Prédica

jueves, 14 de julio de 2011 · 13:34
MÉXICO, D.F. (apro).- Amadísimos hermanos en la fe; que la resignación sea con nosotros y aceptemos con humildad cristiana, incluso con alegría, este mundo conflictivo que nos ha tocado vivir. Pidamos al Señor que nos ayude a dejar de dolernos de nuestra vida terrenal; roguémosle que nos ayude a soportarla, para que nos abstengamos de decir pestes de la misma, de demostrar nuestro disgusto despreciando o vituperando el mundo en que vivimos, y sobre todo, para que nos libre del pecado de tratar de cambiarlo a la medida de nuestros deseos, de nuestros muy personales intereses, pues como dice la Biblia, nada hay nuevo bajo el sol, o sea, que si no vivimos mejor que nuestros padres, tampoco peor, de todos los que nos han precedido sobre la Tierra. Bendito consuelo. Si por lo hasta aquí expuesto, piensan que el mundo en que respiramos está en crisis por la mezquindad moral que en él priva, porque la economía que lo conforma y manda en él propicia el mal reparto de la riqueza, lo que está llevando cada vez más a una concentración de opulencia y poder, como nunca antes vista, cada vez en menos manos y de pobreza, e incluso miseria a los más, y que las sumas de esas diferencias están dando como resultado una depreciación y desprecio de la persona; si creen que viven en un mundo en el que están naufragando las sagradas instituciones del matrimonio y la familia, mundo en que la sucia lujuria sustituye el casto y cálido amor, y la consoladora solidaridad va perdiendo terreno ante la insensible y feroz competencia; mundo en que el útil, por beneficioso, pragmatismo justifica las más infames medidas y decisiones, incluso contra la misma vida; si todo eso piensan y creen, digo que están en lo cierto, pero ¡cuidado!, pues no están pensando como debe pensar un buen hijo de la Santa Iglesia de Roma. No ignorarán, si lo son, que todo viene de Dios, tanto lo bueno como lo malo y que Él sabe mejor que nosotros lo que más nos conviene. Al respecto, tengamos en cuenta y no olvidemos lo que Agustín de Hipona nos enseñó: “Que la causa misma del mundo es la Providencia, y que la misma guía y dispone la dirección de los acontecimientos, los favorables y los desfavorables, también esto con la finalidad de que sirvan de experiencia y preparación de la llegada de la verdad, del triunfo final de su reino”, triunfo que va a ser el del amor, base y fundamento de nuestra fe cristiana, triunfo del amor de Dios por sus criaturas. ¡El amor! Ya lo dice nuestra religión: “Ama a Dios sobre toda las cosas y al prójimo como a ti mismo”, por eso el dicho de “ama y haz lo que quieras… pero fíjate bien en lo que es lo que debe amarse” ¡Ah, sabio consejo!, pues, ¡ay!, desafortunadamente existen muchos amores, desde el buen amor hasta el que termina con el mal amor, y ahí está el detalle, el gran peligro que corremos si no sabemos distinguir unos de otros, pues como dijo nuestro santo de Hipona, “dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber, el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloria en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquella busca la gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria, a Dios, testigo de su conciencia”. ¿Cómo entender estas palabras? El mismo Agustín ya nos lo ha dicho: existe la ciudad de Dios y la ciudad del diablo, y dos pueblos, el de los que se distinguen por su amor a Dios y el de los que no saben resistir y rechazar las tentaciones de los enemigos del alma, las seducciones del demonio, el mundo y la carne. Amadísimos hermanos en la fe, ante ese gran peligro, las seductoras tentaciones del demonio, el mundo y la carne, que nos acechan y acosan constantemente, sin tregua, para hacernos caer en el pecado y así indignos para la salvación de nuestras almas, debemos, tenemos la obligación de estar siempre en guardia, no podemos ser ni ingenuos ni confiados, ya que como hijos de un padre pecador, Adán, ¿podremos ser más sabios, más fuertes ante las tentaciones que el hombre, por excelencia, precisamente por eso, por haber sido directamente de las manos omnipotentes, sagradas y puras de la divinidad? Imposible. Mas no desesperemos ni nos atemorice esa terrible realidad, ya que tenemos a nuestra disposición una manera segura para alcanzar la divina gracia: el someternos con resignación cristiana e incluso con alegría a todo lo que nos afecte, tanto a lo que nos aflija como a lo que nos alegre, a lo que nos favorezca como a lo que nos perjudique, pues todo viene de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que más nos conviene, y no caigamos en el pecado de soberbia queriendo cambiar su voluntad, entre otras cosas, porque es imposible. Así la situación, amadísimos hermanos en la fe, termino la presente como lo inicié, exhortándoles a que pidamos a Dios la gracia de recibir con resignación este mundo conflictivo que no ha tocado vivir. Amén. FRAY CANDELA

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