado México, nunca jamás podré salvarte. Pero tenazmente te vengaré. Mi amado México…   (1) Sobrevive un himno para Huizilopochtli que fue publicado por Ángel María Garibay en el libro Veinte himnos sacros de los náhuas pero, naturalmente, carece de música, pues los informantes indígenas desconocían la notación musical y el recopilador europeo, en este caso Bernardino de Sahagún, se abstuvo de consignarlo a los pentagramas. (2) Se recomienda la escucha de una musicalización hecha por el grupo Tunaltik, en la voz de Refugio González Hernández cantándolo en náhuatl. Hay que aclarar que la loable iniciativa del maestro González carece de pretensiones historicistas pues la musicalización emplea esquemas armónicos e instrumentos de origen europeo. (Entre estos la guitarra) (EHECATL, EHCODI 30, 2002) Pulse la ventana de audio 1/3. (3) El título completo reza: The Religious Ceremonies and Customs of the several Nations of the Known World, together with Historical Explanations and several Curious Dissertations. (4) Para escucharla pulse la ventana de audio 2/3 Marcia turchesca y aria ¡Gil ay hauta! de Vitzli Putzli de la pantomima Der Traum. Texto de F. Reichssiegel y música de J. M. Haydn. (Robert Holl, bajo. Salzburger Hofmusik, W. Brunner, director. CPO, 2002) (5) Pulse la ventana de audio 3/3. Aria de Mercurio Quid fugits insani? (Markus Forster, contralto. Ídem)

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