Álvaro Mutis en el centenario de Porfirio Barba Jacob

miércoles, 9 de octubre de 2013 · 18:51
MÉXICO, D.F., 8 de octubre (apro).- Hace 130 años, el 29 de julio de 1983, se cumplió el centenario del nacimiento del poeta colombiano Porfirio Barba Jacob. Para conmemorarlo la revista Proceso entrevistó a su compatriota y colega, Álvaro Mutis. El trabajo se presentó así: “Centenario del poeta colombiano. En el desorden de su vida, Barba Jacob no cayó en la vergüenza de hacer una carrera literaria: Álvaro Mutis” (no. 355, 22 de agosto). El mismo Mutis sugirió el encabezado. Ahora, ante el fallecimiento de éste, se reproduce íntegra la conversación, ocurrida en la sala de su casa de la Colonia San Jerónimo, donde vivió por décadas. Ambos poetas se integraron a la vida mexicana y murieron en la Ciudad de México. * * * Álvaro Mutis conoció en su adolescencia la poesía de Porfirio Barba Jacob y fue para él “una revelación maravillosa”. Se trataba de una lectura “obligada, medio secreta, porque yo tenía 15 años y toda esa rebeldía que hay en la obra de Porfirio cobra cuerpo en la adolescencia”. Dejó de leerlo muchos años y cuando se le pidió el texto que acompañaría al disco sobre Barba en la serie “Voz Viva de América Latina” que editó la UNAM, hizo una lectura “en una época poco propicia para entenderlo porque entonces leí sólo esa bisutería verbal que hay en él y no tuve la inteligencia y la paciencia de ver lo que ya había visto”. Hoy en día el poeta de Bogotá piensa de su compatriota, nacido hace 100 años en Santa Rosa de Osos, departamento de Antioquía: “Es milagroso el sentido del ritmo, de la armonía y de la música en su poesía. Tenía un oído privilegiado y en eso era verdadero discípulo de Darío. Porfirio es un poeta de primera. Considero que esos pequeños tropiezos que puede tener el lector ahora (con esas palabras cursis, pasadas o muy usadas, que ya no me molestan), comparadas con la grandeza de su poesía, no son nada. Es un poeta del destino humano de una hondura enorme”. Dice también que es un verdadero poeta maldito, “no de posición literaria”; lo considera además “el primer rebelde sin causa que los muchachos de hoy entenderían muy bien”, y lo cree “injustamente editado, injustamente olvidado, injustamente biografiado”: “Cómo será el sino diabólico, infernal de este hombre, que el hecho de que su obra no se haya reconocido y su vida no se haya escrito, forma parte de su destino. No jugaba a ser maldito: era maldito-maldito.” Pero la leyenda --dice Mutis en el estudio de su casa en San Jerónimo-- nos lo ha alejado de su vida y ha opacado su obra, como a Wilde. Vida y obra literaria tenían en el antioqueño un sentido especial que Mutis concentra en estas frases, cuando se le interroga acerca del lugar que ocupa entre los poetas de su tiempo: “Puede parecer una evasiva: no ocupa el lugar que merece. Pero es que en cualquier historia de la literatura debe aparecer como posmodernista, al lado de Lugones, Valencia, Eloy Blanco y bueno... no puede haber clasificación más errada. Porfirio es poeta impar, por su actitud no pertenece a ninguna escuela, porque en ese infinito desorden que fue su vida se cuidó mucho de no caer en la horrible vergüenza de lo que se llama una carrera literaria.” De simas no sondeadas subía a las estrellas Tan desordenado fue este hombre que sucesivamente se llamó Miguel Ángel Osorio, Main Ximénez, Ricardo Arenales y Porfirio Barba Jacob, que nunca publicó “sino que le publicaron”: Rosas negras lo editó su amigo el poeta guatemalteco Rafael Arévalo Martínez en 1932, reeditada un año después también en Guatemala, y la compilación Poemas intemporales (1944) se hizo en México, ya después de muerto. Con ocasión de su fallecimiento, en 1941, se hizo una edición oficial en Colombia que se tituló Antorchas contra el viento. “Recuerda Andrés Henestrosa, que lo conoció --señala Mutis--, que Porfirio nunca corrigió el último verso del último cuarteto de la “Canción de la vida profunda”. Lo lee, como leerá o dirá de memoria a lo largo de la entrevista otros que se relacionan con el tema en cuestión:
Mas hay ¡Oh tierra!, un día... un día... un día... en que levamos anclas para jamás volver... Un día en que discurren vientos ineluctables. ¡Un día en que ya nadie nos puede retener!
