Cine: Surrealismo en el Munal
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Tal como afirma Jacques Bersani, las manifestaciones esenciales y los grandes momentos del surrealismo han sido las exposiciones; esto no se refiere a exhibiciones de obras alineadas en serie, sino a sucesos que reunían todos los diferentes medios de la expresión artística del momento. El ciclo de cine surrealista que presenta el Museo Nacional de Arte Surrealismo. Vasos comunicantes, dentro de su temporada de pintura surrealista, evoca la propuesta ambiciosa del movimiento que encabezara el poeta André Breton.
El ojo y sus narrativas, como bien se llama el ciclo, reúne una serie de documentales, cortos y largometrajes de los más representativos de este tema en el cine: Fernand Léger, Marcel Duchamp, Marcel Ray, los clásicos de Buñuel, Cocteau y Resnais. La curaduría se muestra preocupada por vincular al surrealismo con el cine mexicano (no es exagerado decir que México fue elemento clave de la metafísica surrealista); destacan Rubén Gámez, Jodorowsky, y Buñuel de nueva cuenta.
A través del tiempo ha quedado claro que esta insurrección artística atraviesa todo el siglo XX e hizo suyos los temas que el romanticismo había planteado (Universalis dixit): la defensa de las fuerzas del inconsciente, de la imaginación y del sueño. En suma, el surrealismo reivindica la naturaleza poética del hombre.
Es un lugar común decirlo, pero no deja de sorprender cada vez que se ven y repasan obras como El perro andaluz, El discreto encanto de a burguesía, El fantasma de la libertad, que el espíritu liberador que animó al movimiento desde el principio, y que lo asoció a Marx y a Freud, sigue vivo y brioso. Libre de la solemnidad que en su momento impusieron los lugares comunes psicoanalíticos que imponían maneras de leer e interpretar los absurdos y las fantasías de Buñuel, sus cintas se disfrutan ahora mejor que nunca; por ejemplo, ver que Fernando Rey le arroja una cubeta de agua a Conchita (Carol Bouquet/Ángela Molina) en la plataforma de un tren, sorprende y provoca risa de por sí; la obviedad del comentario del psicoanalista enano de “usted debe tener una excelente razón para haberlo hecho”, es aun más hilarante.
Buñuel, en este caso, no pretende descalificar al psicoanálisis, sino al cliché de la interpretación. La primera condición para aproximarse al tema es entender que los surrealistas admiraron a Freud porque incorporó el sueño a la realidad, pero si para el autor de Tótem y tabú lo que contaba era la sublimación, para cualquier surrealista auténtico se trataba de realizar, literalmente, el sueño y todos sus contenidos.
Importa, claro está, criticar a la burguesía, sus miedos y prejuicios, pero la inolvidable secuencia en El fantasma de la libertad que presenta a un grupo de gente muy educada defecando en el comedor y escurriéndose, con mucha discreción y vergüenza, al privado para comer, no sólo es la realización concreta de un deseo sino toda una puesta en escena, una verdadera instalación donde Marx, Freud y la Santa Inquisición se ponen a bailar.