Incertidumbres

jueves, 17 de mayo de 2012 · 19:55
MÉXICO, D.F. (apro).- ¡Ay de mí!, lectores de todos mis respetos, pues la presente es hija de mi inclinación a aclarar dudas sin tener en cuenta que la curiosidad mató al gato, y por eso reencuentro en un hoy y cavando para abajo. ¡Ay! En el pecado llevo la penitencia, por haber, en días pasados, en solitaria meditación, dado con una verdad universal: que todo humano anhela, busca y persigue su felicidad; que todo humano quiere ser feliz así en la tierra como en el cielo. En la tierra, considera que la misma está en tener más y más cosas, todas, si fuera posible; en vivir en continua diversión, en el éxito, en la fama, en el no tener preocupaciones. A veces intenta ser feliz persiguiendo algunos de esos deseos, otras, persiguiendo varios y en ocasiones persiguiendo a todos ellos… sin alcanzar conseguirlos en infinidad de veces o lo que es lo mismo, cayendo en la infelicidad. Pensando, pensando me asaltó la idea de que esos fracasos quizás se deben, como lo enseñan la mayoría de las religiones, a que la felicidad no está donde la busca el hombre, que la felicidad no consiste en tener o no tener, en ser más que los otros o en dominarlos. Al llegar a ese punto de mi cavilación, me acometió la angustiante incertidumbre de si servidor sería o no uno de los elegidos para ir al cielo o, por el contrario, sería uno de los tantos condenados a los eternos tormentos del infierno. Llevado por mi creciente congoja, por el miedo de la duda en mi eterna salvación, decidí aclarar la situación recurriendo a la palabra de Dios, es decir, consultando el libro de los libros: la sagrada Biblia. Así que fui por ella y la abrí al azar, ¡oh maravilla!, se abrió en el pasaje en el que se relata el hecho en el que, en lo alto de una montaña, dirigiéndose a los que le seguían, Jesús les habla de las BIENAVENTURANZAS. Excitado, exaltado en grado sumo, las leí con avidez, una, dos, varias veces; medité sobre las mismas profundamente, reflexión que desató en mi cerebro una creciente marea de espumeante recuerdos y de confrontaciones entre los mismos, que de poco sirvieron para disipar mi duda metafísica. La primera de las ocho Bienaventuranzas, que a la letra dice: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos”, hizo que estallase mi regocijo, pues consideré que, de alguna manera, tenía asegurado el primer escalón para subir al cielo, pues soy más bien pobre… bueno, no tanto… pero mi gozo se fue al pozo, pues instantáneamente recordé que en reuniones de catequistas, lecturas colectivas de los Evangelios, retiros espirituales, sermones, los representantes de Dios sobre la tierra nos dicen que hay que saber interpretar lo que se lee, que pobre no es el que poco o nada tiene, sino todo aquel que no tiene su entendimiento, corazón y voluntad en las cosas. Que hay que tener en cuenta que se puede dar el caso de que no se tengan cosas materiales, y se piense y piense en lo que no se tiene o en lo que se quiere tener. En ese caso, evidentemente, no se e lo que se dice un pobre de corazón, mente y voluntad, y por el contrario, si se tienen cosas, aunque sean muchas, pero el corazón, mente y voluntad están puestas en agradar a Dios, ayudar al prójimo, en no ser ambicioso ni envidioso, eso es ser un pobre de corazón para Jesús, según dicen sus representante y servidores aquí en la tierra. Por supuesto, todo lo anterior, así explicado, es entendible… y lo entendí… pero junto con ese entendimiento me acometió el recuerdo de que Lucas también habla de las bienaventuranzas… y para nada habla de los “pobres de corazón” o de “pobres de espíritu”, sino simplemente de los pobres en lo material, de los que pocas o ninguna cosa tienen… y con terribles palabras denigra, reprende y hasta amenaza a los ricos… también me vino a la memoria que el mismo Mateo habla de un joven rico que se acercó a Jesús para preguntarle que debía hacer para conseguir la vida eterna y Jesús le responde que cumpla con los mandamientos, a lo que el joven rico le notifica que así lo hace y entonces Jesús le dice que venda todo lo que posee y reparta el dinero obtenido entre los pobres… cosa que no hizo el joven rico, que se limitó a ponerse triste y marcharse… ¿no es eso lo que hacen tantos ricos?... ¿o no se limitan a dar la limosna de lo que no necesitan… o a dar la fácil limosna de lo que les sobra, de lo que van a desechar?... igualmente recordé que el mismo Mateo nos informa que Jesús aseguró que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos… y curioso, por decir lo menos, es que unas Biblias hablen de bienaventurados y otras de felices y dichosos. ¿Qué decir de estas diversidades inconexas, contradictorias?. Servidor, respetando lector de la presente, confiesa que no sabe que responder, por lo que, como dije más arriba, se encuentra en el hoyo y cavando para abajo y en una creciente marea de burbujeantes recuerdos confrontados que de poco o nada me sirven para apaciguar las angustiosas dudas sobre mi eterna salvación. Deseando lo mejor para el respetado lector de la presente JUAN DUDAKIS

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