Muere Adolfo Sánchez Vázquez, filósofo y escritor ejemplar

viernes, 8 de julio de 2011 · 20:44
MÉXICO, D.F. (apro).- A los 95 años falleció hoy el eminente filósofo marxista Adolfo Sánchez Vázquez, nacido en España hacia 1915, y quien llegara exiliado a México en 1939, donde produjo una extensa obra literaria y educativa que ha significado un aporte de enorme valía para las humanidades en nuestro país. Después de haber estudiado filosofía en la Universidad Central de Madrid, la actual Complutense, se doctoró por la UNAM donde impartió cátedra y fue coordinador del Colegio de Filosofía, e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas (IEE). Sánchez Vázquez tradujo del ruso los siete volúmenes de la Historia de la Filosofía, de M.A. Dynnik y colaboró en innumerables revistas culturales, redactando un buen número de prólogos. Entre los libros que escribió se cuentan Filosofía de la praxis; Rousseau en México; Del socialismo científico al socialismo utópico; Ensayos marxistas sobre filosofía e ideología; su poemario El pulso ardiendo, y la notable investigación Las ideas estéticas de Marx. Profesor emérito por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, los galardones y reconocimientos que internacionalmente se otorgaron a Adolfo Sánchez Vázquez en su larga trayectoria son incontables. Sus restos son velados en la Agencia Gayosso Félix Cuevas de la capital mexicana, y su cuerpo será cremado mañana sábado a las 14:00 horas. Enseguida, transcribimos algunos fragmentos de la extensa entrevista que en 2008 realizara Teresa Rodríguez de Lecea (Instituto de Filosofía de Madrid) y que apareció en la revista Pensamiento Filosófico en México, el 8 de noviembre de aquel año. Comienza el exilio Yo llegué a Veracruz el 13 de junio de 1939, en el Sinaia, con mi compañero Juan Rejano y el poeta Pedro Garfias. Llegamos al puerto de Veracruz y allí tuvimos una acogida muy calurosa de los “jarochos”. Había cosas sorprendentes, pancartas: “Salud a los españoles republicanos”; y también aquella otra que decía “El sindicato de tortilleras os saluda”. Nosotros no teníamos ni idea de lo que significaba eso en México; el significado que conocíamos era el de España. Estuvimos en el puerto de Veracruz unos días Rejano y yo, en el mismo hotel; era el mes de julio y hacía un calor insoportable, sobre todo para nosotros. Además era época de lluvias, con ese modo de llover en el trópico, para nosotros completamente insospechado. Pero en fin, veníamos cargados de ilusiones, de esperanzas. Todo nos parecía extraordinario: el ambiente de Veracruz, que es muy alegre, que es lo que más se parece a lo español, y a lo andaluz; los jugos de fruta, los bailes callejeros, en fin, la gente que nos saludaba muy afectuosamente en la calle, los intelectuales locales que se acercaban a nosotros. Recuerdo que vino a vernos un día un poeta veracruzano desconocido y nos quiso leer a Rejano y a mí su poema. Y claro, “Sí, como no”. Empieza a leer un poema que, más o menos, era toda la historia de la colonia, de la conquista y todo lo demás, en octavas reales. Y cuando había leído ya un buen número de octavas reales, le preguntamos: “Qué, ¿sigue todavía su inspiración dando fruto?”. “Sí, me quedan todavía unas trescientas octavas reales”. Bueno pues pasamos el tiempo así, hasta que llegó a los pocos días la posibilidad de venir a México capital. Vinimos en un tren de esos que aparecen en las películas de la época de la Revolución, con los soldados, la vigilancia en el tren y demás. Una vez en el Distrito Federal, establecimos contacto con los organismos de ayuda. Nos daban un pequeño subsidio, unos cincuenta pesos de la época, que eran mucho más que ahora, pero también muy poco. Era el último año de gobierno del general Cárdenas, y había mucha inquietud, como pasa aquí siempre el último año del periodo sexenal… la derecha estaba furibunda contra Cárdenas. Traducciones En aquella época, había intelectuales que atacaban abiertamente a los exiliados, a los refugiados. Aunque hay que decir que la mayoría de los intelectuales eran gente de izquierdas, como en general ha sido siempre la intelectualidad mexicana hasta hoy, y éstos estaban muy solícitos con nosotros. En fin, cada quien empezó a buscar, empezó a abrirse camino como pudo, con las ayudas que pudo encontrar. Hay que tener en cuenta que si el México de hoy tiene problemas todavía de limitaciones y carencias, en ese entonces era mucho mayor. El medio intelectual era muy limitado, en la universidad no existían los profesores de carrera, los profesores de asignatura. Un hombre como Gaos, que ya venía con un nombre, con un prestigio, inmediatamente fue incorporado a la Universidad pero, desde el punto de vista de sus posibilidades de subsistencia, cobraba las horas que daba de clase, con lo cual era imposible subsistir. Daba por aquella época seis u ocho horas diarias de clase, como cualquiera: en la Preparatoria, en una universidad femenina que había entonces, y donde