Cine: "Mátalos suavemente"

martes, 22 de enero de 2013 · 21:57
MÉXICO, D.F. (Proceso).- El extravagante título de esta tercera cinta del australiano Andrew Dominik (Killing Them Softly; EU, 2012) refiere al comentario de Cogan (Brad Pitt), un escrupuloso sicario que elimina a sus víctimas a distancia para evitarse la pena ajena de escucharlas humillarse y pedir clemencia. Mátalos suavemente es la adaptación de una novela (Cogan’s Trade, 1974) del recordado George Higgins, profesor, periodista y novelista, calificado por sus admiradores como el Balzac de Boston, que reinventara el género policiaco;  Dominik traslada el relato a 2008, año de elecciones, y satura las escenas de matones con debates televisivos entre Bush y Obama, un fondo sonoro que compite con la música de Johnny Cash. La trama es muy escueta, lo importante son diálogos y estilizadas secuencias de golpizas y asesinatos; un par de gánsteres adictos, grasientos y de poca monta, asaltan una casa ilegal de juego; habrá que eliminar a los culpables, y para mantener la imagen de marca, el jefe (Ray Liota) del establecimiento también debe perecer; la mafia contrata a Cogan, quien a su vez subcontrata a otro, el más decadente de todos (James Gandolfini). Sin perder el status de cine negro (néo noir) posmoderno que funciona a base de sarcasmos, coreografías de acción violenta, citas de clásicos de cine, literatura y periodismo de quinta, Mátalos suavemente juega también con la metáfora política que resume la frase de uno de los mafiosos: “Estados Unidos no es un país, es un negocio”. La escritura de George Higgins desconcierta a los no iniciados con su exceso de diálogo y poca acción; con Mátalos suavemente ocurre un poco lo mismo, diálogo y ponderación en boca de criminales ocupan más lugar que las escenas de acción; la violencia, el seguimiento de la bala, la fiesta de sangre, se muestran de manera tan estilizada, en el fondo tan distanciada, que el cinéfilo en busca de adrenalina termina por perder el sabor. Cierto es que quedaría muy poco material sin esos largos diálogos retacados de humor negro; pero al igual que en su anterior El asesinato de Jessie James por el cobarde Robert Ford, Andrew Dominik ofrece el placer culpable de su trabajo en el texto, contrastado éste con secuencias desquiciadas y con estupendas actuaciones de actores, que además logran parodiarse a sí mismos (Gandolfini de Los soprano, Ray Liota de Buenos muchachos). La crítica política de Mátalos suavemente no alcanza a esconder su regodeo por la violencia; la depresión económica y el mercantilismo quedan a nivel del mero contexto, como el paisaje polvoriento de un Western. Escrúpulos aparte, si se mira un cierto género incipiente, de trascendencia incierta, que cierra círculos y abre otros nuevos, Quentin Tarantino y los hermanos Cohen aprendieron a hablar con la voz de George Higgins: Pulp Fiction, Jackie Brown, Fargo, por citar algunos, estiraron el humor, se pitorrearon de lo políticamente correcto, glorificaron la estulticia de los asesinos y por abajo del agua llevaron el thriller a un nivel operístico; con Dominik, quizás el término apropiado sería divertimento o música de cámara.  

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