El MOMA en el Palacio de Bellas Artes
MÉXICO, D.F. (Proceso).- A diferencia de las atractivas exposiciones que organiza en su sede, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) presenta en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, dos proyectos que sorprenden por su disparidad curatorial, mediocridad museográfica y carencia de servicios de comunicación didáctica.
Si bien la relevancia de los autores y la calidad de las obras es incuestionable, el contraste entre la abundante y expansiva selección de la muestra Expresionismo alemán: el impulso gráfico. Obras maestras y la acotada escasez en Edvard Munch: simbolismo gráfico. Obras maestras, se suma a la impertinencia mercadológica de considerar a todas las piezas como obras maestras.
Exhibida en el MOMA en 2011, la muestra de expresionismo alemán aborda el inicio y desarrollo de esta vanguardia artística a través de 249 piezas entre las que se cuentan xilografías, litografías, grabados en metal, dibujos, publicaciones y aproximadamente tres óleos. Estructurada con un concepto curatorial que expande el expresionismo hasta los inicios de la Nueva Objetividad, la exposición abarca la creación realizada en el contexto germano de 1906 a 1924. Centradas en poéticas contrarias al naturalismo académico, críticos ante las consecuencias del progreso y exploradores de las posibilidades que tiene el color y la forma para presentar las emociones humanas y no sólo la superficie retinal, las estéticas expresionistas deformaron lo visible con el objetivo de manifestar verdades que alteraban a las conciencias tradicionales, desde consecuencias de la transformación industrial-urbana hasta planteamientos religiosos, políticos, corporales y eróticos.
Congruente con la historiografía de la historia del arte, la exposición considera a la agrupación artística El Puente (Die Brücke) como el inicio –Kirchner, Heckel–, continúa con el Jinete Azul (Blaue Reiter) –Kandinsky, Marc–, integra la resonancia expresionista en Austria –Schiele, Kokoschka–, y plantea su desarrollo teniendo como referente el antes y después de la Primera Guerra Mundial –entre otros, Feininger, Rotluff, Nolde , Beckmann, Dix y Kollwitz–. Con muy pocas piezas de Kandinsky y Grosz, y abundantes de Nolde y Beckmann, en el conjunto sobresalen la serie de la Guerra de Otto Dix, las xilografías de Käthe Kollwitz y los dibujos de Egon Schiele. La museografía, oscura y saturada, inhibe lamentablemente la visibilidad y apreciación del dramatismo bélico de Dix.
Sin criterios curatoriales que permitan ubicar la decisión de incluir 26 obras en papel del famosísimo noruego Edvard Munch (1863-1944) –no sólo este autor se considera un antecedente del expresionismo sino también Van Gogh, Ensor, Klimt–, el MOMA exhibe ejemplos de sus principales temáticas realizados entre 1894 y 1902: la enfermedad, la fatalidad del amor, los celos, la mujer fatal, la soledad. Repetidor de sus propias imágenes y creador de obra gráfica a partir de 1894, Munch realizó diversas versiones, sin numerar, de su conocida iconografía. Si bien el MOMA trajo a México una interesante versión de la Madonna, que además de enfatizar el simbolismo femenino con la imagen de un feto mantiene vínculos formales con el Jugendstil por la representación de espermatozoides enmarcando a la perturbadora mujer, la versión gráfica de su obra emblemática, El grito, se quedó en Nueva York.
Sin explicaciones mínimas que permitan contextualizar la riqueza y diversidad del pensamiento, actitud artística y estéticas del expresionismo alemán, la exhibición en el recinto mexicano carece de catálogos, folletos o guías para el público adulto, joven e infantil. Sobre la muestra de Munch, no queda más que decir que se reduce a la fama de una autoría.