Arte: La vida como un sistema funcional

lunes, 9 de julio de 2012 · 22:26
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Uno de los territorios más sorpresivos y frágiles del arte contemporáneo es el que vincula al arte con la ciencia y la tecnología. Oscilante entre la fascinación científica y la exploración tecnológica, la creación artística se percibe muchas veces no tanto como un ámbito autónomo, sino como un apoyo para la divulgación del conocimiento científico, o como una aplicación estética de herramientas tecnológicas. Relacionado comúnmente con las prácticas artísticas en medios electrónicos, este género creativo abarca campos cognitivos relacionados con la química molecular, la biología, la física, la robótica y las matemáticas. En México, además de las poéticas relacionales de alto impacto mediático del internacionalmente reconocido Rafael Lozano-Hemmer, sobresalen algunas propuestas que se caracterizan por la conciencia humanista que las sustentan. Entre ellas, las obras de Ariel Guzik vinculadas con el ámbito ecológico y, en el contexto de imaginarios prehispánicos, las esculturas e instalaciones de Federico Silva Lombardo. Apoyado financieramente por el Centro para la Evolución Química de la NASA/NSF en Estados Unidos, el artista Ignacio Rodríguez Bach (México, 1966) se suma actualmente a las estéticas científico-humanistas con un proyecto que tiene como objetivo proponer un marco conceptual que permita construir una teoría de la vida. Convencido de que lo importante no es definir el origen sino la identidad, el artista plantea que la vida es un sistema funcional de formas que se organizan y transmutan en diferentes estructuras. Para comunicarlo visualmente, el también conocido como Nacho Rodríguez presenta actualmente en el Museo de Historia Natural de la Ciudad de México una narrativa curatorial que, bajo el título de De la forma a la función, integra obras escultóricas, pictóricas y mediáticas que fusionan los tres ejes que sustentan su propuesta: naturaleza, física y cultura. Integrada en módulos o subtemas temáticos que abordan, a partir de metáforas, la transformación, destrucción y reorganización funcional de la materia, la muestra provoca la reflexión a partir de instalaciones lumínicas y objetuales, esculturas sonoras, pinturas, dibujos y gráficas digitales. Convencido de que la materia se compone de formas esenciales que se destruyen y reconstruyen adquiriendo distintas funciones, Nacho Rodríguez inicia la narrativa evidenciando la similitud que existe entre la estructura química de la clorofila y la hemoglobina. Diferenciadas únicamente por los arrendatarios que las ocupan –plantas, animales o seres humanos–, estas estructuras en neón inician una historia artístico-visual repleta de sugerencias: la energía del soplo de la vida evocada a través de un recipiente para gasolina, la investigación creativa materializada a partir de lámparas y libros, la transformación constante de la materia evidenciada en proyecciones semiabstractas, la constancia del caos reflejada en un dado de siete puntos y la complejidad de la vida ejemplificada en la secuencia de círculos que remiten a una flor de loto. Espléndidamente museografiada por el artista, la muestra carece de explicaciones que permitan descifrar el significado y contenido de cada una de las piezas. Lúdica y exageradamente críptica, la exposición, más que definir lo qué es la vida, cuestiona indirectamente la posibilidad de establecer relaciones entre la creación artística y el proceso cognitivo de la ciencia.

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