Arte.- La banalidad del Museo Nacional de San Carlos
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Con tres exposiciones que involucran su acervo de arte renacentista, barroco y decimonónico con expresiones de arte contemporáneo, el Museo Nacional de San Carlos de la Ciudad de México evidencia el desorden estructural que impera en las artes visuales del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Confusas en sus conceptos e imprecisas en sus narrativas curatoriales, las muestras delatan no sólo cierta debilidad profesional, sino además la carencia de programas museísticos coordinados que aseguren la realización de propuestas curatoriales con propósitos artísticos significativos y pertinentes.
Curada por el artista en colaboración con la directora del museo, Carmen Gaitán, la exhibición del alemán Thorsten Brikmann (1971) se presenta como una intervención de fotografías y ensamblados escultóricos en los muros y espacios donde se exhibe la colección permanente. Atractivo especialmente como fotógrafo, Brikmann ha desarrollado un irreverente lenguaje visual que remite a poéticas vinculadas con el retrato aristocrático.
Realizados a manera de ensamblados performáticos, con materiales y objetos de desecho que el artista obtiene en basureros y mercados de pulgas, sus pseudoautorretratos –en los que nunca se ve su rostro– sorprenden por la ficción retinal de las composiciones. Vinculadas estéticamente con la pictoricidad barroca y rococó, sus fotografías plantean una divertida burla a la frivolidad aristocrática que se fortalece con los retratos perrunos provenientes de la serie Ernie. Explícitas al comparar el arte de los old masters –viejos maestros– con basura y baratijas, las obras de Brikmann califican simbólicamente al acervo del Museo Nacional de San Carlos como mercancía de un mercado de pulgas.
En lo que respecta a los ensamblados escultóricos, su poética, banal y mediocre, no merece intervenir la única colección gubernamental de viejos maestros.
Cocurada también por Gaitán en colaboración con el artista, la muestra del excelente pintor mexicano Gustavo Monroy incomoda por su forzada simplicidad curatorial. Integrada por dos propuestas que remiten a una serie de naturalezas muertas realizada en 2009 y a su reinterpretación contemporánea de un biombo virreinal de la Conquista proveniente de 2010, la exposición de Monroy es un grito desesperado que denuncia los efectos de la violencia generada por el narcotráfico y el sistema político. Expuesta como un diálogo simplista con la imaginería católica y las naturalezas muertas barrocas, la exposición demuestra un gran desconocimiento de la dimensión simbólica del arte contemporáneo.
Y por último, la muestra El rostro de la mujer en la historia del arte. Curada por Marco Antonio Silva y Ana Carpizo –subdirectora del museo–, la aburrida selección descriptiva de retratos femeninos del acervo del recinto se altera con la presencia de tres obras que, sin remitir a ningún rostro, sobresalen por su arbitraria selección: un textil de Marta Palau, una instalación escultórica de Betsabeé Romero y la instalación de burbujas generadas con agua de limpieza de cadáveres de Teresa Margolles. La otra instalación de Romero, denominada Coronas al viento, fue dañada por una tormenta ya que se encontraba expuesta en el exterior.