Actualidades escénicas: "La muerte de un viajante"

viernes, 1 de junio de 2012 · 14:51
MÉXICO D.F. (apro).- Los personajes del dramaturgo estadunidense Arthur Miller son un retrato de la sociedad --tan humano en cuanto a su construcción dramática-- que resulta imposible no identificarse con la talentosa dirección de José María Mantilla, fiel a la esencia del dramaturgo en su puesta de La muerte de un viajante en el Foro Cultural Chapultepec. La superposición entre los parlamentos de los personajes vuelven la obra ágil y el ritmo rara vez se ve comprometido. Asimismo, la adaptación y traducción a cargo de Juan Torres y Guillermo Wiechers, respectivamente, son de lo más respetuosas. Esta obra es una crítica al sueño americano, concepto iniciado hacia los años 30 que hasta la fecha forma parte de un ideal para la sociedad estadunidense, en la que un hombre puede ser exitoso en la vida gracias a sus habilidades, esfuerzo y determinación. Según ello, todos los ciudadanos cuentan con las mismas oportunidades… aparentemente. El éxito absoluto se alcanza cuando se supera por mucho la posición en la que un individuo empezó su carrera o su vida profesional. El ámbito competitivo conforma una victoria sobre alguien más, es decir: “Yo gano, porque tú pierdes”. Y el éxito relativo es también una competencia, aunque en menor escala, con un vecino, un pariente o alguna persona cercana. La familia Loman mantiene una estructura tradicional. Con la conmovedora actuación de Silvia Mariscal, tenemos a Linda Loman, una madre abnegada y señora de su casa quien se conforma con lo que su marido pueda buenamente darle. El padre de familia, Willy Loman, personificado por José Elías Moreno, es un hombre que ha viajado por carretera de un lado a otro de la Unión Americana por 34 años, dedicado al comercio ambulante. Este trabajo nunca ha dado más que para vivir modestamente e ir pagando las facturas de la casa con mucho esfuerzo y retrasos. Willy vive con el remordimiento de no haberse ido a Alaska con su hermano mayor, Ben, quien sí logró hacer una fortuna. También ha sido un padre cariñoso con sus dos hijos Biff (Osvaldo de León) y Happy (Giuseppe Gamba). El amor ciego que ha volcado especialmente en el primero, su hijo mayor, ha incapacitado al muchacho para mantener un empleo serio e incluso terminar sus estudios de preparatoria. Biff conoce un secreto que podría poner en riesgo el matrimonio de Willy y Linda y que es una espina que tiene enterrada en contra de su padre, con quien discute constantemente. La contraparte de Willy Loman es Charly, representado por Emilio Guerrero. Este hombre, además de ser su mejor amigo y vecino, lo ha apoyado siempre en los momentos de necesidad. Forma un espejo invertido en cuanto a la personalidad soñadora de Willy y en cuanto a la crianza de los hijos. Charly es un punto de comparación fuerte, puesto que su hijo, Bernard (Miguel Conde) se convirtió en un exitoso abogado y padre de dos hijos. Howard Wagner --Héctor Kotsifakis, quien representa al joven jefe de Willy--, es un pragmático hombre de negocios. El arco dramático gira en torno al regreso de los hijos a la casa paterna y de cómo Willy va perdiendo el sentido que creía que le había dado a su vida y a la de su familia. Tiene largas pláticas solitarias, en donde se dirige casi siempre a Biff, y que empiezan a llamar la atención de sus allegados. Algunos incluso sugieren que ha enloquecido, pero su mujer es incapaz de faltarle al respeto haciéndole notar el extraño comportamiento que observa en él de un tiempo acá. Linda Loman se encuentra profundamente preocupada por los intentos de suicidio de su marido, por eso le pide a sus hijos que lo ayuden. Los recuerdos de la infancia de los chicos Loman y de las visitas del Tío Ben, representado por Julián Pastor, se mezclan con la situación actual de esta familia. Todos estos elementos serán determinantes para el desenlace trágico que elige nuestro protagonista. La escenografía a cargo de Arturo Nava es de entrada muy impactante. Reconstruye una casa de los años 50 en los suburbios de Brooklyn. En el segundo acto, la habitación de Biff y Happy sirve como oficina de Howard y de Charly. En esta habitación destaca un panel que muestra el paisaje nocturno de Manhattan. Y unos paneles en el techo que le dan mucha luz y vivacidad a la estancia. La habitación matrimonial no se modifica, pero gracias a la convención teatral, la vemos convertida en un cuarto de hotel en donde Willy tiene dos encuentros con “la mujer”, una seductora amante (Talía Marcela). El diseño sonoro de Pedro de Tavira resulta un acierto a destacar, pues no sólo crea la atmósfera de la obra, sino que ubica al espectador en un tiempo determinado. --------------------------- (*) Estudiante de 6º semestre de Literatura Dramática y Teatro en la UNAM.

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