No es así

martes, 25 de diciembre de 2012 · 11:32
MÉXICO, D.F. (apro).- Dn. Fructuoso de Naualli, muy señor mío: su carta a este buzón me ha producido sorpresa y también me ha inquietado por los siguientes motivos. El primero, el que usted se haya entusiasmado y recomiende, como nuevo y hasta revolucionario remedio contra la tensión, eso que han dado en llamar “terapia de la destrucción” o “destructoterapia”, como igualmente la denominan. Lo siento, pero debo informarle que no es nada nueva, pues desde antiguo se sabe que el hacer ejercicio físico, y más si es violento, hasta agotarse, es un buen medio para deshacerse de las tensiones; hoy, la medicina lo confirma y nos dice que está comprobado que el efecto de liberar la adrenalina que tiene la actividad física produce endorfinas en el cerebro que mejoran el estado de ánimo. Asimismo, debo de informarle que la “destructoterapia”, que desde hace unos años a la fecha se ha presentado y publicitado con pretensiones de que es un remedio, repito, nuevo, eficaz e incluso revolucionario contra las tensiones a las que nos somete la agitada globalidad en la que nos movemos, no tiene de novedosa más que el nombre, pues ya en los años de los inicios de los sesenta del siglo pasado, un documental italiano de nombre Mondo Cane, que con imágenes terribles mostraba que vivimos, sin importar en qué rincón de la Tierra se respirara, en un mundo cruel, despiadado y amargo. Ahí, en ese documental, se podía ver que en un cine de no sé dónde una multitud enfurecida descargaba su ira, sus rencores generados por las frustraciones, lanzando huevos, jitomates y otros vegetales podridos, las imágenes de policías, granaderos, políticos y no recuerdo que otros representantes más de los considerados poderes fácticos –como ahora se dice— de la sociedad que iban apareciendo en la pantalla, al tiempo que les recordaban la mamá y les gritaban otros insultos a los así agredidos. Por lo expuesto, considero que puede decirse que la pretendida modernidad de la llamada “terapia de la destrucción”, queda reducida a algo así como el descubrimiento del Mediterráneo y la invención del hilo negro. Bueno, ese es mi sentir. Por su parte, ¿qué opina usted, mi distinguido Dn. Fructuoso? Como le decía al inicio del a presente, el otro motivo que me ha impulsado a escribirle, es la recomendación que hizo en su carta a que cada uno y por sí mismo haga uso y practique la “destructoterapia”, pero en privado, sin que nadie lo vea ni lo escuche, pues de esa manera matará dos pájaros de un tiro: podrá dar libre curso a su ira y enojos contra la policía, granaderos, políticos, empresarios, medios de comunicación u otros grupos de presión que considere culpables de su indignación y coraje, liberándose así de sus tensiones, llegando a los insultos, mentadas y hasta la agresión virtual si lo necesita, al tiempo que no dejará prueba alguna para que puedan criticarlo o lo acusen e incluso lo repriman por antisocial, por ser política, verbal, gestual y activamente incorrecto. Por principio, me parece muy bien su recomendación de practicar la “terapia de la destrucción” en la intimidad, de manera personal y sin que nadie lo escuche ni vea, pues habla muy bien de usted, demuestra sus buenas intenciones, su afán de servir al prójimo… pero pensándolo mejor y comprobando que responde a ese emperramiento de privatización que persigue la globalización en que respiramos, mucho temo que esas sus buenas intenciones más bien sirvan, como dice el refrán, nada más que de losas para facilitar el camino al infierno de la resignación, para que todo quede igual, para recibir más de lo mismo, ya que esa su recomendación de personalizar y hacer privadas las manifestaciones de descontento multitudinarias, es, se quiera o no, poner en práctica, de otra manera, la vieja política de “divide y vencerás”, y en el fondo, va a servir, más que para otra cosa, para restarle eficacia a la fuerza del número y favorecer a la fuerza minoritaria, pero mejor organizada, de los intereses ya establecidos, que son, al final de cuentas, los que más peso tienen, mayormente afectan y generalmente son determinantes de las necesidades, deseos e intereses de los más, pero peor organizados. Bien, esta es mi opinión, por supuesto, a su juicio queda el decidir si es acertada o no, mi estimado Fructuoso Naualli. Con el debido respeto que me merece su persona, queda a sus órdenes. LIGORIO D’REVUELTAS

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