Cielos
MÉXICO D.F. (apro).- Wadji Mouawad, el dramaturgo de los enigmas. Así podríamos definir al creador de la tetralogía denominada La sangre de las promesas y así lo confirma en la recientemente estrenada Cielos, última entrega de lo que ha sido el acontecimiento teatral de nuestro país en los últimos años, bajo la dirección de Hugo Arrevillaga.
Desde mi punto de vista se trata del menos emotivo de los textos que integran La sangre de las promesas, quizá porque, a diferencia de las obras anteriores (Incendios, Bosques y Litoral), va de una historia general a las particularidades de cada uno de sus personajes.
El punto de partida es el trabajo de un grupo de especialistas en diferentes aspectos del espionaje y el mundo cibernético que tratan de descifrar los códigos de un grupo de jóvenes terroristas que plantean un gran atentado internacional en algunas de las principales capitales del mundo.
A partir de ahí se desarrollará una historia en la que, como el propio autor señala, el espectador verá al mismo tiempo un desgarro y una belleza, un dolor y un consuelo.
Mouawad reconoce que, contrariamente a lo que sucede en las otras tres obras que integran la tetralogía, Cielos no sustenta ninguna referencia al pasado, ni a la infancia, ni a los orígenes de los protagonistas; no es un grupo de actores interpretando cada uno a varios personajes; no hace coincidir ni dialogar a los vivos con los muertos, por lo menos no metafísicamente sino a través de un mensaje críptico-poético (aunque para algunos sea redundancia) guardado en una computadora.
En medio de esta historia de intriga y espionaje, de seres aparentemente insensibles, ocupados en sus propios fantasmas ocultos tras de sus múltiples destrezas profesionales, Mouawad y Arrevillaga nuevamente hacen resaltar esos aspectos que nos definen como humanos.
Como dije al principio, el común denominador en la tetralogía es el enigma, esta vez encarnado en un criptólogo profundamente interesado en la relación entre la poesía y las matemáticas (otros dirían entre Dios y la ciencia), que a través de su trabajo termina por encontrar una dolorosa realidad que nos lleva a otro eje fundamental de La sangre de las promesas, la trascendente y profunda relación emocional, para bien o para mal, entre padres e hijos.
Así vemos en escena a un hombre que al descubrir una dolorosa verdad a cerca de su hijo opta por el suicidio; un padre a distancia que intenta mantener el vínculo amoroso con su hijo adolescente; a una moderna Medea que, después de haber matado a sus dos hijas, a su marido con su amante y a los dos hijos de éstos, la vida le da la oportunidad de volver a ser madre; y por último, el hijo de uno que mata al hijo de otro. No obstante todo este dolor, Mouawad no apaga la llama de la esperanza.
Quiero destacar también el excelente trabajo actoral de Tomás Rojas, desde mi perspectiva uno de los histriones más sólidos de Tapioca Inn, como lo demuestra también con su maravillosa y conmovedora actuación en Litoral.
Finalmente sólo me resta desear una larga vida a La sangre de las promesas, más allá de la temporada que actualmente realiza en el Teatro Benito Juárez. Por lo pronto Bosques ya tiene programada una nueva temporada en alguno de los teatros del Centro Cultural del Bosque. Esperemos que el resto de las obras corran con la misma suerte y que más público tenga la oportunidad de ver estos trabajos que sin duda son ya un hito en el teatro mexicano.