El blues mágico de Levon Helm

lunes, 7 de mayo de 2012 · 22:36
MÉXICO, D.F. (apro).- Una profunda tristeza embarga al mundo de la música norteamericana de rock y blues, tras darse a conocer el pasado 18 de abril la muerte de Levon Helm, baterista del célebre conjunto de Canadá y EU denominado simplemente The Band, quinteto que hacia 1966 electrificó el sonido del trovero folk Bob Dylan acompañándolo en sus giras mundiales. Rubio y de ojos azules, Mark Lavon Helm (Levon Helm) había nacido durante la primavera de 1940 en la graja algodonera sureña Turkey Stratch que tenía su familia en Arkansas, al sur de la Unión Americana. Desde muy pequeño mostró grandes aptitudes musicales, arrullado por los sonidos del Robert Johnson (1911-1938) mítico guitarrista moreno quien era apodado Rey del blues del Delta del río Mississippi, y acuñara la leyenda de haber pactado con el diablo para aprender a tocar blues, además de los programas que transmitía desde la ciudad de Helena la estación KFFA con el también cantautor negro Sonny Boy Williamson II (Aleck Miller, 1908?-1965). A comienzos de los años sesenta, Levon Helm cruzó la frontera de Canadá para unirse en Ontario al conjunto The Hawks del rocanrolero Ronnie Hawkins, alias El halcón, con los otro cuatro músicos canadienses quienes serían sus compañeros de banda entre 1967 y 1976 en su clásica formación The Band: Rick Danko, Garth Hudson, Richard Manuel y Robbie Robertson. La reputación de The Band destelló a finales de los años sesentas cuando grabaron en la Casa Rosada donde vivían, en Woodstock, Nueva York, sus primeras piezas (“En una estación”, “La carga”, “La noche en que cayó la vieja Dixie”) y atrajeron la atención de Dylan (con él hicieron los discos Las cintas del sótano y varios acetatos de estudio o en concierto). El cineasta Martin Scorsese filmó su recital de adiós en la cinta The Last Waltz, traducida en México como El último rock, donde aparece The Band en aquel concierto de Winterland interpretando las piezas famosas de su docena de álbumes y otras con celebridades de la talla de: Eric Clapton, Joni Mitchell, Muddy Waters, Ringo Starr, Paul Butterfield, Van Morrison, Neil Young, y el mismo Ronnie Hawkins, The Hawk. Si bien las canciones del conjunto The Band iban firmadas a nombre del envidioso requinto Robbie Robertson, el resto del grupo colaboró en buena medida para su confección y todos eran multi instrumentistas, baste mencionar que Levon Helm tocaba batería, guitarra, mandolina y cantaba. Al concluir el siglo, Helm reformó a The Band sin Robertson y la banda conquistó nuevos públicos durante la celebración a 25 del Festival de Woodstock en 1996. Viendo tocar a The Band en San Francisco en 1969, el crítico de rock Ralph Gleason escribió para la revista Rolling Stone: “Estaban unidos como un equipo, como una familia. De algún modo los cuatro canadienses y un muchacho campesino de Arkansas hallaron en ellos la expresión de una parte de lo que somos ahora todos, manifestando un lenguaje que incendiaba trenes explosivos de ideas en nuestra mente.” Y el diario The Philadelphia Inquirer diría después acerca de The Band: “Hoy sus integrantes son personas maduras, ellos ascendieron juntos a las cimas de la montaña, hablaron con los dioses y bajaron de vuelta al valle donde nuevamente se convirtieron en seres mortales.” En 1993, Levon Helm publicó sus memorias con Stephen Davis en This Wheel’s On Fire. Levon Helm and the history of The Band (William Morrow & Company Inc, Nueva York), título de 320 páginas inédito en castellano y traducido como Esta rueda arde, en el cual relata su historia con The Band. En dicho volumen, Helm clama haber sido coautor del tema y de la letra del himno de The Band “The Night They Drove Old Dixie Down” que cantara Joan Baez, y Robbie Robertson se arrogara el crédito absoluto de la pieza. Ofrecemos a nuestros lectores fragmentos escogidos de los cuatro capítulos iniciales de la biografía de Levon Helm, donde relata pormenores de su infancia en la granja algodonera familiar de Arkansas y el encuentro del futuro quinteto The Band con su ídolo musical de blues, Sonny Boy Williamson, en 1965 según Levon Helm (selección y traducción de Roberto Ponce). El sendero desde Turkey Scratch “¡Niño aguador! ¡Oye, niño aguador!” Tal era mi sello personal. Estamos en los tiempos de la cosecha, es el año