Arte.- Bridget Tichenor y el Museo de la Ciudad de México

martes, 3 de julio de 2012 · 12:22
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Entre los múltiples retos culturales que tendrán los nuevos gobiernos, tanto el Federal como el de la Ciudad de México, se encuentra el ordenamiento del sistema museístico de las artes visuales que opera en el Distrito Federal. Además de exigir un desempeño eficiente en todos los niveles laborales, es urgente definir la identidad y valor social de las vocaciones museísticas. En los dos últimos sexenios, la indiferencia ante la creación de nuevas interpretaciones sobre los acervos originales se ha convertido en una constante y, por lo mismo, es común que el Museo Nacional de Arte importe muestras de arte internacional, que el Museo Nacional de San Carlos integre al arte contemporáneo, y que el Museo de la Ciudad de México ocupe todas sus salas para exhibir arte moderno y conceptual. En este último recinto, perteneciente a la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, se presentan actualmente tres exposiciones: una individual de la conceptualista Minerva Cuevas –artista de la Galería Kurimanzutto– que se inauguró en el contexto de la feria internacional Zona Maco el pasado 13 de abril, otra individual de la pintora conceptual Beatriz Zamora, quien pertenece al establo de la Galería Enrique Guerrero, y una atractiva muestra de la pintora surrealista Bridget Tichenor. Nacida en París en 1917, Bridget Tichenor fue modelo de Coco Chanel, editora de la revista Vogue y estudiante de arte en Londres y Nueva York. Su primera relación con México la tuvo a partir de su primo Edward James quien, en 1947, la invitó a conocer el alucinante jardín surrealista que había construido en Xilitla, San Luis Potosí. A partir de 1953, se mudó a la Ciudad de México y se vinculó con las surrealistas Leonora Carrington, Remedios Varo, Alice Rahon y Kati Horna. Admiradora de las estéticas renacentistas italianas y estudiosa de imaginarios espirituales relacionados con la alquimia, Bridget Tichenor desarrolló un lenguaje simbólico que se caracteriza por la luminosidad que emana de las atmósferas y los colores. Realizadas en pequeños formatos que resaltan por la delicadeza de las superficies pictóricas, sus pinturas fusionan vocabularios abstractos y figurativos a través de paisajes y representaciones de seres fantásticos. Evidentemente surrealista, en su iconografía los ojos son protagonistas esenciales. Abundantes, redondos, escondidos o tan grandes que llegan a opacar al rostro que los contiene, los ojos no constituyen miradas sino seres independientes que sugieren la existencia de realidades no visibles. Otro protagonista importante de su narrativa es el huevo. Símbolo de vida y transformación de la materia, su presencia remite a las exploraciones alquímicas de la artista. Transfigurados en cuerpos para los ojos o en formas que se deshacen para convertirse en hogares o refugios, los cascarones destacan por la amabilidad y gozo de su transmutación. Integrada por piezas realizadas desde los años cincuenta hasta los ochenta, la muestra permite ubicar el desarrollo de una artista que se inició en la abstracción, continuó con el paisaje, inventó seres simbólicos y concluyó con la presentación de rostros que manifiestan abiertamente la dualidad. Interesante y atractiva por la excelente pintura que exhibe, la exposición de esta creadora, que vivió hasta 1990, bien podría convivir con otra que tratara algún aspecto, pasado o presente, histórico o actual, de la Ciudad de México.

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