“Nadie puede ser una persona, pero en el original decía nada, que es todavía más duro: no es que `nadie nos puede retener' sino que `nada nos puede retener'. Y nunca lo corrigió.” Alguien calificó como “el cuarteto más terrible de la literatura en lengua española” éste del mismo poema:
Y hay días tan lúgubres tan lúgubres como en las noches lúgubres el llanto del pinar. El alma gime entonces bajo el dolor del mundo y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Para Mutis el verso final no sólo es terrible, sino absurdo, demoledor. Y entra de ello a otros cuando dice: “Era un hombre que se la juega toda, que se funde, se arde, entonces, a qué hora  va a hacer carrera literaria, si lo que queda son testimonios fugaces de las hermosas regiones que visitó:
De simas no sondeadas subía a las estrellas; un gran dolor incógnito vibrada por su  acento; fue sabio en sus abismos...”
Mutis se alegra, se apasiona:
“Hay que leer esa obra, carajo”. Y repite: Decir cuando yo muera (¡y el día está lejano!): (...) era una llama al viento y el viento la apagó.
“Es un retrato. Este poema (`Futuro') señala su posición como homosexual, la vida del homosexual en San Juan de Letrán. Es un poema de primer orden donde está narrada, expuesta su condición humana en el verso “fue sabio en lo abismos”. Porfirio fue un hombre que asumió su condición homosexual con toda plenitud: sin pudor, pero también sin ostentación. No parece necesario que aclare que no lo admiro porque fuera homosexual, lo que no me parece ninguna virtud, sino por la forma en que lo asumió. Qué sentido de la música. Hay que imaginar al tipo disparándose estos versos hacia 1900:
Como en Sodoma un día, nuestro día es para el goce estéril.
“No descarto de sus problemas personales el cambio que hacía de sus nombres, aunque lo hacía por sus colaboraciones en los periódicos o por sus ataques a dictadores; pero en aquella época el homosexualismo era nefando pecado (escribió en “La balada de la loca alegría” el verso “Fui Eva y fui Adán”). Y así asumió también su condición de hombre vicioso:
Soy un perdido, soy un marihuano, reíd, cantad al son de mi canción.
Lenguaje modernista, poeta revolucionario Pero ya como poeta en la parte artesanal (“de carpintería, como dice Gabo”), refiere Mutis, residente en México desde 1956 y autor de Summa de Maqroll, El Gaviero y Caravansary, Porfirio Barba Jacob era “víctima del vocabulario del modernismo”. “Usó un instrumento del cual se había abusado y se llegó al exceso y desgaste de las palabras. Cuando usa azur, próbido, alquería, rosicler, esas palabras pesan, gravan, opacan la visión luciferina intensa, descarnada que tiene él de su propia condición.” --¿No leía a los escritores de su tiempo? --Barba Jacob fue un hombre de una cultura muy superficial. Pero evidentemente tenía muy leídos a los autores esenciales del español: su Quevedo, su Lope, su Darío, su Herrera y Reissig, su (y aquí tal vez estaba lo malo) Núñez de Arce, su Campoamor. Pero no era un hombre de libros, era un hombre de vida y sólo le interesaron los libros en cuanto se referían a la verdad de la vida (y no por cierto a la verdad material). D'Annunzio influyó mucho en él (lo conoció por traducciones) y Valle Inclán. No leyó francés ni inglés. Soportó como nosotros traducciones pésimas. Pero era un personaje dramático más grande que toda posible anécdota literaria o cultural. Para poner un ejemplo de esto (y un poco porfiriano también): es como si ante un abismo uno se preocupara por ver una veta calcárea. ¡No, carajo, es un abismo, estamos