de 1947 y yo soy aquel niño aguador de siete años de edad en la granja de mi papito Diamond Helm cerca de Turkey Stratch, Arkansas. Papá y mamá se hallan laborando en los campos con los vecinos y familias recolectoras, como los Tillmans, y algunos trabajadores inmigrantes ilegales de México que contratábamos para la estación de siega. Mi hermana mayor Módena ha vuelto a casa para cuidar de nuestra hermana menor Linda, y a mi hermanito bebé Wheeler. Ya que estoy demasiado pequeño como para que Diamond me lleve sentado en su tractor, mi trabajo es mantener a todos bien hidratados. Yo poseo un buen par de cubetas metálicas y manipulo la bomba hasta que el agua brote clara y fría. Voy corriendo de ida y vuelta entre la casona donde está la bomba y la fila de gente que espera para beber su parte bajo la sombra de un brazo de árbol. Aprendí desde pequeño que el cuerpo humano es una máquina enfriadora de líquidos. Era un trabajo pesado. La temperatura normalmente ascendía a más de 36° centígrados durante aquella época del año. Pero así es como yo emprendí mi sendero, acarreando agua para aliviar la ardiente sed que produce la pizca del algodón en los ricos y quemantes polvos del delta. Nací en la casa que mi padre rentaba en una granja de algodón en la Delta del Río Mississippi, cerca de Elaine, Arkansas. El delta es hoy un panorama diferente del que uno solía estar acostumbrado entonces, así que quiero bosquejar algunos trazos acerca de esas antiguas comunidades sureñas donde yo crecí, cuando el algodón era el monarca y el rocanrol ni siquiera había nacido… Piense usted en campos de algodón interminables, caminos de grava, arboledas de pacana y nueces, cañaverales, pantanos, casonas con bombas de agua, viñedos “kudzu”, cabañas de aparceros, mansiones de granjeros, campos de arroz inundados, el cielo más grande del mundo, y el cercano río Mississippi como un mar tierra adentro con su propio sistema de clima. Piense usted en 40° a la sombra durante el verano. País de algodón. Y nosotros éramos granjeros del algodón. El algodón era de siembra intensiva aún después de la Guerra Civil Norteamericana, con la resultante de que el condado Phillips County descansa sobre lo que solía llamarse Black Belt (“cinturón negro”), lo cual significaba que el 80% de la población era de raza afroamericana. Por ello al delta se le conoce por su música. El sonido del blues, del ritmo y del blues, de la música campirana, era aquello por lo que vivíamos tanto los blancos como los negros. Te daba poder el estar sentado en aquellos tractores zumbantes marca Allis-Chalmers el día entero, si tú sabías que ibas a escuchar algo que pasarían en la radio o tal vez asistir a un espectáculo musical al anochecer. Mi padre se sabía un mundo de canciones, era un manantial de música. Me seguía enseñando baladas cuando murió a los 82 años de edad, en 1992… Cuando pienso en el ayer, aún recuerdo en mis oídos el eco de “Blue Moon of Kentucky” sonando en la radio de la familia, al que debíamos comprarle una pila grandota y una vez que la batería se agotó, mi papá llevó el tractor hasta la ventana de la casa para conectar la batería del motor en el radio y que todos pudiéramos escuchar la música de Grand Ole Opry, The Shadow, The Creaking Door, Amos ´n´ Andy, ¡aquellos eran los programas que nadie podía perderse! Show radial de Sonny Boy Se levanta el sol en lo más alto de nuestra granja un día entre semana de cualquier año y la radio sintoniza la estación KFFA del 1250 en amplitud modulada trayendo nuestra dosis de blues cotidiano. “King Biscuit Fluor presenta a Sonny Boy Williamson y sus King Biscuit Entertainers como todos los días de lunes a viernes. Ahora, amigos, los King Biscuit Entertainers tocarán su canción preferida, así que si tienen ustedes alguna petición en especial simplemente escriban una carta o tarjeta postal y envíenla a King Biscuit Time, casilla de correos 409, Helena, Arkansas.” Enseguida, Sonny Boy tocaba su armónica y la dejaba volar. Era el rey de los blues del delta en nuestra área, amigo y discípulo del difunto Robert Johnson, aunque Sonny Boy era mayor. (Su pasaporte daba como fecha de nacimiento el año 1909, pero 1899 y 1894 también se sugerían.) Sonny Boy había viajado con Johnson durante el breve estrellato de Robert en el delta de la década de los treintas. Tocaban regularmente por esquinas