podía. Si eso ocurría con Gaos, obviamente para la gente que estábamos en condiciones más desventajosas, era mucho más duro. Por lo que a mí toca, peor todavía, porque yo en realidad no había terminado mis estudios. Llegué a México como estudiante, con lo cual, las posibilidades inmediatas de incorporarme a la enseñanza a nivel universitario, eran muy difíciles. De todas maneras, nos fuimos abriendo camino… Poco después de llegar tuvimos la oportunidad de fundar la revista Romance, que la fundó sobre todo Juan Rejano. Él conocía desde España al editor Rafael Jiménez Siles, que había desempeñado un papel importante en aquella famosa Editorial Cenit de antes de la guerra. Este Siles contactó enseguida aquí con medios políticos influyentes y alguno económico; y traía ya en mente un proyecto, un plan editorial, que pudo poner en marcha. En el comité de redacción original estábamos Antonio Sánchez Barbudo, el profesor que se fue hace mucho tiempo a Estados Unidos; estaba Herrera Petere, que ya murió, el poeta Lorenzo Varela, joven entonces, también Sorela. El diseño y la parte tipográfica corrían a cargo de Miguel Prieto. La revista fue un hecho importante en la vida cultural de México, porque no existía un semanario cultural de ese tipo. Fue importante sobre todo desde el punto de vista de la innovación tipográfica, del diseño, y desde el primer momento la revista despertó un gran interés. Retrospectivamente yo lo considero un error, pero la redacción estaba constituida exclusivamente por nosotros, jóvenes intelectuales españoles. Aunque existía un Consejo de Redacción muy amplio, donde estaban prácticamente todas las figuras más importantes de la intelectualidad mexicana de entonces. La revista se hizo, y cuando habíamos publicado ya unos catorce o quince números, tuvimos un conflicto con Jiménez Siles, el director, porque algunos de los que estaban en el Consejo de Administración, sobre todo el novelista autor de El águila y la serpiente, Martín Luis Guzmán, que era un escritor muy brillante, pero como persona un tipo de cuidado, se las arregló para crear un conflicto que finalmente nos llevó a la ruptura, cuando se nos quiso imponer una serie de normas y comisiones para poder seguir llevando adelante la revista… Previamente, había yo participado con unas colaboraciones en la revista España peregrina, publicada por una institución que se creó a poco de llegar nosotros, la Junta de Cultura Española, que presidía Bergamín, y a la que pertenecían todos los intelectuales más destacados. Estaba Xirau, estaba Imaz, estaba Larrea, Gaos también. Yo participé en España peregrina, publiqué un poema que había estado elaborando casi desde la llegada, y una serie de notas de libros, que están recogidas en la revista. Esto era en el año 39 y el 40. Andaba yo viviendo como podía, haciendo algunas traducciones, alguna colaboración, hasta que me surgió una posibilidad, que se la debo a una crítica de arte y política muy conocida en los años de la República, Margarita Nelken. Ella me consiguió una plaza de profesor en la Escuela Normal de Morelia, comisionado por la Secretaría de Educación Pública. Y, aprovechando este nombramiento, también la Universidad Michoacana me ofreció la posibilidad de dar clases en el llamado Colegio de San Nicolás, que era entonces la Escuela Preparatoria de esa Universidad. Tenía una tradición histórica, porque había sido rector el Padre Hidalgo en la Independencia, y había desempeñado un papel importante en una época en las luchas de los liberales. Se caracterizaba además por tendencias muy izquierdistas. Bueno, pues yo llegué a la Universidad de Morelia, a la escuela Normal, para dar clases de filosofía. Mi formación filosófica era muy incipiente. Hasta entonces yo casi estaba más inclinado por la literatura que por la filosofía. Pero claro, tomé aquello con seriedad y con responsabilidad, y pasaba horas y horas preparando la clase, leyendo y releyendo. Me acuerdo que a mi pobre esposa le explicaba mis clases. Y decía: “Si tú me entiendes a Kant, pues seguro que lo entienden los alumnos también”. Morelia y la capital Tuve buena acogida en Morelia. Hacía varios años que no se daba clase de filosofía en el Colegio de San Nicolás, por falta de profesor. Eran clases multitudinarias, de cien a ciento veinte alumnos o cosa así. Yo no había dado clase jamás, y para mí era una experiencia terrible. Además el alumnado, por un lado, tenía unas tendencias políticas muy activas, muy izquierdistas, y por otro tenía fama de ser muy levantisco. Yo realmente lo pude sobrellevar, pero había un profesor de filosofía español que se llamaba Marcelino Méndez, luego le perdí la pista completamente, que era un hombre preparado, mejor preparado que yo, porque ya había hecho la carrera de filosofía en España, y sin embargo no resistió a los alumnos. En cambio yo lo logré, a base de firmeza y, al mismo tiempo, con flexibilidad. Era un alumnado difícil. Recuerdo que a ellos les gustaba poner a los profesores en situaciones difíciles. Una vez me encontré en el tablero de anuncios de la escuela un anónimo donde me atacaban bastante burdamente. Entonces yo, escribí al lado: “Al autor de este anónimo le espero mañana aquí, a las cinco en punto de la tarde, a ver si tiene el valor de decirme directamente lo que me está diciendo aquí”. Yo fui, claro, pero él no se presentó. Pero corrió la noticia, y eso me dio prestigio y autoridad. Otro día los alumnos: “Profesor, estamos enamorados de su corbata, ¡qué corbata tiene usted! ¿Por qué no la rifa?”