"...Que no descubran tu nombre"

martes, 13 de noviembre de 2012 · 12:35
MÉXICO D.F. (apro).- Los amores trágicos lo son, sobre todo, porque ven su fin en la juventud y dejan a quienes los hayan vivido en calidad de sobrevivientes. Enamorarse juvenilmente implica un proceso que va desde el reborbotear de las hormonas, hasta la firme convicción romántica de que más allá del ser amado no hay vida posible. Origen, razón, fuerza, lo telúrico del deseo dentro del amor joven viene a ser el componente desquiciador de la obsesión. Porque, en el entendido del amor como pasión, como lo diría Werther, sin la posibilidad de entregar y entregarse totalmente no hay más que una solución: la muerte. Miguel Mancillas no ha escapado jamás al amor, es más, ha establecido como regla de vida el asomarse y analizar cómo se modifica el cuerpo de los seres que se aman y que aún no lo han asumido. Observador sagaz si no es que obsesivo, el coreógrafo puede detectar el brillo de los ojos que se iluminan en una pareja que se encuentra por primera vez y que sin tener claro que sucede con sus cuerpos expresa una atracción irrevocable y devoradora. De ahí que su lectura de la tragedia de los amantes de Verona le significara al mismo tiempo un reto y un enigma. ¿Se puede amar realmente después de cierta de edad? ¿Después del desencanto de lo cotidiano, de lo seguro, de lo previsible? E incluso, ¿Puede evitarse amar cuando el cuerpo ha dicho que sí y la mente que no? ¿Son todos los amores un fracaso al paso del tiempo? Establecidas las premisas de un trabajo de escritorio exhaustivo y que incluyó la lectura de Peter Brook, física cuántica y un cúmulo de novelas de Murakami, en su salón de ensayos trató de reinventarse a si mismo como si fuese capaz no de volverse a enamorar, sino de volver a arrobarse frente a una mirada de reojo o el simple toque furtivo de una mano. El resultado, paradójicamente, no es luminoso, como cuando se es correspondido en el amor, sino profundamente triste y devastador. Porque ante el verdadero amor, ante la embestida de la vida en un torrente de hormonas y belleza, y ante la mirada inexperta de un corazón que se guía a tientas, la tragedia se cierne siempre. Bailarines y bailarinas lo intentan todo, su fisicalidad y sobre todo su emoción se pone en juego para intentar lograr otro final, tal vez uno feliz. Pero como el mismo Shakespeare lo sabía, el principio de realidad está por encima de cualquier anécdota y en la tragedia la desgracia nos ronda a todos de una manera u otra, como una forma inexorable de mostrarnos que nuestras decisiones serán lo único que cargaremos siempre y que la vida, azarosa e implacable no da tregua, ni aún a los más felices enamorados.

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