Cine: Salvajes

viernes, 27 de julio de 2012 · 18:59
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Si se acepta de entrada la posibilidad de que, en un momento dado, exista una fractura entre intención y visión política, entonces Salvajes (Savages; EU, 2012) se mira menos rebuscada de lo que parece y más representativa del conflicto que aborda, el imperio del narco mexicano y el papel de la política y cultura estadunidenses. Las entrevistas de Columba Vértiz (Proceso 1863) al director Oliver Stone y a Don Winslow, coguionista y autor de la novela en que se basa la cinta, dejan clara la intención: denunciar que el mal viene del norte; el inmenso consumo de drogas más la corrupción y la estrategia policiaca en Estados Unidos no hacen otra cosa que fortalecer el poder de los cárteles mexicanos. Salvajes ilustra lo mejor que puede esta premisa, un policía corrupto (John Travolta), un dúo dinámico de cultivadores (y sus miles de consumidores) de mariguana, Ben y Chon, son terreno fértil para que el cártel de Baja California busque imponer su ley. Los salvajes están en éste y el otro lado. La historia y el desarrollo de los personajes sugieren, sin embargo, lo contrario; una frase clave dirige, inconscientemente, supongo yo, la visión política de Salvajes, después de ver una escena de tortura y decapitación enviada por internet: O (Blake Lively) le pregunta a Chon (Taylor Kitsch) si eso es Irak. No, es la respuesta, esto es México. La nueva guerra americana está ya en la frontera. Durante la lucha que enfrenta a Ben y Chon contra la terrorífica organización de La Reina (Salma Hayek, mejor que nunca), se revelan los valores heroicos de los héroes estadunidenses: fidelidad, literalmente a prueba de balas, y valentía de caballero andante para rescatar a su amada, la rubia Ophelia a la que ambos comparten juntos y por separado, pero siempre pachecos. Cierto que Stone deja un margen para humanizar a los talibanes mexicanos (la palabra se menciona); Elena, La Reina del narco, es una madre devota que tuvo que asumir el mando con la muerte del marido (la influencia de Traffik es clara); no obstante las torturas y los despedazamientos en vivo de los traidores, las familias reciben apoyo y compensación monetaria. En realidad, es la actuación de los actores mexicanos lo que da dimensión a estos personajes; Demián Bichir mantiene siempre el tono exacto, incluso en el momento del horror. La madre mexicana que da la vida por su hijos y el peso familiar son heterónomos, valores externos que adoptan los personajes, en el fondo meros clichés. Aunque Chon parece dañado por su participación como soldado en Afganistán, su experiencia de marine y matador de hombres le viene perfecta a la acción (ingeniero de guerra), su amor por el amigo y la novia lo reivindican como héroe (en el plano narrativo, claro está). Ben es el idealista que aprende a matar (¿apaches?), un héroe del western a pesar suyo. Sólo el portorriqueño Benicio del Toro, por su lado, es capaz de abrir dimensiones más allá de toda convención, su interpretación deja entrever la grieta insondable del mal; precisamente, la herida que supura en la frontera.

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