. Bueno, pues a rifar la corbata entre los alumnos. Morelia era una ciudad muy pequeña entonces. Tenía apenas sesenta mil habitantes. Era una ciudad donde la universidad tenía fama de levantisca y de izquierdista, pero era completamente mocha y reaccionaria. Y las relaciones entre la universidad y la ciudad eran siempre muy conflictivas. Por eso nos fuimos a la calle. Recuerdo que en la Semana Santa los alumnos hicieron una contra-procesión, completamente blasfema; cosas de ese tipo, sobre todo contra la Iglesia. Pero nosotros vivíamos a gusto. Aunque la ciudad era pequeña, había en la propia universidad un grupo de estudiantes muy inquieto y un grupo de intelectuales que hacían su revista, daban sus conferencias, sus recitales. Es decir, tenía una buena relación con ellos allí. Publiqué mi libro de poesía con su ayuda, que lo promovieron, pusieron el dinero y demás. De manera que yo estaba bien, estaba contento. Hasta que estalló un conflicto que me obligó a tener que dejar Morelia. Había salido ya Cárdenas y se había producido en México ese viraje a la derecha que representó Ávila Camacho. Un poco en contra de las tradiciones había sido nombrado un rector, en cierto modo estimulado por el secretario de Educación, que era avilista. Y se planteó un conflicto entre el rector y el gobernador, que era cardenista. Y el gobernador no sabiendo cómo quitarse de en medio al rector hizo una ley jurídicamente estúpida, que tenía carácter retroactivo, para sacarse de encima al rector. En un conflicto así la Universidad se solidarizó con el rector, y prácticamente, como el gobernador era cardenista, pues yo, en principio estuve con él. Total. Estuve cerca de tres años en Morelia, pero me vine a la Ciudad de México prácticamente sin nada. Empecé a hacer traducciones, a hacer lo que podía, incluso para sobrevivir. Incluso novelé guiones cinematográficos. Recuerdo que proyectaban la famosa película Gilda de Rita Hayworth. Me daban el guión en inglés, me proyectaban la película antes y me daban dos meses de plazo para escribir la novela; era el plazo necesario para que la novela pudiera imprimirse y estar a tiempo para distribuirse cuando llegara la película. La cantidad de cosas que tuve que hacer, traducciones de diferente tipo, sobre todo de cosas literarias, o biográficas; entonces hice la traducción de El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde, La vida de Mahoma, de Washington Irving, el norteamericano. Tuve que defenderme como pude. Y por entonces me surgió también la posibilidad de dirigir una casa, una especie de residencia o refugio para los que se conocen como “los niños de Morelia”, los niños aquellos que llegaron a México durante la guerra. Me dieron la dirección de una de las casas, en las que había veinte o treinta alumnos. Pero estos muchachos no conocían a sus padres, habían salido con cuatro, seis u ocho años de sus casas, y por razones muy explicables eran terriblemente rebeldes, terriblemente levantiscos. No había quién pudiera con ellos, y mi esposa y yo, que éramos muy jóvenes entonces, no teníamos experiencia y sufrimos horrores con aquello. Hasta que yo dije: “Ahí os quedáis porque no hay quién os aguante”. Yo había podido ya resolver mi problema económico. Un año más o menos estuve con ellos. Entonces la única posibilidad era sobrevivir de las traducciones, porque las clases eran muy limitadas. Durante el tiempo que estuve en esa residencia aproveché para regularizar mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. Pude reanudar la carrera simplemente porque conservaba el carnet de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid y una constancia de las materias en las que estaba matriculado. Con eso me hizo Gaos, que había sido el último rector de la Universidad de Madrid, un certificado diciendo que el hecho de poseer esto significaba, desde luego que tenía el bachillerato, porque por lo menos había cursado estas materias que se cursan después de ese nivel. Y con eso me permitieron ingresar… (Texto completo en el blog de la revista Pensamiento Filosófico en México, dirección: http://pensamientofilosoficoenmexico.wordpress.com/2008/11/15/una-entrevista-a-adolfo-sanchez-vazquez/ y para la reciente entrevista con Adolfo Sánchez Vázquez, para la televisión cubana, ir a: http://filosofianews.blogspot.com/2011/07/entrevista-semblanza-de-adolfo-sanchez.html).

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