La obra de O'Higgins, un futuro incierto

lunes, 8 de agosto de 2011 · 14:04
A los 90 años María de Jesús de la Fuente, quien fuera esposa del pintor, ha conservado prácticamente intacto su legado artístico y lo tiene completamente clasificado. Le han solicitado comprárselo los suecos, pero ella desea una institución mexicana. La UNAM no lo quiere. La SEP titubea. El INBA le compró sólo tres cuadros. En esta conversación, además de informar en qué consiste la obra que resguarda, hace un repaso de su vida con el artista. Acuarelas, óleos, encáusticas, acrílicos, obra gráfica, litografías, fondos documentales, archivos fotográficos, una gran biblioteca, propuestas sobre muralismo, y el estudio mismo donde Pablo O’Higgins realizó la mayor parte de su obra se encuentran sin un destino claro. Su viuda y musa, la abogada María de Jesús de la Fuente de O’Higgins, ha intentando durante más de diez años negociar con diversas autoridades culturales mexicanas para difundir, preservar y asegurar una de las colecciones de arte más importantes del siglo XX; y mientras en el extranjero buscan insistentemente obtenerla, en México las respuestas van desde un “no gracias” hasta negociaciones infinitas que no han logrado concretarse. La plástica de O’Higgins –fundador del Taller de la Gráfica Popular–, a decir de especialistas como Alberto Híjar, María Guerra y Miguel León Portilla, entre otros, es un retrato fiel del México posrevolucionario, y hace evidente el interés del artista por una estética que no se sustenta en “folclorismos”, sino que “resalta los valores de las clases populares, sin falsos paternalismos evidenciando la realidad del país”. Además formalmente se singulariza por la claridad en el trazo, concepción y terminado.   “Humanidad Recuperada”   María de Jesús vive en una casa del centro de Coyoacan, ubicada en una calle empedrada, sencilla, cómoda y austera, donde ella y su esposo decidieron que estaría el estudio del pintor. Pablo O’Higgins fue muy conocido en el barrio por su pulcritud, amabilidad, atlética figura y porque iba a menudo a la peluquería. Los vecinos que rodean a la abogada de 90 años están pendientes de ella día y noche. De forma paralela bajo su tutela trabajan varias personas, apoyándola para mantener todo en su lugar exacto. En el estudio hay varios retratos de ella pintados por su esposo. El lugar es iluminado y tiene como mobiliario el caballete, pinceles, pigmentos, un sillón y otros objetos de trabajo del muralista. Explica que al fallecer su esposo unos cuantos meses antes de recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes –y que perdió porque éste no se entrega post mortem–, quedó profundamente consternada: “Cuando murió en 1987 más que viuda me sentía huérfana, era como una orfandad, como si me hubieran quitado algo de mí misma. No sabía qué hacer, no sabía cómo iba a ser mi vida sin él, el mundo sin él. No me dediqué ni a iglesias ni a rezos ni a ninguna de esas cosas. Me dediqué a ordenar todo lo que teníamos, es decir a ordenar el estudio. Mandé a hacer muebles porque no había más que el escritorio, su caballete y sus cosas para pintar. “Pero al empezar a mover todo me di cuenta de que había infinidad de trabajos, dibujos, bocetos y decidí iniciar por la obra gráfica primero, porque era más fácil acomodarla, y así surgió un archivo de obra gráfica muy completo firmado y fechado por él mismo. Luego hicimos un archivo de documentos.” Afirma que a través del análisis de la obra del artista resulta claramente que se trata de una crónica de lo sucedido en México: “Porque más allá de la carga política, él se ocupó siempre de México, sabía de la historia prehispánica y mucho de lo que sucedió después de la Revolución. Pablo quería mucho a la gente y respetaba mucho el trabajo de las personas, fuera un barrendero o un intelectual. “Ahora, a 24 años de su muerte, toda la obra está catalogada. Tengo más de 200 dibujos de trabajadores de la construcción, si veo mujeres hay más de 300 dibujos, si veo niños es lo mismo, campesinos, indígenas, está clasificado todo por temas.” Pero lo que más le gustaba era la pintura mural, apunta, porque él se pensaba como un maestro: “José Clemente Orozco decía que como en México el analfabetismo era muy grande, ellos llevaban el libro al muro para que los habitantes de México se reconocieran en él.” –¿Qué uso quiere darle a su colección? –Mi preocupación fundamental nació cuando tuve conciencia de la responsabilidad que tenía con toda esta obra. Me empecé a preocupar de qué iba a pasar con ella. Ya tenía todo catalogado para salir adelante. Al principio me estuve sosteniendo económicamente con la obra gráfica. Había muchos clientes, pero no eran mexicanos, era en época de verano cuando venían turistas. Era la temporada en la que los propios integrantes del Taller de la Gráfica