y baresuchos de Helena y Elaine durante la época cuando el “Terraplane Blues” era bastante bien conocido y pasaban por Marvell en ruta hacia Helena, pues allá Robert vivía con una mujer y su hijo. Cuando Robert Johnson fue asesinado en 1938 –supuestamente lo envenenó un marido celoso—Sonny Boy hizo dueto con su hijo adoptivo Robert Jr. Lockwood y mantuvo viva la música de Johnson. Hacia 1941 comenzaron a transmitir con regularidad para el programa King Biscuit Time de la Compañía Interestatal de Víveres en KFFA de Helena. Sonny Boy soplaba su armónica y Robert Jr. tocaba guitarra eléctrica, un instrumento que era escuchado por primera vez por muchos residentes –y entre ellos se podía contar a Muddy Waters--. El canto de Sonny Boy llegó a ser tan popular en Arkansas y en su estado Mississippi natal, que la compañía sacó a la venta un nuevo producto: la harina de maíz Sonny Boy, que aún se vende en el sur. Por algún tiempo, el programa se llamó The Sonny Boy Cornmeal & King Biscuit Show. El locutor anunciaba: “Esto fue ‘West Memphis Blues’ y ahora, damas y caballeros, Sonny Boy tocará para ustedes ‘Crazy ´Bout You, Baby’…” Sonny Boy en persona era un hombre fortísimo, impresionante en extremo, con sus overoles puestos y un sombrero de paja. Su inmensa boca tenía callosidades en los labios por haber tocado armónica durante tantos años. Cuando lo vi por vez primera, noté que cantaba dentro de su armónica. La voz de Sonny Boy traspasaba el metal de la armónica y salía recta como la punta afilada de navaja antes de dar con el micrófono, proporcionando a la canción un baño extra de energía metálica… Ese era Sonny Boy Williamson, nuestro músico y héroe local. Tierra de las mil danzas En abril de 1965 estábamos de vuelta en Helena, quedándonos en el motel de Charlie Halbert… Un día nos levantamos tarde para ir a desayunar y Bill Avis anunció por la radio: “¡Clang! ¡Sonó la hora del show King Biscuit Time! ¡Pasen los bisquets!” Y escuchamos a Sonny Boy Williamson, Peck Curtis, Pinetop Perkins y Houston Stackhouse aullar los blues en la KFFA a las 12:15 PM. --¡Puta madre! –dijo Richard (Manuel)-- ¡No puedo creer que estos chavos estén tocando así! “¡Eso es correcto, chavos!” anunciaba el locutor Sunshine Sonny Payne. “¡Sonny Boy acaba de regresar de una gira trasatlántica donde tocó para soldados y antros nocturnos de Londres, París, Roma, Berlín, Copenhague y muchas ciudades más de Europa! Así que para continuar en la senda del espectáculo, aquí tenemos al hombre con zapatos de punta filosa… su artista predilecto… el rey de la armónica… ¡Sonny Boy Williamson tocando en persona ‘V-8 Ford Blues’!” --Oye, Levon --me dijo Garth (Hudson)-- tú conoces muy bien todos los lugares en la zona. Vamos a encontrarnos con Sonny Boy. Tal vez podamos rolar un poco con él. Lo que aconteció después fue el día de más magia en nuestras vidas… Hallamos a Sonny Boy caminando por la calle… Nos le acercamos lentamente y salí del coche. Sonny Boy ni siquiera se inmutó cuando dije: “Disculpe, señor Williamson, pero mi nombre es Levon Helm, soy de Marvell y crecí oyéndolo a usted. Nosotros formamos una buena banda musical aquí mismo” y le señalé el auto Mercury nuevo donde mis compañeros aguardaban. “Deseamos saber si a usted le interesaría ir a algún sitio para tocar un poco de música con nosotros.” Sonny Boy tenía fama intimidatoria –era bien sabido que portaba un gran cuchillo con el que cortaría a quien se metiera en mal plan con él--, pero finalmente nos dijo que estaba bien y se subió al carro. No hablaba gran cosa; sin embargo lo habíamos abordado en el día adecuado y conseguimos llevarlo de vuelta al Rainbow Inn Hotel al oeste de Helena. Ahí contábamos con una batería y un par de amplificadores listos para ensayar. Terminamos tocando durante el resto de aquella tarde. Después de un rato, Sonny Boy dejó su armónica y escupió en una lata de aluminio. Yo supuse que mascaba tabaco. “Ustedes tocan bastante bien, chavos” –gruñó—“¿Dónde han estado tocando? Porque ustedes saben que yo tengo 70 años de edad y ustedes tienen una de las mejores bandas de música con la que jamás había tocado antes”, escupió en la lata y tosió… Él estaba acostumbrado a presumir ante los conjuntos musicales de jóvenes ingleses que lo acompañaban, pero ahora se daba cuenta que algo más importante sucedía con nosotros. Miraba