¿Qué hacer?

martes, 10 de enero de 2012 · 13:37
MÉXICO, D.F. (apro).- Estimado lector, la presente es motivo de una reflexión sobre el deber de decir la verdad o consentir que el silencio sirva de justificación para la mentira, como podrá comprobar el que continúe leyéndola. En días de inicio de este 2012, una persona muy cercana a mi corazón y anciana por más señas, de humilde condición, pero a pesar de ellos provista de una resignada conformidad no exenta de alegría, me deseó un feliz año y, para disipar mis dudas, me dijo que el 2012, por necesidad, tenía que ser un muy buen año para todos. Algo debió ver en mi mirada, pues continuó con la siguiente explicación: que había de tener muy en cuenta que el año que comenzaba lo hacía en un día sacro por excelencia, en domingo, palabra que viene de dominica die, que significa día de nuestro Señor Dios; sacro también, pues con el mismo, igualmente recordamos la resurrección de Cristo entre los muertos, así como que era el primero de la semana, por ser el que descanó Dios después de la creación del mundo. Seguidamente, la venerable anciana me ordenó que me pusiera de rodillas, me persignara, como ella lo hacía y a continuación me deseó toda clase de bienes y prosperidades en este año que se inicia, al tiempo que, con su diestra, trazaba sobre mi persona la señal de la cruz. Lo confieso. Su servidor tenía la más firme decisión de decirle que todo lo que me estaba diciendo y estaba llevando a cabo, no eran más que rituales que, en su origen, tuvieron otros significados, pues eran herencia de tradiciones sujetas a cambios producidos por tiempos y espacios de otras épocas. En nombre de la verdad, que la haría libre según el Evangelio, tuve la intención de aclararle que su reverenciado domingo actual, para los primeros cristianos, nada tenía que ver con eso de si Dios descansó o no en ese día de la semana ni el que Cristo resucitara de entre los muertos en el mismo, vamos, ni siquiera lo tomaban en cuenta, ya que como partidarios e integrantes que eran de una rama o secta disidente, herética del judaísmo, su día de descanso y dedicado al Señor era el sábado. En nombre de la verdad, que la haría libre, a punto estuve de explicarle que el domingo como día de Dios y de descanso para los creyentes, fue instituido, es decir, establecido como algo que no existía antes, siglos después por los altos jerarcas de la Iglesia. Verdad que hubo antecedentes… que nada tuvieron que ver con el significado del domingo de hoy. Constantino, el mismo que por el Edicto de Milán, firmado en el 313, proclamó la libertad de cultos, instituyó, en el 321 de nuestra era, que el domingo fuera día de descanso, prohibiendo servicios oficiales, pero permitiendo los trabajos de campo… sin embargo, no lo hizo para honrar y celebrar al Dios cristiano, la historia nos dice que, como creyente en Mitra que era, lo hizo para enaltecer y reverenciar a Mitra, dios del sol, al Sol Invicto. Después, siguiendo con esa costumbre, los cristianos, para irse diferenciando más y más de los judíos, fueron adoptando y haciendo suya la costumbre de descansar y dedicar al Señor el domingo, hoy aquí y mañana allá, hasta que por fin, en el año 451, en el Concilio de Calcedonia, se decretó que todos los cristianos guardaran el domingo como día dedicado a honrar y venerar a Dios y al descanso. En nombre de la verdad, que la haría libre según el Evangelio, estaba inclinado a hacerla saber que el signo de la cruz, como símbolo del cristianismo, no fue usado ni por posprimitivos cristianos ni o su naciente Iglesia, ya que tal signo era visto sentido y rechazado como una idolatría, mas poco a poco fue siendo aceptado como símbolo y significado que hoy tiene… pero mientras fue ocurriendo, no pocos fervorosos creyentes cristianos fueron martirizados por rehusarse a aceptar y usar de las cruces como símbolos de su fe. Estuve a punto, sí, pero no lo hice, pues no estaba seguro de que al hacerla libre por la verdad, no la despojaría también de su ingenua fe; no lo hice al pensar que, tal vez, al liberarla de la ignorancia en que vivía, al mismo tiempo la privaría de los consuelos y resignaciones que esa ignorancia hacía posibles; consuelos y resignaciones que le hacían soportable su humilde situación rayana en la pobreza y los pocos años que ya le quedaban de vida. Así, al ver su reseco cuerpo, su espalda encorvada, sus manos sarmentosas y tembleques, ante sus escasos cabellos y sus ojos lacrimosos, entre la verdad que la liberaría y la mentira que le proporcionaba alivio a sus penas y fatigas, y beatífica sumisión a su destino, me decidí por la mentira piadosa. Callé. ¿Hice bien o mal? Estimado lector de la presente: a su criterio someto el juicio sobre mi decisión. Con esto y un adiós, respetuosamente de usted. UN HIJO DESOBEDIENTE

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