Teatro: "El narco negocia con Dios"
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En el microcosmos de las dificultades amatorias de una pareja, se nos viene encima toda una realidad social. El narco se mete hasta en la cama de la vecina para subsanar, complicar y destruir lo existente. No es su mano la que ejecuta, sino las circunstancias que provoca. Todo está permitido sin un juicio que condene. La moralidad es un terreno pantanoso donde se hace difícil discernir entre el bien y el mal, y la obra de Sabina Berman lo hace patente.
El narco negocia con Dios es una obra de teatro que se inserta en nuestra actualidad y pone al espectador en medio de dilemas de conciencia. La autora juega con habilidad entre lo individual y lo social y parte de los problemas de una pareja para hablarnos de la podredumbre de un sistema. Le impregna a la historia un atinado sentido del humor que la directora Ana Francis Mor lo hace transitar de la comedia a la farsa. Reímos por los equívocos, la burla hacia los personajes, el absurdo de la situación y el drama soterrado.
La pareja que Sabina Berman nos presenta es un matrimonio en crisis en el que él es un intelectual deprimido, resignado y sin capacidad de acción, y ella una frívola mujer, impositiva, que al sólo velar por sus intereses es incapaz de tener una visión inteligente y con perspectiva. Dada la insolvencia económica del marido, ella ha optado por un amante rico que le cumpla todos sus caprichos. La llegada de la hermana de Alberto, una catoliquísima mujer, hace que el acuerdo se vea cuestionado y despierte en él la furia y un accidente mortal con el que la historia gira intempestivamente.
La estructura dramática planteada permite ir conociendo la dinámica de la pareja, primero, y el conflicto que provoca la hermana, después. El narco funciona como un personaje pivote con el que el protagonista abre su proceso de transformación. Si bien el elenco es de gran calidad, sobresalen las interpretaciones de Juan Carlos Vives, en el papel del intelectual, y Moisés Arizmendi, como el narco. Vives va de la sumisión a la completa rebeldía, despertándose en él su capacidad de pensamiento. El narco, de modo más caricaturesco, con tics y todo, no sólo rebate los planteamientos de Alberto, sino que saca a la luz vicios de la sociedad que a todos indignan: el enriquecimiento ilícito de nuestros gobernantes, la violencia indiscriminada y la lucha entre narcos, por ejemplo. Sabina Berman sabe cómo llevar a los personajes de un lado a otro e involucrar al espectador en su evolución. El débil se vuelve fuerte, a la arbitrariedad se le ven sus dependencias y la persignada termina saltándose todas las normas.
Xóchitl González diseña el espacio y la iluminación con sencillez y contundencia, y hace que la obra viva el realismo y se creen las atmósferas necesarias.
Mor encuentra el ritmo para que el humor progrese y se detenga en los momentos reflexivos, aunque añade bailes insulsos en algunas transiciones que poca risa provocan. De la ligereza se salta a la ridiculez de la situación o a la discusión de ideas con un ritm o que va en ascenso, aunque el epílogo alarga la obra sin necesidad. Lo dicho fue dicho con astucia e ingenio por Berman, autora que vuelve a la carga después de su obra Extras, adaptación de Stones in his pockets de Marie Jones, que bajo su dirección y las actuaciones de los hermanos Bichir llevó a escena con muy buena aceptación de público en el Julio Castillo en 2004. Ahora, con El narco negocia con Dios en el Foro Shakespeare, revela una realidad que entre risa y risa nos cuestiona y nos hace sentir que sacar la cabeza de este fango de corrupción e impunidad es una responsabilidad individual que necesita volverse una responsabilidad social.