viernes, 27 de mayo de 2011 · 13:40
TIJUANA, B.C. (apro)- “¿Por qué no nos salvas?” Es la pregunta que hace un grotesco personaje frente a lo que se supone es un cordero, es decir, la encarnación de Jesucristo.
Es Lamb (cordero), el proyecto escénico realizado por el australiano Phillip Adams para la compañía de danza contemporánea Lux Boreal, radicada en esta ciudad, presentado en la sala principal del Centro Cultural Tijuana (CECUT) dentro de su festival Cuerpos en Tránsito que se llevó a cabo del 6 al 15 de mayo.
La obra estrenada durante el pasado Festival de México estará de gira durante dos años; posteriormente, podrá ser apreciada por el público australiano en el 2013.
El enorme foro no es el mismo, el público se ve forzado a estar arriba de él, se le obliga y es abducido de forma amable a romper con su espacio de seguridad de la platea. No hay manera de escaparse a la provocación directa. Un señor reclama “que no pueden hacer lo mismo con nosotros allá abajo”.
Más allá de las referencias a las obras de Juan José Gurrola, a las catarsis de Jodorowsky y al surrealismo de Buñuel, Lamb es un ejercicio de disciplina que coloca de manera muy afortunada a Lux Boreal en el terreno de la indagación profunda de sus propias posibilidades como grupo de danza. Lejos de la belleza light de las secuencias coreográficas lucidoras, en esta obra los enfrenta a una búsqueda interior, a la profundización.
Para sostenerse en el clímax permanente que exige Lamb no sólo hay que dominar la técnica dancística, hay que haber hecho un extenso trabajo de improvisación y desechar todo lo que pareciera “lindo” o “inteligente”. Phillip Adams no concedió nada a los bailarines que pasaron semanas vestidos como santos subiendo y bajando cerros ante el azoro de quienes observaron las imágenes surrealistas del talentoso grupo.
En el foro, el hecho dramático aparece mezclado con la bizarra idea de veinte pianitos rojos tocados por unos voluntarios, tomada como referencia de la película Los 5000 dedos del Dt T (Doctor Seuss) y lo que el coreógrafo establece como “una curiosa amalgama de referencias tradicionales y modernas presentada con una sinceridad que enfrenta las ansiedades sobre la mortalidad, el perdón y la muerte”.
Dios, Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el vellocino de oro, La Iglesia, la Biblia, Norberto, los malditos curas pederastas, los Legionarios de Cristo, Jasón, blasfemia, cuerpos desnudos, apoteosis, reencarnación…
No hay manera de no sentirse conmovido --o enojado--, sobretodo cuando desesperados y escarnecidos los intérpretes, vestidos de manera sencilla con una túnica, lentes obscuros y un chaleco aborregado, van abandonando todo ante la figura regordeta de un ser que vestido a manera de una autoridad religiosa, abusa de ellos y lame lentamente el cuerpo de una mujer.
“No hay peores pecados que los que ni siquiera sabes que cometiste”. En la laceración, la penitencia, se busca el arrepentimiento. Los golpes, el sonido de los pianitos rojos, la luz blanca, no paran. Y para entonces parte del público quiere salirse y otra llora.
Mientras tanto, uno de los bailarines le exige una respuesta a una joven mujer y le pregunta apuntando hacia el cielo:
“¿Cómo es allá. Anda, dime cómo es allá”.
“No sé”, es la única respuesta…