MÉXICO, D.F. (Proceso).- Espléndido como proyecto artístico, Akaso es mucho más que 26 pinturas en formato monumental. Es un evento expansivo que, centrado en la acción pictórica, ha logrado invadir territorios museísticos, virtuales, televisivos y caseros. Ya sea en el museo de El Chopo de la Ciudad de México –donde se presenta actualmente–, en el sitio www.akaso.com.mx, a través de TV-UNAM o en charlas informales, Akaso ha logrado detonar una afectiva convivencia con el hecho pictórico contemporáneo.
Concebido, definido y patrocinado por el coleccionista mexicano Sergio Autrey, el proyecto es relevante desde su origen. Inspirado en los murales que representaron a México en la Feria Mundial de Osaka en 1970, Akaso –inversión de la palabra Osaka– sobresale en primera instancia por el motivo y época de su gestación. Diseñado con el propósito de revalorar la apreciación por la pintura de artistas mexicanos de trayectoria media, Autrey inició su proyecto en enero de 2009: un año que forma parte de ese largo periodo de aproximadamente 13 años que, en México, se caracteriza por la sobrevaloración del arte neoconceptual y la indiferencia institucional ante las prácticas pictóricas.
Integrado por tres secciones que corresponden a 26 obras monumentales (entre 590x950 y 366x488 centímetros) provenientes de artistas nacidos entre 1943 y 1961, 21 animaciones que interpretan el mismo número de piezas y una serie de documentales realizados por Varios Lobos Producciones, el proyecto no destaca especialmente por el contenido pictórico sino por los extraordinarios videos documentales que lo acompañan.
Interesados en crear aproximaciones distintas al arte y los artistas, el director Daniel Castro (México, 1983) y el cinefotógrafo Diego García (México 1979) generaron una propuesta de retrato cinematográfico que sobresale por la equilibrada tensión entre sonido, imagen, contexto y radiografía psicológica de cada personaje. Conocedores del acto pictórico y sensibles al dramatismo que genera la conjugación del blanco, el negro y el color a través de planos abiertos y planos muy cerrados, Castro y García realizaron una propuesta que permite ubicar al retratado como creador y como ser humano. Fascinantes por la atención que prestan tanto a momentos significativos de la vida cotidiana como a la acción pictórica de cada participante, los documentales exponen, sutilmente pero sin concesión, la intimidad del acto creativo: la concentración, la reflexión, el ritmo y la intensidad o suavidad del lenguaje corporal al aplicar la materia.
Trabajado con una inusual libertad que fue posible gracias a la ausencia de juicios curatoriales, el proyecto pictórico se configura como una indiscreta exposición del estado actual de los lenguajes de cada participante. Sobrios y maduros en Gabriel Macotela y Alfonso Mena –lo mejor de todo el conjunto–; profundo y simbólico en Miguel Castro; experimental en Germán Venegas; exploratorio en Alberto Castro; también maduros en Helio Montiel, Roberto Parodi y Antonio Luquín; predecible en Gustavo Monroy; expresivo y astutamente resuelto en Magali Lara; interesante en Roberto Turnbull; inapropiado para un formato tan grande en Boris Viskin; desilusionante en Irma Palacios y Francisco Castro; inapropiadamente gestual y dibujístico en Mauricio Sandoval; absurdamente grande en Generalli. Sobresalientes por constituir lo peor del proyecto: el enorme embarrado de Eloy Tarsicio y la evidente referencia a Daniel Lezama en la pieza de Luis Argudín.
Enriquecido acertadamente con un sitio web, el proyecto merece conocerse a través de los documentales mencionados que se transmiten los sábados y lunes por TV-UNAM.