Dairakudakan

martes, 6 de noviembre de 2012 · 20:54
MÉXICO, D.F. (apro).- Por segunda ocasión se presentó en la sala Miguel Covarrubias de la UNAM el grupo de danza butoh Dairakudakan, dirigido por el legendario Ajaki Maro. Por segunda ocasión el público quedó atónito ante la belleza de las imágenes y lo perturbador de la propuesta del controversial artista. Hombre de Ceniza, a partir de un poema del propio Maro, es un montaje abrumador en el que el artista confirma por qué se le considera la principal figura de la danza butoh del Japón actual, aún por encima del propio Ushio Amagatsu, director de Sankai Juku, que al incorporarse a la estructura de financiamiento del Theatre de la Ville de París se ha refinado hasta llegar a un apego desmedido hacia el concepto de belleza occidental, en el que la estética es sometida a un patrón estructural que se cruza más con el poder que con la polisemia cultural. Ajaki Maro fue alumno y colaborador de Tatsumi Hijikata, el gran creador, junto con el recién fallecido Katzuo Ohno, de la danza Butoh. Inicialmente Maro no desaba dedicarse a la danza, el teatro era su principal interés, pero después de conocer de cerca el trabajo de Hijikata se incorporó a su grupo y a su excéntrica y precaria forma de vida. En ocasiones apenas si tenían que comer, no había donde ensayar e Hijikata de alguna forma los obligaba a trabajar en cabarets de mala muerte para ganarse unas cuantas monedas para sobrevivir. Arte dancístico de la oscuridad y la luz, del Apocalipsis y del renacer, la danza Butoh nació como reacción a los horrores vividos en Japón a partir de que los estadunidenses lanzaran bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Naghasaki. No había manera de crear un arte que promoviera la belleza, la paz y la gloria después del horror vivido. La danza contemporánea de esa época quedó sustituida por el arte de la danza butoh con bailarines semidesnudos, rapados y pintados de blanco totalmente. Sus movimientos milimétricos apenas perceptibles embonados con música contemporánea y sonidos de la naturaleza se convirtieron en el horror escenificado, en la desgracia hecha luz y en una forma de movimiento aterradora y sorprendente. Y así, en la Covarrubias, donde la danza se ve en close up, se apreció a detalle la crudeza de la violencia que se vive en el mundo actual, con el contrapunto de la belleza de los desnudos cuerpos de los extraordinarios bailarines de Maro; éstos, sin utilizar jamás un gesto gratuito o excesivo, recrean un mundo mórbido que de tan terrible exulta belleza y asombro. Y hace sentir como sencillo un código inescrutable y lejano como lo es el mismo Japón. Si cuando menos una vez fuese posible tener acceso a eventos del nivel de la presentaciuón de Dairakudakan, y si los coreógrafos, bailarines y promotores se asomasen a universos insondables de tal sencillez y por lo mismo inabarcables, otra sería la situación de la danza mexicana.

Comentarios