Cézanne y Velasco, un encuentro en el paisaje

martes, 24 de enero de 2012 · 20:45
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Aunque los pintores José María Velasco y Paul Cézanne compartieron la misma época, nada los une más allá del paisaje. Icluso sus vidas contrastan: mientras el primero fue reconocido y admirado por sus colegas y alumnos, y hasta por los gobernantes en turno; el segundo vivió atormentado, fue rechazado y recibió las burlas hasta de su propio amigo, el escritor Émile Zola. El mexicano, sin embargo, murió casi en el olvido y desdeñado por las nuevas corrientes artísticas. En tanto el francés comenzó a ser comprendido hasta los últimos años de su vida, sin realmente llegar a disfrutar del éxito que a decir de la promotora de arte Lupina Lara Elizondo lo ha consagrado como el gran revolucionador de la pintura. Los dos artistas son reunidos por la comunicóloga, fundadora en 1995 de la empresa Promoción de Arte Mexicano y editora de la revista Resumen, Pintores y Pintura Mexicana; en el libro Paisaje. José María Velasco. Paul Cézanne (editado por dicha empresa), no para hacer comparaciones inútiles sino para hablar de cómo estos dos contemporáneos, que nacieron con apenas un año de diferencia (Cézanne en 1839 y Velasco en 1840) caminaron por rumbos distintos tanto en la plástica como en sus propias vidas. Narra sobre Velasco: “A lo largo de su carrera fue merecedor de múltiples medallas, diplomas y de un nivel de honor como maestro dentro de la Academia. Tenía don de gentes, y su posición como investigador y colaborador en museos y revistas le propició un status destacado... Viajó a Francia y a Estados Unidos representando a su país en las Exposiciones Universales, poniendo en alto su nombre y su historia...” Y contrasta: “La vida de Paul Cézanne fue muy diferente a la de su contemporáneo. Su personalidad y sus sueños iban a contracorriente enfrentando un sinúmero de adversidades, y aunque su espíritu era noble su temperamento no le permitía reflejarlo; era arrebatado y colérico, y para que esto no aflorara, optaba por apartarse mostrándose reservado. Prefería vivir en ese mundo de contemplación y de recreación, descifrando los misterios de la naturaleza y los infinitos caminos que ofrece la pintura. Una persona de gran peso en la vida de Cézanne fue Camille Pissarro, quien entendiendo su talento estuvo dispuesto a compartir con él todos sus secretos sobre la pintura. Él será el equivalente a Eugenio Landesio, personajes que nunca temieron ser superados.” Ambos pintores, dice en entrevista con Proceso, tienen una pasión en común: no se cansan de descubrir el misterio de la naturaleza, y aunque el tema parece recurrente y reiterativo, no lo es porque en cada uno de sus cuadros ofrece una visión renovada. Al mismo tiempo son divergentes porque cada uno aborda a la pintura de forma distinta. Velasco fiel al academicismo, Cézanne transformándolo: “Velasco se aferra a la tradición académica, la lleva a su más alta expresión superando aun los valores de su maestro Eugenio Landesio. En esa época el academicismo también estaba de moda en Francia, de hecho ese rigor que se exigía hizo de la vida a Cézanne un calvario, la academia y la crítica siempre lo menospreciaron durante toda su carrera.” Para la autora del lujoso volumen de 273 páginas, en el cual se reproducen significativas obras de los dos pintores, Velasco es un poeta. Confiesa que su pintura le hace sentir lo que el Himno Nacional, un “sentimiento de patria, de arraigo” porque plasma el paisaje nacional con “magnificencia”, utilizando el recurso de la perspectiva renacentista lo cual le permitió lograr “que el gran espacio se pudiera sentir”. Cézanne en cambio construyó el espacio como una maqueta, “es mi forma más sencilla de decirlo”, agrega Lara Elizondo para quien en sus cuadros se siente el plano de la tierra y el espectador puede percibir el volumen de los cuerpos montados sobre ese plano: “Quiso que un árbol tuviera volumen. Y uno puede casi rodear ese árbol y sentir su volumetría, como si uno pudiera andar en el plano y experimentar los diferentes espacios. No en balde es el gran precursor del cubismo. Es a él a quien Picasso reconoce como su fuente de inspiración.” Ese contraste entre la tradición y la modernidad en el arte atrajo a la autora para hacer un ejercicio “que permite salir de un estilo, entrar al otro, volver y apreciar con ojos frescos al otro, y al observar las diferencias valoramos las dos propuestas”. En la introducción del libro, Lara Elizondo plantea que, posiblemente, Velasco y Cézanne hayan tenido la oporunidad de “cruzar miradas” a sus respectivas obras en París, aunque si bien Cézanne probablemente asistió a las Exposiciones Universales, era muy solitario y se mantenía al margen: “Velasco va a Francia a las Exposiciones Universales en dos ocasiones y yo creo que nuestro querido Velasco sabe que el impresionismo está sucediendo. De hecho hay ahí cuatro pinturas donde se ve que no es ajeno, sus ojos no se cerraron ante el impresionismo pero él amaba los valores académicos, amaba la tradición de la pintura y fue fiel a su sentimiento.” Al contrario de Velasco, Cézanne sufrió a lo largo de su vida. Fue al final de su vida cuando el artista nacido en la ciudad sureña de Aix-en-Provence comenzó a ser ampliamente valorado. Tuvo oportunidad de ser homenajeado. Artistas como Rodin, Renoir, Degas, Monet y su maestro Pissarro adquirieron obra de él. También el galerista y crítico Ambroise Vollard. Émile Zola escribió la novela La obra, cuyo protagonista Claude Lantier es un pintor genial pero fracasado que termina por suicidarse. Cézanne se siente aludido y tras enviar una nota de agradecimiento al autor jamás volvió a verlo. No fue un fracasado, concluye Lara Elizondo, fue el gran revolucionador del arte y su obra da cuenta de su perseverancia: pudo someterse a los dictados de la Academia, pero se mantuvo aunque haya pagado un precio muy alto.

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