Cómo nos ven

martes, 30 de octubre de 2012 · 14:05
MÉXICO, D.F. (apro).- “¡Ah, que ignorantes son los bípedos implumes!”, dijo furioso el perico desde su jaula colgada en una viga de la galería de la cabaña, galería en la que el perro del dueño que me la había alquilado husmeaba quién sabe qué. Eso me hizo salir de la somnolencia, que el ejercicio y el calor del día habían echado sobre mí y que amenazaba llevarme al sueño en ese atardecer cada vez más oscuro por la noche que se le echaba encima. Paré oreja, como siempre hago cuando me asalta, sin que pueda explicar cómo y por qué la facultad, heredada del abuelo de mi tatarabuelo, de entender lo que se dicen los animales. Con los ojos entrecerrados y sin moverme para no asustarlos, pude enterarme de lo que sigue. Que la indignación del perico se debía a que en la noche anterior había visto en la televisión una película dizque para niños, en la que cebras, cudús, ñus y otros inofensivos herbívoros, así como flamencos y otras aves y otros animales más, víctimas todos ellos de otros más fieros y fuertes, se reunían idiotamente para celebrar con gran entusiasmo y alegría desbordada que al considerado rey de los depredadores le había nacido un cachorro que, cuando creciera, sería tan carnicero como su feroz padre con todos los animales que lo estaban aclamando, todo lo cual le erizaban de furor las plumas al perico, pues sabido es que eso no había ocurrido nunca, ni ocurrirá, pues, como dijo, sabido es que los animales en libertad no son tan estúpidos como para rendir reverencia, venerar y celebrar a los que los sacrifican, a sus verdugos. A esto, el perro primero contrajo el hocico en una sonrisa sardónica que dejó al descubierto sus colmillos; seguidamente le dijo al perico que eso pasaba con cierta frecuencia entre los humanos y no precisamente porque fueran estúpidos, como pensaba el perico, pues inteligentes lo eran, pero su inteligencia se perdía por veces en el laberinto de sus fantasías, necesidades y deseos desenfrenados, como él se había enterado al estar presente en una reunión que tuvo su amo con otros humanos, cuya plática recayó en el tema de por qué los hombres eran como eran, y llegaron a la conclusión, entre otras causas, a que, como había escrito un tal Ambrosio Pierce, se debía que “el hombre es un animal tan sumergido en su estática visión de lo que cree ser que olvida lo que indudablemente debería ser”… y también porque olvida lo que es: “un animal racional al que le saca de quicio que se le invite a obrar de acuerdo con los dictados de la razón”, como sentenció otro tal Oscar Wilde. También contaba, para que los humanos sean como son, el miedo. El que tiene en asumir responsabilidades y con ello tener que responder e incluso pagar por las mismas; y el miedo que tienen a otros de su propia especie, por lo que no pocas veces delegan los poderes que dizque tienen en otros, a los que admiran, celebran y hasta veneran, como tantos lo hicieron con un tal Napoleón, un tal Hitler y un tal Stalin… aunque a veces, como los citados, fueran sus verdugos, pues llevaron a millones de sus propios seguidores a la angustia y la muerte… sin contar con lo que hicieron a sus opositores… y lo triste y trágico es que, sin llegar a esos terribles extremos, millones de humanos rinden respeto y sumisión a ridículas caricaturas napoleónicas, hitlerianas y stalinistas, con tal de llevarla tranquila… o por miedo… Aquí el perico, nada más convencido a medias, le interrumpió diciéndole que no sólo le parecía estúpido, sino hasta criminal que teniendo esos ejemplos, los bípedos implumes hicieran películas como la que había visto, por lo que se le volvían a erizar las plumas, ya que se le ponía la carne de gallina al recordar que cuando el cachorro le preguntó a su padre por qué se comían ellos, los leones, a cebras, ñus, gacelas y a otros animales que les habían celebrado y aclamado, él le contestó que por obediencia obligada a la cadena alimentaría, ¡y la película siguió adelante sin objeciones, sin mayor reflexión, sin crítica alguna! Que eso, a su parecer, condicionaba a los niños a que, en su futuro, admitieran que había entre ellos quienes tenían el derecho a comerse a otros de su semejantes por obediencia debida y obligada a lo que fuera; a que en su futuro admitieran que debía haber algún Napoleón, Hitler o Stalin e incluso que había que admirar, reverenciar y venerar a esos sus verdugos, acciones que, como bien se sabe, nunca llevan a cabo los animales en libertad… En ese momento se rompió la magia existente, pues unos imperiosos silbidos de su dueño se llevaron al perro a la presencia del mismo y, por más que me esforcé, no pude interpretar lo que querían decir las erizadas plumas y los penetrantes chillidos del perico que se paseaba de un lado a otro a lo largo de una de las varas de su jaula. De todos los modos, por considerar que no carecen de interés las ideas intercambiadas entre esos dos irracionales, me he tomado la libertad de darlas a conocer por medio de la presente a este buzón. Con el sincero deseo de que al menos entretenga al lector de la misma. DR. DOOLITTLE CHOZNO

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