¿Desde cuando no?
MEXICO, D.F. (apro).- “Que el mundo fue y será una porquería…”, “en el quinientos seis y en el dos mil también…”, que, como consecuencia del pretendido Fin de la Historia, la muerte de las ideologías, el fracaso de las revoluciones y la imposibilidad de las utopías, la globalidad en la que respiramos, en el “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor. Ignorante, sabio, chorro, generoso que estafador. Todo es igual, nada es mejor…”
A tan desoladora conclusión llegamos los reunidos en la cabaña de nuestro común amigo J. D’Udakis.
Estimados lectores: seguro que a más de uno de ustedes las frases entrecomilladas del inicio de la presente las sentirán como conocidas, sobre todo si son afectos a los tangos. Tienen razón. Las mismas pertenecen a Cambalache, tango de Enrique Santos Discépolo.
El escucharlo nos sumergió a los reunidos en una acalorada plática que, de una u otra manera terminó por darle la razón al mismo. Inocencia Segura la remató diciendo: “Somos una sociedad en decadencia”. Liborio D’Revueltas, por su parte, puntualizó: “Lo es, porque estamos en decadencia”, a lo que Juan Contreras replicó: “¿Estamos? Somos seres decadentes”, palabras que por un momento nos desorientó al resto de los concurrentes. Por un momento quedamos en silencio, el que aprovechó Contreras para decirnos irónico: “¿Desde cuándo no? La decadencia está en nuestra naturaleza. ¿Pueden decirme por qué?”.
El tono, principalmente, de esas observaciones nos irritó y aquí y allá surgieron las siguientes preguntas y exclamaciones: “¿que somos decadentes de por sí?”; “¿Tú lo sabes?”, “¡Eso, ya que eres tan listo, explícanoslo!”; “¡sí, anda!”. Fingiéndose abrumado, Contreras pidió nuestro silencio al tiempo que levantaba sus manos con las palmas hacia nosotros. Cuando callamos nos informó solemne: “Pues la verdad es que no lo sé”. Esta confesión causó estupor, ante el que reaccionamos con expresiones como: “¿Qué?”; “¡No te digo!”; “¿Entonces?” y otras parecidas que nuestro amigo cortó diciendo: “Pero ustedes sí lo saben”, lo que nos dejó mudos. Disimulando una sonrisa, continuó: “Todos somos cristianos, creyentes más o menos, ¿o no? ¿Y qué nos dice la religión que profesamos? Que la innata malicia que nos posee inmediatamente después de que fuimos creados nos hizo caer en el pecado. ¿Consecuencia? Fuimos arrojados del Edén, por lo que desde ese mismo instante nos convertimos en seres decadentes, pues jamás hemos podido recuperar la perfección y la plenitud que teníamos al salir de las manos de Dios. Y somos cada vez más decadentes, pues nuestra malicia se regodea más en los pecados que en las virtudes salvadoras”.
Aquí, Inocencia Segura, recogiendo el sentir de todos, le interrumpió diciendo: “Olvidas que la maldad estaba en el diablo, que tentó a nuestros primeros padres…”, mas Contreras no la dejó continuar; la interrumpió diciéndole: “¡Cuidado con lo que dices! Con ello estás admitiendo que Dios no es tan omnisciente ni tan omnipotente como nos enseñan y afirman nuestras creencias” Luego, conciliador, propuso: “Pero no abordamos el tema de nuestra innata decadencia desde el punto de vista de la religión, pues no somos quién para entender y menos para poner en tela de juicio los altos designios de Dios; hagámoslo desde nuestro limitado razonar. Para eso, lo primero que debemos hacer es averiguar qué se entiende por decadencia. Según mi entender, decadencia es la sucesión de hechos por los cuales el humano, la sociedad que pueda constituir, el pueblo o la cultura cualquiera que produzca, van perdiendo las creencias, los usos y costumbres que les dan identidad, lo que les hace diferentes, lo que les distingue de otros. Curioso, a pesar de que no faltan pensadores, como el francés Condorcet, que sostiene que el hombre y sus sociedades son perfectibles, son más los que afirman, con el italiano Vico y el inglés Gibbon a la cabeza y, más cercano a nosotros, el alemán Spengler, repito, los que afirman que los pueblos, las naciones, las culturas, como los humanos que las crean y dan vida, están sujetos al ciclo de nacer, crecer y entrar en decadencia hasta morir. Y la historia lo confirma, haciendo bueno el pensamiento médico que sentencia que comenzamos a morir desde el momento en que nacemos”.
Estas razones de J. Contreras fueron como gota helada en leche hirviendo. Acabó con nuestras ganas de discutir. Un pesado silencio cayó sobre nosotros, mientras las brasas de la chimenea proyectaban sobre el grupo una agonía de luz y calor.
Alguien avivó el fuego y otros comenzaron a servir tragos, acciones que fueron disolviendo nuestra momentánea melancolía.
Estimados lectores: he escrito la presente porque a la fecha no sé si Contreras está en lo cierto o no. ¿Qué creen ustedes? Me gustaría conocer su juicio.
Sin más por el momento, su incondicional servidor.
JUAN ROMO