Zombis

martes, 13 de noviembre de 2012 · 12:24
MÉXICO, D.F. (apro).- Divertidos congéneres: así les digo al enterarme por diversos medios cómo se concentraron, por millares en estas fechas, en diversas partes del mundo disfrazados de cadáveres vivificados, o lo que es lo mismo: zombis. Curioso, estas concentraciones multitudinarias, al juzgar por los hechos, cada vez tienen más partidarios entusiastas, al punto de que ya están en el libro anual del Records Guinness y los países compiten, bueno, los zombis, por ver quién rompe los récords establecidos, lo que está haciendo más y más popular este festejo. ¿Qué empuja a tantos humanos a eso que llaman Zombie Walk, que por el nombre pienso que es una manifestación de origen sajón? No quiero creer, como lo denuncian esos mal pensados que nunca faltan, que principalmente y sobre todo se debe a que la imitación es la base, lo que caracteriza nuestra individualidad y con ello, de manera aviesa, niegan la misma. ¡Qué disparate! ¿No lo creen así? Por mi parte, repito, me niego a pensar y a admitir que los humanos seamos meros monos de imitación, como dice el dicho, y por eso, por ser tan sugestionables, como ellos, los mal pensantes, pretenden, es que nuestra voluntad, potencia del alma que tanto tiene que ver con la imagen y semejanza de Dios, su creador, cede tan fácilmente a las imágenes seductoras… bueno, eso de seductoras es un decir… de los comparsas que salían en la película Los muertos vivientes, de mediados del pasado siglo, filme ya clásico en su género, de las que la siguieron con el mismo tema y a los numerosos videojuegos actuales que versan sobre lo mismo. Según mi opinión, esa moda, que igual así ha venido para quedarse, el que tantos de los de nuestra especie se manifiesten en tantos rincones de este planeta deformándose la cara con dentaduras postizas, maquillándose la misma para que parezca afectada por horribles heridas y, a veces, en avanzado y repugnante estado de putrefacción, emitan extraños gruñidos, se rasguen las ropas y caminen de manera titubeante, con pasos de discapacitados, o de beodos, alcoholizados hasta la maceta, se debe ante y sobre todo a que el mundo, como dijera Calderón de la Barca, y otros con él, es un teatro, en el que todo humano juega un papel, lo sepa o no lo sepa, unos lo representan de mala manera y otros, más conscientes del rol que les correspondió, lo desempeñan más convenientemente. A este respecto, bueno será recordar lo que dijo y puso en práctica Nicolas Evreinoff, autor ruso tan injustamente olvidado y cuyas teorías y prácticas teatrales, iniciadas desde la primera década del pasado siglo, tuvieron gran influencia en todo teatro posterior. Para N. Evreinoff, en el escenario, los actores no imitan, sino más bien obran impulsados por el instinto de la transfiguración, propio de todo lo vivo: el vegetal, el animal y el hombre, en el que es mayor y más profundo ese instinto elemental de transfiguración. Por principio de cuenta, N. Evreinoff rechazaba el naturalismo estrecho, así como el simbolismo convencional, reinante por tanto tiempo en el teatro, y abogaba por un teatro ultra teatral, por reteatralizar el teatro a fin de que sea capaz de provocar la introspección, la auto-observación de los procesos mentales en el espectador. ¿Qué proponía para conseguirlo? Considerando que el teatro, en sí, es puro convencionalismo, o como, refiriéndose al arte en general, dijera Pablo Picasso: que el arte es una mentira que busca o persigue la verdad, N. Evreinoff proponía que lo literario no fuera la base ni lo esencial del arte escénico, sino que al mismo tiempo y por igual lo fueran también el gesto, la actitud, los movimientos del cuerpo, la inmovilidad de los mismos, los tono de voz y sus silencios, el vestuario, la luz, la oscuridad, los decorados, la música, en fin, todo elemento que dé sentido, fuerza y profundidad, tanto en lo emocional como en lo racional, al arte escénico para que alcance a ser esa transfiguración de mentira en provocación para la introspección (que es tanto como buscar la probable verdad) en cada espectador. Entendiendo así el teatro, como una transfiguración, en vez de una imitación, es como me explico el fenómeno de los zombis. ¿Estaré equivocado en esta mi interpretación? ¿Qué me dicen? Sin más, con mis mejores deseos para los distinguidos lectores de la presente. ARMANDO ROLLOS

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