Encrucijada

miércoles, 3 de agosto de 2011 · 18:47
MÉXICO, D.F. (apro).- Respetables lectores de la presente: si entre ustedes hubiera quien no se explicara, molestara e incluso rechazara la actividad política del poeta Javier Sicilia, no me sorprendería. Era de esperarse. Nada nuevo habría en esos sus pareceres, pues difícil fue también para sus coetáneos comprender a Monadas Karamchand Gandhi comprenderlo. Si hay quien piense que exagero en esta comparación, puede que tenga razón, pero no tanta, pues considero que recordándolo muy bien puede ayudarnos a entender y explicarnos las palabras, actitudes y acciones de Sicilia. De inicio, no hay que olvidar y tener muy en cuenta que ambos son hombre de profunda y enraizada religiosidad que, en sus respectivas vidas, unen la religión y la política de una manera honda e intima, sin fisuras, hecho no comprendido por todos. En su momento, a Gandhi, no pocos de sus contemporáneos no lo tomaron en serio, sobre todo los europeos, que veían o se empeñaban en no ver en él más que a un hombrecillo, ridículo y enclenque, vestido con un taparrabos, con una túnica colgada de sus hombros y apoyado en una vara de bambú o en un paraguas a veces, sin comprender la grandeza de su humildad y lo sublime de su espíritu. No faltaron, igualmente, incluso entre sus compatriotas, a los que --esa su manera profunda e íntima, sin fisuras, de unir sus religiosidad con su actividad social, política--, sus palabras y discursos les sonaran a sermones, a prédicas sacerdotales; otros lo vieron como un ingenuo idealista destinado al fracaso, pues sería fácil de manipular; y otros más, como un obstinado que se daba frentazos contra una realidad que no era capaz de comprender… todos esos sentires, Javier Sicilia, con su actuar y hablar, genera en ciertas personas. Como se sabe, Gandhi fue el creador de la llamada satyagrah, modo de pensar, hablar y actuar que aúna, de manera original, la resistencia pasiva, la desobediencia civil y las marchas masivas como manifestaciones de protesta política. Todos esos hechos ya existían, por supuesto. El mismo Gandhi así lo reconoce y nos informa que, en gran medida, la génesis de la satyagraha se debe a la lectura de diversos orígenes. Al respecto, es digno de resaltar que Gandhi no era para nada un lector corriente, sino que “frecuentemente leía en los textos lo que deseaba que dijeran. Lector creativo, era coautor de las impresiones que le causaba un libro. Ponía cosas en él y las recuperaba con intereses… olvidaba lo que no le agradaba y ponía en práctica lo que le interesaba”, como indica Louis Fischer, uno de sus biógrafos. Así, con la lectura de autores como el inglés John Ruskin, el estadunidense Henry B. Thoreau y, en especial, del Nuevo Testamento, Gandhi fue estructurando su doctrina de la satyagraha, palabra hindú que puede traducirse como “fuerza espiritual”, original porque la resistencia pasiva, la desobediencia civil, y las marchas y caravanas masivas como protestas políticas, la satyagraha dice y las lleva a la práctica de una manera muy singular: de manera esforzada, heroica hasta la muerte, si fuese necesario, pero sin rencor, sin odio hacia el adversario, es decir, conservando el sentimiento de fraternidad hacia el contrincante; preconiza que hay que pelear con firmeza y bravura contra la injusticia, no contra los hombres y nunca emplear la violencia, ni siquiera verbal, contra los oponentes y siempre emplear recursos pacíficos, ya que el fin nunca justifica los medios. El mismo Gandhi caracterizó a su doctrina de la siguiente manera: “la satyagraha es la defensa y el rescate de la verdad, sopor la imposición de sufrimientos al enemigo, sino a uno mismo”, y como se sabe, Gandhi no únicamente predicó esa doctrina, sino que, en vida, la practicó con el ejemplo, pues nunca mostró, en todas sus victorias políticas, un orgullo de vencedor, por lo contrario, conforme con su ideal, veía a sus adversarios como a hermanos, por lo que más que vencer, trataba de convencerlos por medio de protestas, con serenidad, con dulzura y hasta bondades para que entrar en razón, actitudes que le llevaron más de una vez a la encrucijada, al punto donde se juntaron pensamientos y acciones diversas y contradictorias; encrucijada en la incomprensión de unos en el mejo de los casos y en el peor la malicia de otros propiciaron malos entendidos, rivalidades irreconciliables perjudiciales e incluso funestas para todos aquellos que participaron en la misma. Con el deseo, por el bien de todos, de que la presente sirva para una mayor y mejor comprensión del movimiento encabezado por el poeta Javier Sicilia, y las palabras y obras del mismo, queda a sus órdenes, respetables lectores. CANDIDO BUENAFE

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