Confusión de sentimientos
MÉXICO, D.F. (apro).- Cambiantes y maliciosos humanos, ¿en qué quedamos?, ¿en qué concepto me tienen, cómo me interpretan y me usan? Esos son los motivos por los que les vuelvo a escribir, pues bien a bien, no logro saber qué soy para ustedes, no por mi culpa, sino por los diferentes tratos de que soy objeto por su parte en la continua convivencia que tenemos.
Como saben… vamos a recordarlo por si se les ha olvidado… Cuando no eran más que seres recolectores e incluso carroñeros, ni siquiera tenían la noción de lo que era este servidor, pues no identificaban sus actividades para subsistir con la mía. Eso lo irán haciendo poco a poco… gracias también a este servidor… al ir convirtiéndose en cazadores, en depredadores de víctimas de los animales feroces y más fuertes que ustedes, en victimarios de las mismas, en pastores y, principalmente, en agricultores, con lo que igualmente fueron imponiendo… perdonen que lo repita, pero es importante que no lo olviden… continuas divisiones y a tener variados conceptos de este servidor.
La ganadería, y sobre todo la agricultura, dieron lugar a patriarcas, caudillos, aldeas y, más tarde, a ciudades, a sociedades donde castas guerreras-sacerdotales, que eran minoría, viven y gozan de privilegios ordenando y administrando las actividades de los que tienen que cargar con la mayor extensión y peso de lo que represento. Pero, ¡ay de mí! Pues sucedió que a este servidor, al mismo tiempo que me reconocían como el principal elemento de lo que se iban convirtiendo, “en los reyes de laceración”, se me iba viendo con desagrado y siendo objeto de rechazo por los más de los seres humanos, al punto de convertirme en castigo, en maldición divina, con lo cual se justificó, legitimó y convirtió en buenos y superiores a los humanos que poco o nada tenían que ver con este servidor.
Aunque no he aclarado quién es el autor de la presente, supongo, por lo expuesto hasta aquí, que el estimado lector de la misma ya ha adivinado quién es. Acertó. En efecto, este servidor es el trabajo. Ventilado el punto, continúo.
Entre los estudiosos del proceso de las distintas maneras de cómo he sido visto, interpretado y clasificado, hay quienes consideran que juzgarme como “castigo” es la forma más primaria, burda y anticuada de definirme, propia de las sociedades estratificadas, de las divididas en clases o castas, en las que las inferiores son las que están “castigadas” al trabajo, a llevar sobre sus hombros y sus manos las partes más sucias, pesadas, e incluso peligrosas a veces, del trabajo…como por ejemplo los mineros… y por supuesto las peor pagadas… aquí me voy a permitir a hacerles una pregunta: ¿han superado ese primitivo, burdo y anticuado modo social de verme y entenderme? ¿Qué dicen?
Con el paso del tiempo, después de la anterior calificación, estudiosos del tema dieron en ver, sentir e interpretar a este servidor, al trabajo, como una cosa que se vende, se compra y se paga, es decir, como una “mercancía” más de las tantas que hay en el mercado, sujeta igualmente a las leyes de la oferta y la demanda, al ascensor, al sube y baja de los tiempos de bonanza y depresiones, como toda “mercancía”. Al respecto, como no ignoran, no faltan y más bien sobran estudiosos del tema que opinan que a pesar de que al ver y considerar al trabajo como una “mercancía” más, es un avance sobre la que lo entendía como un “castigo”, esa idea es propia de una mentalidad de otros tiempos y ya anticuada. Aquí vuelvo a preguntarles: ¿creen que está superada esa etapa de ver al trabajo como una “mercancía” más? ¿Qué responden?
En ese tiempo de ustedes, cambiantes humanos, de globalidad democrática, impulsada y respaldada por el ejemplo de los USA, se está imponiendo la idea que algunos han denominado “comercialidad del trabajo”, idea que ve y entiende que el trabajador, tanto el productor de bienes como el que labora en servicios, no sólo recibe un salario, sino que ese mismo salario lo convierte en un potencial consumidor de esos mismos bienes y servicios, que si no los puede pagar al contado, puede muy bien hacerlo a plazos, sistema de venta que presupone que cualquier trabajador, por bajo que sea su salario, si ahorra, si se aprieta el cinturón, podrá adquirir todo lo que necesita o desee. Permítanme que les vuelva a preguntar: ¿qué piensan de la denominada “comercialidad del trabajo”, de ese vivir y producir empeñado de por vida, como dicen críticos de la misma?
Con el sincero deseo de que sus mentes cambiantes y su obstinado optimismo de un futuro mejor puedan de una buena vez resolver la confusión de sentimientos hacia este servidor de ustedes.
EL TRABAJO