Ivanchuk, un jugador incansable

martes, 10 de enero de 2012 · 13:18
MÉXICO, D.F. (apro).- Vassily Ivanchuk es uno de los jugadores más notables de nuestro tiempo. Nació el 18 de marzo de 1969 en Kopychyntsi, Ucrania. Gran maestro de ajedrez, subcampeón mundial hace unos años y uno de los pocos jugadores que ha sido capaz de derrotar a Kasparov en el torneo de Linares, España, que por mucho tiempo se consideró la justa más fuerte del planeta y en donde se decía que quien lo ganara, se convertiría en Campeón del Mundo. (Linares ha tenido problemas de patrocinios en los últimos años y ha decaído como torneo. Su creador, un empresario de apellido Rentero, le dio lucimiento a esa provincia española, pero cuando dejó de apoyarlo, dejándoselo al ayuntamiento local, empezaron las dificultades económicas que derivó incluso en la cancelación del torneo, si mal no recuerdo, el año pasado). Ivanchuk fue el jugador número 2 del mundo en la lista oficial de la FIDE de julio de 1991, julio 1992 y octubre del 2007. Fue el campeón mundial de partidas rápidas en el 2007-2008 y ganó en 1992 y 2010 el torneo Amber, en donde se juega en dos modalidades, ajedrez rápido y ajedrez a la ciega. Hoy en día Ivanchuk es quizás el jugador más activo del circuito de elite. Es incansable y juega todos los torneos que puede. Termina un evento y ya se está movilizando para continuar a la siguiente justa, que puede empezar casi al día siguiente. Es increíble en este sentido porque no parece medir sus fuerzas y, por ende, a veces sus resultados son erráticos. Hikaru Nakamura, gran maestro norteamericano y número 12 del mundo, indicó --después de su derrota en Reggio Emilia en la última ronda-- que ya entendía los resultados de Ivanchuk. Parece que al menos a nivel elite no se puede jugar sin descansar un par de semanas, al menos, del ajedrez de tan alto nivel. Pero Ivanchuk no piensa igual. Su sed de ajedrez es fantástica y, además, es un gran maestro con ideas por demás originales. Puede ganarle al más fuerte del mundo y, de pronto, perder una partida por haber dejado "una pieza sin defensa". Así pasa con Chuky, como le dicen de cariño, a este personaje que parece vivir como en un mundo paralelo. En el torneo italiano de Reggio Emilia, Ivanchuk tuvo un resultado poco convincente. Tuvo partidas ganadas que perdió (por ejemplo, contra Nakamura), y después de eso, como bien indicó Frederic Friedel, de la empresa Chessbase, parece que Chuky decidió consumirse a sí mismo. Parecía otro en su partida contra el italiano Caruana y el encuentro no deja dudas de que la injusta derrota contra el estadunidense lo había dejado "tocado", por tratar de encontrar un calificativo para su comportamiento. Resulta que Ivanchuk decidió entregar (ya en una posición desventajosa) todo su ejército al rival. Sacrificó la dama de manera absurda, después una torre para terminar con un sacrificio ridículo de alfil, al cual su rival de 17 años, el GM Caruana, no aceptó porque halló un jaque que lleva prácticamente al mate en breve. La partida pasará probablemente a la historia como esas peculiaridades que el ajedrez nos entrega a cada rato. Es claro que los jugadores sufren en sus partidas, sobre todo cuando pierden. No conozco ningún jugador de ajedrez que esté contento y feliz después de perder alguna partida. En general anda “cabizbundo y meditabajo” y es mejor ni siquiera hablarle porque probablemente en su fuero interno está tratando de entender qué hizo mal y las razones de la derrota. A todos los niveles se ve esto. Por ejemplo, a mí me pasó en un torneo en Mérida, en memoria del mejor jugador mexicano de todos los tiempos, Carlos Torre Repetto. En una partida de dicha justa, logré capturar la dama rival por dos torres mías. Luché unas horas más hasta ponerlo a una jugada el mate, imparable. Pero curiosamente ahí mi rival me pidió el empate. Puse cara de asombro y le dije, “no gracias, juéguele”… Y entonces mi contrario me dio jaque mate en tres jugadas inevitable. Salí de la partida con una tristeza inconmensurable. ¿Cómo no vi su combinación? ¿Cómo no hice nada para evitarla? Vagué sin rumbo por las calles de Mérida. Llegué finalmente al hotel y subí al tercer piso, donde estaba la alberca. Muchos me vieron sin hablar, mirando cómo se movía el agua al movimiento de quienes nadaban. Por suerte en la noche ya había recuperado mi natural optimismo, pero sin duda fue una experiencia que ahora me hace entender a Ivanchuk y su extraño comportamiento en Reggio Emilia.

Comentarios