La magia de Muti y la Sinfónica de Chicago

miércoles, 24 de octubre de 2012 · 20:16
GUANAJUATO, GTO. (Proceso).- Independientemente del prodigio que fue la presencia de la Orquesta Sinfónica de Chicago, una de las mejores del mundo, y de su titular, el ícono viviente de la dirección musical, Riccardo Muti, creo que hay dos o tres aristas que deben mencionarse sobre esa visita y que, hasta donde he leído, salvo una, no han sido tocadas por los colegas. La primera de ellas, la ya abordada, el 10 que se anotó el Festival Cervantino, en especial su directora, Lidia Camacho, al haber conseguido que, por primera vez, tal orquesta y director estuvieran en nuestro país, y además, en una ocasión tan significativa como es la edición 40 y final de este sexenio que, si por algo se distinguió en el terreno cultural, fue precisamente por su falta de aciertos. Lo segundo, que también merece felicitación pero es igualmente excepcional porque si algo ha sido mediocre es la actual administración del INBA, se refiere a la atingencia y prontitud con que se creó una clase realmente magistral que, de manera gratuita y abierta, ofreció Muti en la sala grande de Bellas Artes al frente de 30 atrilistas de nuestra Orquesta Sinfónica Nacional y en la cual, por espacio de unas dos horas, materialmente diseccionó la Sinfonía No. 41 de Mozart, llamada Júpiter, y de la que un boletín del INBA decía que es “una de las últimas sinfonías de Mozart”. Es lamentable que no más de cinco de nuestros directores hayan estado presentes y, para los que no, cobra total realidad la conseja popular de “ellos se lo perdieron”. Quién sabe si vuelvan a tener oportunidad tal en su vida. La tercera cuestión no destacada es la enorme, inmensa y hasta sorprendente generosidad de Muti, quien sin regateo alguno se prestó a ofrecer esa clase y no sólo eso, estuvo abierto a charlar, de la manera más informal y antisolemne del mundo, con cualquiera que se le acercara. Es importante destacar esa generosísima actitud porque su agenda estuvo realmente apretada, veamos: viajó a México y luego a Guanajuato en donde, el domingo por la tarde ofreció una conferencia de prensa programada por los organizadores para no más de veinte minutos pero que, gracias a la generosidad y bonhomía del maestro, se prolongó por más de una hora y, al concluir, todavía se prestó para fotografiarse con quien quisiera en el plan más afable que imaginarse pueda. Ensayó el lunes en la mañana, dirigió en la noche, regaló un encore después de las agotadoras sinfonías en re menor de César Franck y la Segunda sinfonía en re mayor de Johannes Brahms, y todavía se dio tiempo para agradecer a la invitación y bromear con el público. Retornó a la Ciudad de México el martes y, el miércoles a las 11 en punto de la madrugada, regaló su lección inolvidable. Esa misma noche, a las ocho, repitió el programa de Guanajuato e igualmente se despidió con enorme afabilidad. En la pausa del ensayo matutino, unos 15 minutos, fue con este escribidor aún más generoso que con los demás ya que me permitió estar en su camerino charlando sobre sus experiencias en México. Presentes, únicamente su fotógrafo, una persona de su staff, el maestro, y este sencillo mortal en estado de levitación. En algún momento se asomó uno de los directivos de Bellas Artes pero, como su vista era puramente protocolaria y no de lo que significaba la enorme presencia del maestro, estuvo un minuto, se tomó la foto y se fue. Con el mito viviente seguimos conversando, nos despedimos con un abrazo y, claro, con el formal compromiso: Ci vidiamo sera. ¿Qué agregar? Sobre la excelencia musical de los dos conciertos sólo puedo añadir que transportó al auditorio a algo que, me imagino, es lo que se considera como “Estado de Gracia”.

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