a Robbie (Robertson) como si diciendo: “¿De dónde diablos aprendería este chamaco a sonar su guitarra eléctrica?” Entonces, le pasaba la vista a Garth o a Richard y mostraba una sonrisa gigantesca en su rostro. Nos dimos cuenta de que le caímos bien, una y otra vez nos preguntamos: “¿Y por qué no ser nosotros la banda musical de Sonny Boy Williamson?” Sonny Boy soplaba su armónica como si fuera una potente sección de instrumentos de aliento, por atrás y adelante, dentro y fuera. ¡La tocaba pegada a su boca como fumando un habano! Se metía toda la armónica en su boca y tocaba. Al final nos invitó a una cantina local que gustaba frecuentar. Antes de partir, Robbie vio que la lata donde Sonny Boy había estado escupiendo se encontraba llena de sangre… Juntos hicimos grandes planes para ser la banda musical de Sonny Boy y llegamos a un sabroso comedero de barbacoa donde yo había merendado toda mi vida en la parte oscura de Helena. Ordenamos sándwiches, ensalada de col y sodas. Mientras esperábamos, alguien le preguntó a Sonny Boy si había conocido a Robert Johnson y él respondió incrédulo: “¿Que si lo conocía yo? ¡Pero si él expiró entre mis brazos!” Justo en aquel instante, tres patrulleros se estacionaron frente al restorán con sus sirenas ululando y sus luces relampagueantes. Así nomás. Observaron nuestro nuevo auto Mercury’65 y las placas de Ontario (Canadá), se bajaron, se fajaron los pantalones y entraron. Uno de ellos preguntó: “¿Qué carajos está sucediendo aquí?”. Esto acontecía durante los días de razzias en la lucha por la libertad de los derechos civiles y de los registros para las votaciones, de los apañones a los “agitadores” y a los “provocadores”. Yo les comenté en voz baja a mis amigos: “Déjenme a mí arreglar esto.” Me levanté para enfrentar a los polizontes, dije: “Buenas noches, oficial. ¿Cuál es el problema?” “Oh, no hay ningún problema –respondió uno de los tiras--. Mientras ustedes se sientan a gusto cenando con un montón de negritos desgraciados, no hay ningún problema.” Intenté poner al policía de buenas: --Señoría, mi nombre es Lavon Helm, oriundo de Marvell, mi tío es el sheriff y diputado Allan Cooper allá, por lo cual… --Bueno, pues de seguro que el diputado sheriff Cooper estará muy orgulloso de ti porque cenas en un muladar de negros con un montón de negritos desgraciados. Con profunda pena volteé a ver a Sonny Boy. Pero él no parecía intimidado y continuaba comiendo en silencio. Le dije al policía: “Déjeme que le explique una cosa, estos muchachos son de Canadá. Nada saben acerca de esas porquerías que usted está intentando vendernos. Y de todas formas, no estamos violando ninguna ley. Nosotros sólo estamos queriendo cenar. La buena barbacoa es buena aquí y en China.” Entonces, replicó: “Ahora me vas a oír tú. Sucede que todos ustedes se van a meter en su cochecito nuevo, y ya que mencionas ser de por acá, sabrás la manera más rápida para largarse de este muladar. Y ya no queremos verlos rondar más por acá, pues quizá en Marvel les tolerará estas porquerías pero estamos en Helena y aquí no nos gusta tener a extranjeros compartiendo la cena con un bonche de negros desgraciados. ¿Estamos de acuerdo?” En ese momento perdí los estribos: “¡Por Satanás, carajo! ¿Acaso no sabe usted quién es el hombre con quien estamos cenando? ¡Es famoso en el mundo entero! ¡Es Sonny Boy Williamson y un honor su presencia aquí!” El policía sólo continuaba mirando nuestro automóvil. “¿Observan este pequeño carrito suyo aquí? Será mejor que hagan lo que les ordené mientras el coche mantenga su brillo, no sea que se los vayan a robar en un parpadeo…” Así que nos corrieron del lugar. Habíamos disfrutado de un día glorioso tocando con Sonny Boy Williamson y oyendo sus relatos. De haber tenido media hora más todo habría sido perfecto. Nos sentimos tristes al abandonarlo: “No se apure por nosotros, señor Williamson. Nos mantendremos en contacto. Queremos ser su banda musical para pasar juntos unos ratos fabulosos tocando con usted.” (…) A finales de mayo, recibimos en Nueva Jersey una carta donde se nos informó que Sonny Boy Williamson acababa de morir en su casa de Helena. Para mí fue una noticia devastadora y marcaba el final de una era donde viví mi adolescencia muy cerca del río Mississippi y la música de sus grandiosos genios del blues: Sonny Boy Williamson.

Comentarios