frente a un abismo! Muchas palabras de Porfirio se nos han perdido, ya no las usamos, pero su obra es enorme. Con esas pequeñeces no leeríamos a los románticos franceses, y sin embargo, qué poesía. Recuerda Mutis más versos: Señora, buenos días, señor, muy buenos  días... Decidme, ¿es ésta la granja de Ricat? “Unos versos así son inconcebibles en ese momento, Porfirio es un revolucionario. Al principio hablábamos de la poesía cotidiana, antes de la entrevista, ¿no? Pues esa poesía que Novo realizó espléndidamente, también Pellicer y Sabines hoy, eso lo hizo Barba Jacob en 1906”. –¿Por qué su obra no se ha recopilado? --La leyenda de Porfirio es embrujante, apasionadora. Piense en un hombre que acepta su condición homosexual y la presenta como una faceta más de la riqueza de una persona; que presenta la droga y el alcohol con desparpajo y lo hace así por toda hispanoamérica. Esta leyenda es demasiado atrayente y todo se queda en `La canción de la vida profunda', pero no: piense en esa injusticia, hay que decirlo, de que no hay todavía un trabajo exhaustivo, definitorio, documentado sobre su obra; y tampoco hay una buena biografía. Octavio Paz decía que sus impresiones de Barba Jacob eran las de conocer al genio. Paz entonces era estudiante. Yo no lo conocí. Lo conocieron Nandino y Henestrosa, Leduc, sospecho que Chumacero y José Luis Martínez. Cuenta anécdotas de él para reforzar la fascinación que ha ejercido su vida: “Murió en México en la más absoluta miseria. Fue la señora doña Clara Inés Suárez de Zawalski, esposa del embajador de Colombia, don Jorge Zawalski, la que lo llevó a una clínica para que agonizara en condiciones más o menos humanas. Imagínese que el Congreso de Colombia, cuando se supo de su miseria ordenó en un pomposo decreto que se le mandaran ¡500 pesos!. No era nada, en realidad. Hay anécdotas importantes: cuando Porfirio se paraba en la esquina del edificio de El Tiempo, de Bogotá, pidiendo `una limosna para el poeta más grande de Colombia'. O una vez que se lo llevó la policía por gritar: `ay, hijoeputa, qué jartera', que sólo se entiende en el lenguaje coloquial colombiano, que es como decir `qué aburrimiento'.” --¿Es Barba Jacob su poeta colombiano más querido? --Me ciño a su pregunta: no. Al que más quiero es a Aurelio Arturo que escribió 15 ó 16 poemas maravillosos. –¿Influyó Barba Jacob en su poesía? --No, para nada. Hubo ese primer entusiasmo de la adolescencia del que rara vez queda algo: más me quedó de don Antonio Machado o de Baudelaire, aunque nunca se han atravesado en mi vida de poeta. Pero lo admirable de Porfirio es que su vida no fue una posición literaria; fue un drama que vivió con toda lucidez y toda plenitud. Era un hombre que tenía --y es importante eso porque está en la grandeza humana, está en Goethe-- la noción del mal absoluto. Y eso es muy jodido cargarlo encima. Es el primer rebelde sin causa, un hombre que los muchachos de hoy tendrían que entender en esa actitud de liquidación total que tiene la juventud de hoy (para bien o para mal) de no tragarse nada entero: ni leyes ni normas ni modas ni ideologías. Es una condición excelsa esa de preferir que más bien todo se vaya a la chingada ante tal cantidad de basura que nos quieren hacer tragar ahora. Es la inconformidad, eso está en Porfirio. Nunca hizo concesiones. Y si las hizo fue en beneficio de sus sentidos; esa actitud descarnada, brutal sólo puede tenerla quien tiene una noción así de la vanidad y del tiempo. Y eso está en su poesía.

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