Popular vendían. Venían y les compraban obra y la vendían en treinta o cuarenta pesos. –¿No debería estar todo en un museo? –Claro. Mira, hace mucho tiempo cuando ya estaba el doctor José Narro de rector me mandó decir que qué estaba haciendo yo, que cómo iba la obra de Pablo. A mí me dio muchísimo gusto el interés que él tenía por la obra e inmediatamente por escrito le contesté, y le hice un resumen de todo el acervo, piedras, bocetos, y le pedí consejo sobre dónde poner el acervo o qué hacer con él. “No tuve ni siquiera respuesta, pero yo seguí trabajando porque hice muchas exposiciones no en museos sino en universidades, casas de cultura. Incluso una vez hicimos una exposición en un lugar desierto del estado de Morelos, llevamos las litografías en un papel gris y las pusimos en árboles, en lo que fuera.” Cuenta que era muy interesante ver cómo los campesinos se acercaban. Eso era lo que quería Pablo, que la gente sintiera que se ocupaba de ella. Hizo muchas exposiciones así, en ese tiempo no pedían seguros ni nada, hasta ellos mismos llevaban las obras. “Después de esto le hice otra carta al doctor Narro porque me dijeron que ‘los políticos no leen, les mandan una síntesis, tú debiste de haberle mandado una carta diciéndole quiero esto, esto y esto’. Entonces otra amiga y un historiador de arte me dijeron: ‘Y la casa María, de veras, ¿por qué no piensa la universidad en comprarte la casa con todo? Tú te quedas resguardándola y a tu muerte pasa a ser propiedad de la UNAM’. “Eso lo propuse y pasó un tiempo hasta que una señora de Patrimonio Universitario me envío una carta diciendo que no podían acceder a lo que yo ofrecía, porque la UNAM no tenía potencial humano ni recursos para lo que yo proponía y que muchas gracias. “Me sentí muy mal. No por mí, sino porque parecía una persona tan ignorante que no sabía quién era Pablo O’Higgins. Ni siquiera dijo ‘lamento que no podamos tener todo ese material con nosotros’. Fue una contestación muy ríspida. Y hace como dos años que empecé a tener conciencia como ser humano y dije: ‘Bueno, me muero mañana y se queda al garete toda esta obra’. Nosotros no tuvimos hijos. En Monterrey tengo un hermano tan viejo como yo pero con menos salud, así que no tiene nada que ver.” –María, ¿usted de qué vive? –Como López Velarde, de la lotería… No, es broma, hace dos años estuve muy preocupada porque no tengo ingresos, ningún subsidio, tengo una pensión del ISSSTE, imagínate. Pero siempre he tenido un ahorro desde que vivía Pablo. Porque yo quería que cuando muriéramos nadie se encargara de los funerales de nadie, y ahí estuvo, y me lo fui acabando hasta que me di cuenta de que no tenía dinero. “No obstante decidí que quiero que la obra de Pablo se quede en una institución, así que no he querido vender porque no quiero que se disperse la obra. “Así que acordamos mandar una carta a la SEP (Secretaría de Educación Pública), yo después de mucho pensar les hice un escrito donde les explicaba que desde que murió Pablo he estado al pendiente de sus obras, pero que ahora con todo más o menos ordenado y dada mi condición física no tenía mucho tiempo para estar segura para saber cuál iba ser el destino de esa obra, y que pedía a la SEP que comprara la casa, que yo seguiría viviendo en ella, que yo seguiría cuidando de la obra, pero a mi muerte todo pasaría a ser parte de la SEP.” Señala que la respuesta que obtuvo fue comprensiva y hasta cariñosa: “Me dijeron que sí y estamos en ese trámite que no se ha firmado ni concluido. “Dijeron que la casa era muy chica, pero aquí se ha conservado toda la obra. Yo pienso que el museo de Diego en San Ángel es mucho más chico, además no es para exhibir toda la obra de una sola vez. “La pintura mural mexicana es universalmente conocida y valiosa y propongo hacer un centro de estudios de pintura mural. Yo tengo varios proyectos que los compra Suecia a la hora que yo quiera, pero no quiero. Yo dono todos los proyectos de pintura mural y que se haga un lugar de estudio. “Eso pienso, todavía no sé cómo se va a resolver. Vinieron a hacer un levantamiento, a hacer planos de la casa. Lo que me pasa a mí es que siempre creo en la gente y tengo esperanzas. Pero ahora mismo es Bellas Artes es quien está interviniendo en esto.” “Estuve muy pobre hace un año. De repente llegó una comunicación de Bellas Artes de que querían adquirir obra de Pablo. Y les vendí tres cuadros.” –¿Y Conaculta? –Mira, hicimos un libro muy hermoso, Humanidad recuperada, con la obra gráfica de Pablo, pero no teníamos editor. Fui a ver a Rafael Tovar y de Teresa, en ese entonces titular de esa dependencia, que me mandó al Fonca con José Luis Martínez. “Martínez me dijo que metiéramos el proyecto a una convocatoria que ya estaba vencida y que él nos firma de recibido con fecha anterior. Hice todo el trámite y no nos dieron nada. Les ofrecí todo en charola de plata, sólo tenían que hacer la edición y no nos dieron nada. Ocho años tuve el proyecto guardado hasta que Alejandro Encinas aceptó llevarlo a cabo, por fortuna.”   