"En un mundo mejor"
Anton (Mikael Persbrandt) trabaja como médico en África en un campo de refugiados; los días de asueto regresa al tranquilo pueblo en Dinamarca donde vive separado de su mujer; Elías (Markus Rygaard), su hijo de 12 años, padece acoso y violencia por parte de los duros de la escuela hasta que llega de Inglaterra un nuevo compañero, Christian (William Johnk Nielsen), un chico que sabe cómo defenderse y someter a los malos. Confrontado a las lecciones pacifistas de su padre, que ofrece la otra mejilla cuando lo golpean, Elías decide seguir el camino opuesto y las consecuencias son nefastas.
El título original en danés de En un mundo mejor (Haevnen, Dinamarca-Suecia, 2010) significa venganza, término que indica mejor el propósito de la directora Susanne Bier y su coguionista Anders Thomas Jensen; se trata de una exploración acerca de la violencia, diferentes maneras de reaccionar y las consecuencias que se derivan.
El tema es truculento pero la forma de abordarlo es clara, esquemática a primera vista; Bier pasa lista de los lugares comunes, efectos que funcionan como corolarios, siempre ilustrados con situaciones concretas y estudios de carácter de los personajes: la violencia engendra más violencia, la venganza es contraproducente, como ocurre con el plan de Christian para desagraviar al padre de su amigo; o el horror frente al señor de la guerra africano que se divierte destripando mujeres embarazadas.
Afortunadamente, Susanne Bier va más allá de la lección de ética superficial de sermón dominguero; esta pareja de niños en el quicio de la adolescencia existe en carne y hueso, los miedos y la falta de entendimiento por parte de los adultos, la hostilidad del entorno y la incoherencia de las figuras paternas son más reales que los buenos deseos de acabar con la agresión. La justificación de Christian tiene peso el mundo real: “si me dejo intimidar van a pensar que soy débil y no dejarán de acosarme”, es adecuada y legítima, aunque no ideal. La propuesta evangélica del padre de su amigo, dejarse humillar y golpear ante sus hijos, no hace más que alimentar la actitud viciosa del agresor y avergonzar a los chicos que no comprenden por qué deben tragarse el sentimiento de pérdida de dignidad.
Susanne Bier (Después de la boda), exmiembro activo del movimiento de Dogma, sabe que el mundo de los adultos, precisamente de esos que rechazan el desquite, está lleno de traiciones y rencores, como en el caso de Anton, infiel a una mujer incapaz de perdonarlo; o la dificultad del padre de Christian para enfrentar la enfermedad terminal de su mujer; al niño le faltan piezas para evaluar la situación, pero su intuición es correcta. En el fondo, los mismos impulsos de venganza existen tanto en la civilizada Dinamarca como en la sabana africana, más crudos aquí que allá.
La claridad de En un mundo mejor no proviene de un simplismo moral contra la venganza, sino de una manera de plantear las mismas preguntas acerca de la condición humana, su abuso y tiranía, sin poder llegar a dar una respuesta directa, solamente la capacidad de compasión que surge en Elías ofrece un poco de esperanza. La fuerza dramática de este trabajo de Bier funciona a base de contrastes y paralelismos bien articulados: África Negra y Dinamarca Blanca, dos chicos con figuras paternas que de entrada no funcionan, respeto a la vida y atracción por la muerte.