¿Cierto o no?
MÉXICO, D.F. (apro).- El autor de la presente fue uno de esos merecedores del título de “Casandra”, o sea, un ser condenado a que sus advertencias no se tomen en cuenta.
Aclaro: servidor fue, respetados congéneres vivientes, uno de los tantos que terminada la segunda Guerra Mundial adelantó una serie de opiniones que si se hubieran considerado, reflexionado las mismas y seguido mis observaciones, seguro de que la globalidad en la que se mueven no sería tan contradictoria, precaria y dramática por tanto. (Espero que sabrán perdonarme mi presunción).
Servidor fue aquel que en plena primera Guerra Mundial, cuando mis alumnos me decían: “El mundo se hunde, maestro”, contestaba: “Puede ser, pero hay que volver a levantarlo de nuevo”. Les informo de ese hecho, ya que aparte de que demuestra que no era un pesimista y mi plena fe en el humano, espero que les sirva para que tengan más elementos para un más justo juicio sobre mi persona.
Bien, servidor era de la idea de que el sistema capitalista había tenido su época y tenía que desaparecer, no por la violencia, sino por el aumento progresivo de la democracia. Igualmente pensaba que el capitalismo era enemigo de la libertad. Ustedes, lectores de la presente, que en esa su globalidad están viviendo la persecución de los que practican la libertad de informar veraz, suficientemente y de manera oportuna de todo hecho que se relacione con lo social, con lo comunitario, ¿qué dicen?, ¿estaba en lo cierto o no al pensar así?
Mis anteriores opiniones se fueron afirmando en mi pensar, al ver que el capitalismo, en dos ocasione durante la vida de una generación, arrastró a los jóvenes del mundo a tomar las armas y los obligó a seguir el camino que conduce a la muerte y desató una crisis económica que puso en peligro de muerte a todas las sociedades del planeta tierra. Igualmente creí de buena fe, como otros muchos, que la derrota del nazi-fascismo en la segunda Guerra Mundial, significaba también la superación del capitalismo individualista de la economía clásica, el cual, pensaba, debía ser considerado como un anacronismo, debido al incremento de las relaciones industriales-financieras y al surgimiento de un clase de dirigentes económicos (los manager-class descritos por el sociólogo James Burnham, estadunidense él) notable en primer término por sus malabarismos financieros (la contabilidad creativa, el mercado de futuros y los “paraísos fiscales”, por ejemplo); malabarismo económicos que los hace tanto amos de los accionistas como del consumidor y de dar tamaño a las naciones. Su poderío es tan impresionante por el volumen como irresponsabilidad de sus transacciones, por lo que se ha llegado a un punto en la evolución de la historia en que o bien tal poderío debe ser subordinado de los más, o bien el interés de los más se convierte en un subordinado y servidor del interés de los menos. Asimismo, juzgué que la política de los tiempos modernos debería estar fundada en una democratización de la economía. También dije que no se podía esperar el logro de la democratización económica si aquellos que son dueños y controladores de la propiedad, las que sean, logran privilegios especiales o se los deja proceder arbitrariamente.
Igualmente estimé que, para que se cumpliera la democracia, los gobiernos debían regular y llevar un control para que las fuerzas económicas estén al servicio de la colectividad y no de la minoría y regular y fiscalizar que las inversiones se lleven a cabo en provecho del bien común y no mayormente en beneficio de los menos. A lo anterior, les recuerdo que al término de la segunda Guerra Mundial preví y advertí sobre un dominio mundial norteamericano o anglo-norteamericano; dominio que por la propia naturaleza de las cosas estaba llamado a caer en el abuso, ya que a fin de crear una autoridad que estaría por encima de posibles desafíos, Estados Unidos o la alianza anglo-norteamericana, de la manera que fuera, intentaría organizar la economía de todo otro conglomerado o grupo en el que podría organizarse esa amenaza y como no hay miedo que no conduzca a la intolerancia y no hay intolerancia que no lleve a la represión, correría el peligro de caer en un círculo vicioso de conflictos consecutivos que haría de la sociedad mundial algo así como un infierno de todos tan temido.
Lector de la presente: en cualquier esquina de la globalidad en que viva su vida, usted dirá si fueron acertadas o no mis ninguneadas advertencias y observaciones.
Como despedida les digo: si usted es de los frustrados y por ello considera que el mundo se hunde, le sugiero que piense que también es posible volver a levantarlo… claro, si se actúa con toda energía para conseguirlo, pues, como escribió W. Blake: “Deseos sin hechos no engendran otra cosa que pestilencia”.
Con el sincero deseo de lo mejor para todos ustedes, congéneres vivientes.
HAROLD J. LASKI