Pasión por México   Paul O’Higgins nació en Salt Lake City, Utah, Estados Unidos por casualidad, pero desde su infancia el interés por México lo absorbió. Por cuestiones laborales su familia viajaba a menudo a San Diego, donde ya adolescente sabía español. Según la información de Miguel León Portilla, a los 14 años ya era considerado un niño prodigio por su manera de pintar, particularmente los aguafuertes. Estudió en la Academia de Arte de San Diego, de donde desertó por resultar demasiado convencional para sus convicciones. Sus ideas políticas empezaban a fraguarse en esa época. Paul era un profundo observador de la sociedad que lo rodeaba y tenía una posición sumamente crítica ante la política estadunidense. Fue durante un viaje que hizo a Guaymas, Sonora, invitado por su amigo Miguel Foncerrada, que recibió un envío de su madre desde los Estados Unidos con la revista The Arts, en la que aparecían reproducciones de los murales que Diego Rivera estaba terminando en la Escuela Nacional Preparatoria. La impresión del jovencito fue tal que de inmediato le escribió a Rivera para felicitarlo por hacer algo tan diferente a lo que se hacía en cualquier otra parte del mundo. Por supuesto no esperaba ningún tipo de respuesta del muralista mexicano. Pero cual sería su sorpresa cuando recibió de su puño y letra una invitación para que conociera “lo que estaba naciendo en México”. Ni tardo ni perezoso, O’Higgigins viajó a Estados Unidos para notificar a su familia su decisión de viajar por una larga temporada a México. También señaló a sus padres el deseo de no ser una carga económica para ellos. Su papá, además de apoyarlo con la idea, le aconsejó no perder tiempo alguno y le proporcionó todos los medios para viajar, instalarse y empezar su carrera como pintor. Tenía 20 años y nunca más lo volvió a ver. En México Paul llegó directamente a casa de Rivera, lo encontró junto con Lupe Marín y Concha Michel, estaban en tertulia y cantaban. El muralista le enseñó un rollo de dibujos (bocetos para un gran mural), y como tenía que salir con Marín y Michel, le dijo: “Se queda en su casa y ahí cierra cuando se vaya.” Además le indicó que lo esperaba al lunes siguiente en la SEP. O’Higgins dio un salto cuántico en su vida, se incorporó de inmediato a trabajar con Rivera, quien le enseñó su técnica de composición, su forma de concebir el arte, su pasión por el país y su historia. El rubio y atlético Paul se convirtió en Pablo, decidió que México era su razón de ser. Tenía 20 años.   María y Pablo   María de Jesús de la Fuente nació en Nuevo León, estudio para ser abogada en Monterrey. Guapa, de pelo obscuro, siempre impecable con sus zapatillas de tacón, era de las pocas mujeres que iban a la universidad “Trabajé de estudiante como escribiente en un juzgado de lo penal. De ese tiempo lo que más me interesó fue que conocí los tiraderos de basura de Monterrey, que yo no sabía que existían. La gente vivía en cuevas de basura. A mi me enfermó tanta miseria.” Cuenta que al tiempo los pepenadores y pepenadoras la iban a buscar, porque se les había grabado que era abogada. “Siendo Monterrey una ciudad industrial, los obreros se juntaban, tenían tres hijos o más, abandonaban a su mujer y se iban con otra y repetían los mismo. Y yo como estudiante los demandaba para que pagaran alimentos, pero no tenía para pagar las actas. A menudo me encontraba con el gobernador, que se iba caminando a su oficina, le admiraba mucho ese gesto, y un día me vio ahí en el Palacio de Gobierno y me preguntó: ‘¿Qué estas haciendo aquí?’. “–Vengo a pedir actas gratis pero no me las quieren dar. “–Y por qué las quieres regaladas. “–Pues porque las señoras para las que yo trabajo no tienen con qué pagarlas. “–¿Qué no sabes que hay una defensoría de derechos de la mujer? “–Pues sí, pero es penal y hay muy pocas mujeres delincuentes. Deberían de hacer una defensoría de oficio civil. “–Pues hazme el proyecto. “ Y que me lo aprueban. Fui la titular, no tenía nada, ni oficina, sólo doscientos pesos de presupuesto para todo, pero con eso hice mucho trabajo con las mujeres. Ahora que el feminismo está en todas partes me da mucho gusto saber que yo hacía ese trabajo.” Ella y Pablo se conocieron cuando él había ganado un concurso para hacer una pintura mural en el estado de Veracruz e iba a hacer en el exterior. Quería un material especial. Lo acompañaba Leopoldo Méndez. Buscando una cerámica opaca fueron a Guadalajara y Tampico y en Monterrey la encontró. “Duramos casados veinticinco años, que fue muy poco tiempo para lo que podíamos haber hecho juntos.”

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