Cine: Carlos, "El Chacal"

miércoles, 27 de junio de 2012 · 21:07
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Olivier Assayas, realizador de la miniserie televisiva sobre las hazañas y eventual captura del terrorista venezolano Ilich Ramírez (Carlos, apodado El Chacal) que se exhibe en su versión reducida para cine (casi tres horas), advierte en los créditos del principio que si los hechos reflejan una profunda investigación histórica, las relaciones y la vida personal de Carlos han sido fabuladas. El pedigrí intelectual de Assayas, colaborador de los Cahiers du Cinéma, autor de un libro sobre Bergman, y director de la multirreferencial Irma Vep, impone una atención constante a la gramática discursiva y visual de sus películas. Carlos (Alemania-Francia, 2010) comienza con un pacto narrativo; para explorar la personalidad del terrorista más buscado en las décadas de los setenta y ochenta hay que inventarlo. Solamente la ficción puede dar cuenta de la complejidad de la guerra fría y de los personajes que produjo, y sin duda Carlos fue el más carismático y temido, incómodo hasta para sus propios correligionarios. La figura mediática de Carlos (Edgar Ramírez), involucrado con el Frente de Liberación Palestina, comienza a construirse a partir de los atentados y asesinatos en París en 1975; ese mismo año alcanza un punto culminante con el secuestro, en Viena, de varios dirigentes de la OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo), una misión espectacular que involucró explosiones, balas, secuestro de avión y muchos flashes de cámaras; también produjo serias desavenencias con los palestinos. Para entonces Ilich, con su look Che Guevara y puro de la cosecha personal de Fidel, podía ya presentarse como Carlos, “probablemente ustedes me conocen”. Con la caída del muro de Berlín la chamba de Carlos ya no encaja en ningún lado; termina por convertirse en una especie de mercenario, con guardaespaldas, camionetas y caserón; más tipo narco de los de ahora que revolucionario de entonces. La producción es acuciosa, el ambiente de esas décadas se respira en los lugares por donde Carlos pasó y vivió, de Londres y París a Beirut, Damasco, Trípoli, Berlín. Edgar Ramírez, compatriota de Carlos, parece encarnarlo en cuerpo y alma, del atleta de los entrenamientos palestinos al panzón decadente que se hace una liposucción en Jartum. En la medida en que el Carlos de esta ficción se convierte en una especie de playboy terrorista, Assayas explota la corporalidad del personaje, y el actor venezolano supo anclarse en carne y entraña. Carlos es un laberinto de contradicciones políticas, morales y emocionales; Olivier Assayas, artista e intelectual de peso completo, orienta  la carnalidad  de su personaje a través de un narcisismo desaforado, aquí, especie de hilo de Ariadne. Si las armas son extensión de su propio cuerpo, como susurra al oído de una de sus amantes mientras le pone una granada (no precisamente la fruta) en la boca, entonces, cuando empuña sus genitales frente al espejo se plasma la fijación fálica de la conducta de Carlos; sólo así se entiende su machismo y comportamiento deleznable con sus mujeres.

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