Alicia Olivera de Bonfil y el peoresnada

lunes, 16 de julio de 2012 · 22:36
MÉXICO, D.F. (apro).- Entre los varios proyectos que la recién fallecida historiadora Alicia Olivera de Bonfil (1933-2012) emprendió, pueden citarse, además del Programa de Historia Oral del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) creado desde 1969 junto con Eugenia Meyer, el rescate del periódico cristero titulado Peoresnada, reunido en una edición en 2005. Doctora emérita del INAH y autora de El Conflicto Religioso de 1926 a 1929, sus antecedentes y consecuencias (1966); La Literatura Cristera (1994); Emilio Portes Gil, un civil en la Revolución Mexicana (1989), y en colaboración con otros investigadores La Tradición Oral sobre Cuauhtémoc (1980), así como la antología Emiliano Zapata, Olivera de Bonfil abundó en diferentes revistas científicas sobre el tema de los cristeros, el zapatismo y la historia oral. Discípula de Wigberto Jiménez Moreno, la investigadora se dio a la tarea de recopilar los testimonios de sobrevivientes de la Revolución Mexicana y la Guerra Cristera, pues consideraba a la historia oral particularmente valiosa: “Es tan prolífica como la ramas de un árbol, conjunta testimonios al margen de intereses políticos e ideológicos, testimonios reales de aquello que las personas sufrieron y protagonizaron en su vida”, dijo hace tres años, cuando con motivo de celebrar cincuenta años de trayectoria, recibió un homenaje de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, donde se desempeñó hasta el final de sus días. Según información del INAH, la investigadora trabajaba antes de su muerte en un proyecto de análisis de testimonios políticos posrevolucionarios (1910-1940) y en el estudio de la colección completa del Peoresnada. En la presentación de la publicación que compila al periódico cristero, relata que por instrucciones de Jiménez Moreno comenzó a microfilmar documentos de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Así entró en contacto con Miguel Palomar y Vizcarra, quien tenía los planes de enviar esos archivos al Vaticano pues no confiaba en las instituciones nacionales para dejarlos aquí. Su primer encuentro, dice, fue de mutua simpatía pero prejuiciado pues ella lo veía como un “fanático” que participó en un movimiento “anacrónico por estar en contra del avance revolucionario logrado en el país”. Él la consideraba a su vez, representante del gobierno oficial. Pero había un interés común. Ella como investigadora quería comprobar con la información y los documentos que sus “prejuicios” eran verdad y él quería demostrar que su lucha había sido justificada. Al paso de la relación salió a la luz la colección que él atesoraba del periódico. Eran hojas de papel de China impresas en todos los colores posibles, escritos en máquina con copias al carbón. Le llamó la atención tanto por la forma de su presentación, barata pero eficaz para reproducirlo y distribuirlo con rapidez, como por su discurso. Tras percibir su interés, Palomar la presentó con el general Aurelio Robles Acevedo, que editaba el periódico David, también cristero, quien la recomendó con la familia Ávila de Huejuquilla, Jalisco, la cual por fin le obsequió una colección completa del Peoresnada. ¿Por qué le pareció en su momento tan importante tener esa colección que ahora se resguarda en el archivo del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec? Ella cuenta en la presentación del volumen de 284 páginas, editado por el INAH: “Por las investigaciones que yo había realizado sobre el tema, tanto sobre el conflicto religioso en sí, como relativos a la literatura que este movimiento produjo, además de conocer a fondo los documentos del Archivo de la Liga, me percaté de la importancia que esta colección revestía y me propuse analizarla en detalle. En efecto, los investigadores que se han dedicado al estudio de los cristeros no mencionan en sus respectivas bibliografías esta colección, por lo que deduzco que muchos de ellos no la conocen o, en el mejor de los casos, pienso que no la han consultado por la dificultad que implica su lectura.” Los ejemplares publicados entre julio de 1927 y abril de 1929 pueden consultarse desde 2005, en esta edición hecha por Olivera de Bonfil junto con Víctor Manuel Ruiz Naufal.

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