En memoria de José Rogelio Álvarez
MÉXICO, D.F. (apro).- Quizá los medios electrónicos que dan vertiginosa velocidad a la información, aunque no necesariamente al conocimiento, hagan que una obra monumental como la Enciclopedia de México, realizada por el historiador y académico José Rogelio Álvarez, parezca ahora más emblemática que esencial.
Pero la colección de 12 tomos, tradicionalmente reconocida por sus pastas en colores negro y plata y sus lomos formando una serpiente (si bien la primera edición fue rosa mexicano), difícilmente podrá ser retirada del lugar que le asignó la historia. Es un legado que el escritor y ensayista Eugenio Aguirre califica así:
“…uno de los tantos e insignes proyectos culturales, quizás el de mayor trascendencia, en el que trabajamos conjuntamente con la idea de hacer una reimpresión, con un tiraje masivo, que permita a la Subsecretaría de Cultura, de la Secretaría de Educación Pública, ponerla a disposición de miles de mexicanos en un precio asequible a los recursos económicos de que disponen.”
¿Quién piensa ya en hacer disponibles para los mexicanos, cuyo salario mínimo oscila entre los 60 y 90 pesos diarios, ediciones como la Enciclopedia de México? Sobre todo cuando la prioridad es ahora la “rentabilidad” o sustentabilidad de los proyectos culturales.
Nacido en Guadalajara, Jalisco, el 12 de junio de 1922, José Rogelio Álvarez, quien falleció el 2 de marzo de 2011 en la Ciudad de México, es recordado por algunos de sus compañeros en la Academia Mexicana de la Lengua y del Seminario de Cultura Mexicana, a los cuales perteneció, así como por amigos en general en el volumen La tertulia del convento a José Rogelio Álvarez.
Editado por ambas instancias tras su muerte, el libro de 110 páginas, preparado por Silvia Molina y Vicente Quirarte, reúne textos de Aguirre, Gonzalo Celorio, Sergio García Ramírez, Felipe Garrido, Hugo Gutiérrez Vega, Hernán Lara Zavala, Eduardo Matos Moctezuma, José María Muriá, Carmen Parra, Mónica el Villar, Sergio Zaldívar y los propios Molina y Quirarte.
Recuerdan en ellos al editor y escritor, al amigo, lector, maestro, defensor y promotor del patrimonio cultural, “liberal por linaje” y revolucionario. Cuenta Celorio que la Tertulia del Convento eran las reuniones a las cuales convocaba Álvarez mes con mes en su casona de la avenida Convento número 25 en San Diego, Churubusco, colindante con el antiguo monasterio “que fue baluarte de los batallones comandados por el general Pedro María Anaya durante la invasión estadunidense de 1847”.
García Ramírez escribe en su episodio de la Enciclopedia de México como “la principal, la indispensable” obra de Álvarez:
“Para llevarla adelante, que debió ser complicadísimo --imagino alegrías y decepciones, compañías y soledades, elogios y reproches-- tuvo que partir de una definición que diera rumbo y destino. Habría que hacer --escribió-- ‘una síntesis congruente que ofrezca lo sustancial de México: su ser, su esencia, su naturaleza, aquello de lo que consta y gracias a lo cual su identidad se afirma y acrecienta”.
A su vez, el arqueólogo Matos Moctezuma lo evoca como un “gran defensor y promotor del patrimonio arqueológico, colonial y del arte popular”. Recuerda cómo, siendo secretario particular del gobernador de Jalisco, elaboró un plan para evitar el saqueo de los bienes culturales de la nación, que por entonces no estaba tipificado como delito. Lograron así, incluso, decomisar un cargamento a William Spratling, impulsor de la platería en Taxco.
En el mismo tenor habla el arquitecto Sergio Zaldívar y recuerda cómo consiguieron detener la demolición de una casa del siglo XVIII ubicada en la contraesquina del Teatro Degollado en Guadalajara, Jalisco, donde el arquitecto Federico González Gortázar (hermano de Fernando) construiría un edificio de cuatro o cinco pisos, pero lo recuerda sobre todo como amigo y tardío asistente a la Tertulia del Convento.
Hay en los autores la idea compartida del libro de la trascendencia de su Enciclopedia que Quirarte compara con “el gran proyecto encabezado en Francia por Diderot”.