Poniendo puntos sobre ies

martes, 14 de febrero de 2012 · 14:11
MÉXICO, D.F. (apro).- Pues sí lector de toda mi consideración, servidor no es, lo admito, de los que creen que hay que entender que en nuestras vidas el mal es tan legítimo como la felicidad, que no se explican el uno sin la otra. Confieso sin sonrojo que no soy de los que comulgan con la idea de que este mundo responde, en esencia, a un divino benefactor todo poderoso, tanto, que no se mueve la hoja del árbol sin su voluntad, por lo que causas y efectos tienen razón suficiente de ser, para existir, por lo que dicen y sostienen que este es el mejor de los mundos posibles, aunque para ello, como para hacer tortillas, haya que romper antes los huevos necesarios, sin tener en cuenta ni importar el número de los mismos, como lo piensan el Doctor Pangloss y sus partidarios. Igualmente aclaro que para nada soy de los tantos y tantos que fueron enseñados a no juzgar nada por sí mismos; en consecuencia, ante las contradicciones que se pueden dar entre el imaginario colectivo que recibimos de herencia, reforzado por las costumbres, educación, rituales y los hechos vividos, puedo dudar, sufrir de desencanto y hasta desesperarme, pero no caer en el inmovilismo, en la resignación y mucho menos en el conformismo, para así seguir cumpliendo con las costumbres, los rituales del grupo, tribu o pueblo en el que se ha nacido o se vive, como terminó por hacer cándido, según Voltaire. Servidor, para decirlo de una vez, es un correligionario, uno de los que piensan como Martín, el último de los amigos de Cándido, que declaró ser pesimista. No creo que nuestro planeta esté regido por dos poderosas divinidades opuestas, la del bien y la del mal, pues tendría que admitir puesto que el mal es tan manifiesto en él, que el bien no es tan poderoso como se presume o nos ha abandonado quien sabe por qué… lo que es inadmisible, pues es ofender a dios, al todo omnipotente y al de la suma bondad. Por otra parte, no soy tan ignorante, ni estoy ciego, ni soy un nostálgico del pasado como tantos otros, para pensar que nuestra especie tuvo una Edad de Oro tiempos ha; reconozco, por otro lado, las maravillas que nos han dado y nos dan la ciencia y la técnica y, en ocasiones, imagino que si alcanzáramos un edén, sería gracias a las mismas. Pero luego, luego lo dudo, pues a pesar de los abundantes bienes y servicios que nos han proporcionado y nos proporcionan, no puedo explicarme porque nuestras vidas se agitan y se ven amenazadas de hundirse en una revuelta mar de crisis económicas, faltas de empleo, pobreza, hambre, tensiones, depresiones, droga, guerras felonas, muerte gratuita y otras lindezas por el estilo. Todas estas realidades evidentes en la globalidad en la que respiramos, que unidas a la hipocresía, a la doble moral con las que se manejan conceptos excelentes como libertad, derechos humanos, democracia, por ejemplo, me hace, insisto, inaceptable el optimismo y sus consecuencias, como la admisión sin más del bien y el mal, por ser ambos indispensables para la buena marcha del mundo, ya que las desgracias particulares contribuyen al bien general, de manera que cuantas más desgracias haya, todo irá mejor… con lo que todo trabaja para que el mundo en que vivimos sea el mejor, según el optimismo de Pangloss. Ante esta sorprendente interpretación de la vida y las circunstancia de la misma, servidor se inclina por el pesimismo del viejo Martín, aunque el mismo lleva a la turbadora conclusión de que vivimos en el peor de los mundos posibles, así como a la de que el humano ha nacido para vivir en las convulsiones de la inquietud, más que en el letargo de no hacer nada, lo que explica por que no faltan los que pudiendo estar mano sobre mano, y permanecen así por el bien de todos, las meten en los negocios, política, religión, economía, filosofía, etcétera. Desde luego, esos meter mano no solo se deben al aburrimiento. El viejo y sabio Martín observa que igualmente se deben a que el trabajo nos libra a los humanos de tres de sus grandes males: el tedio o aburrimiento extremo, la necesidad y el vicio y al que trabajar sin pensar es el único camino que lleva a una vida soportable en este mundo, que, según los pesimistas, no hay que olvidar es el peor de los mundos posibles… por lo que es preciso, por necesario, que cada cual cultive su jardín. Personalmente, servidor ve bien y está de acuerdo con todo lo anterior. Lector de toda mi consideración: desde su punto de vista, ¿cómo la ve? Respetuosamente de usted. UN PARTIDARIO DEL VIEJO MARTÍN

Comentarios