Teatro: La edad de la ciruela
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Dos hermanas traen a la memoria los personajes de su pasado a raíz de la inminente muerte de su madre. El teatro puede multiplicar el presente con fragmentos del pasado y transformar a los personajes que originan los recuerdos en los propios personajes del recuerdo. La edad de la ciruela del argentino Arístides Vargas hace posible, a través de su propuesta dramatúrgica, el rompecabezas de la vida de dos mujeres atadas a una historia familiar que les obstruyó su realización como personas.
La edad de la ciruela, que se presenta los miércoles en el teatro La Gruta del Centro Cultural Helénico dentro del ciclo Ópera Prima, es llevada a escena por la Compañía Ehécatl, que invitó a la actriz Aleyda Gallardo (quien debuta como directora), para dar cuerpo a esta multiplicidad de mujeres inmersas en un mundo cerrado y conservador. A pesar de que los hombres están ausentes, el patriarcado es lo que predomina.
En un espacio escénico con un mínimo de objetos, el leitmotiv de la obra es el árbol de la ciruela con todos sus significados implícitos. En la escenografía de Zayra Escobar y David Sefami, una rama sujeta en la parte superior del escenario nos remite a dicha idea. Los personajes hacen referencia constante a partir de diversas metáforas: “¿qué edad debe tener la ciruela para ser vino y no vinagre?”, dice Eleonora pensando en sus vidas y las posibilidades que se les presentaron, por ejemplo. Si la temática fundamental son las raíces, los orígenes de ellas y sus familiares, el árbol es una buena representación de ello. El árbol es un testigo inamovible del pasado; una evidencia del paso del tiempo, una fuerza que las sostiene pero también las condena. La iluminación de Martha Benítez focaliza y expande las imágenes, y la música de Carlos Ayhllón evidencia las situaciones.
Aleyda Gallardo, como directora, utiliza el foro de La Gruta con tres frentes, y al fondo, en un nivel más elevado, puede desarrollar escenas donde la intimidad se impone. A una propuesta dramatúrgica donde la palabra es el vehículo que nos transporta manipulando el tiempo y que transforma las personalidades, la directora plantea acciones que complementan los planteamientos más que describir el discurso. El vestuario fallido de Maribel Medina vuelve grotescos y de mal gusto a los personajes; les pone mandiles y baberos, zapatos imitando botas o telas que en nada favorecen el concepto estético. Las resoluciones en ocasiones no son escénicas sino obvias; un tubo de cartón representa un palo, un trapo es una rata o las sillas de ruedas son las bicicletas de la adolescencia o el instrumento de movilidad de la vejez. Las actrices Gabriel Carmona y Sandra Galeano interpretan bien a su personaje y a los que la propuesta dramatúrgica les exige: son Eleonora y Celina niñas o son sus tías o abuela. También representan a la sirvienta o son ellas en la madurez o la vejez de sus vidas. Logran la transformación gracias también a las resoluciones escénicas de la directora, pero aún requieren de profundidad, en particular en los personajes de mayor edad.
La edad de la ciruela, la obra más representada de Arístides Vargas –ya habíamos conocido en la Ciudad de México sus obras Nuestra señora de las nubes y Jardín de pulpos–, es una obra rica en significados y compleja en su realización. Un reto para aquellos que la llevan a escena y cuyo resultado es siempre diverso.
La edad de la ciruela es una atractiva obra de teatro donde se juega con el tiempo y las metáforas, y para convertir el espacio escénico en el espacio de la memoria donde todo es hoy por siempre encerrado en este círculo vital que no tiene principio ni fin.