¿De dónde vienes?

martes, 12 de febrero de 2013 · 13:35
MÉXICO, D.F. (apro).- Distinguidos y apreciados lectores: ¡ah, el amor!... ¿el amor?... que tanto mueve cuerpos, psiques… y también dineros en este mundo, en especial los días 14 de febrero de cada año, día de San Valentín, nombrado patrón, o sea, protector de ese sentimiento, pulsión, instinto, como quieran llamar a esa tendencia innata denominada comúnmente con el difuso y confuso nombre de amor y de los que lo tienen y lo ejercen… ¿Pero de dónde viene ese patronazgo, esa fecha y esa celebración?... Pues resulta que, más allá de la tardía decisión de las diferentes Iglesias cristianas de dedicar y festejar a dicho santo como patrón de los enamorados… y que últimamente la cultura del consumismo la extendiera a la amistad… tal costumbre no fue de origen religioso ni comercial, ya que según estudiosos de ese hecho, el mismo tiene su raíz y se debe mayormente a los trovadores de Occitania o País de Oc, nombre que recibió en la Edad Media gran parte del sur de Francia, y eran por lo general caballeros, miembros de la nobleza que señoreaba esa región. Dichos trovadores componían los poemas que cantaban y tenían como inspiración y argumento las acciones de amor, con lo cual fueron desarrollando, primero en su región y después en el resto de Europa, el fenómeno social del amor. Extraño caso, pues no hay que olvidar que el amor caballeresco de los trovadores puso, por así decirlo, de cabeza a todos. Se dio en los siglos XI al XIII, en un mundo cristiano, donde la mujer era considerada la causante del pecado original y, por lo tanto, culpable e introductora de la muerte en el mundo, y vista como un ser inclinado a la impiedad, y como costal de porquerías y malos humores y otras lindezas por el estilo, por lo que era bien visto y admitido que fuera castigada a parir con dolor y a vivir sometida a la voluntad y hasta el capricho del varón –padre, hermanos, esposo y hasta de los hijos cuando eran mayores de edad–; tiempo aquel de los llamados Cinturón de Venus o Cinturón Florentino, manera correcta y hasta lírica e irónica de nombrar el horrendo e infame instrumento mejor conocido como cinturón de castidad; mundo en que se tenía en más el sentimiento de la amistad viril que el amor hacia la mujer y al mismo matrimonio; mundo en el que, más que otra cosa, la mujer no pasa de ser el reposo del guerrero y, en este mundo tan antifeminista, unos hombres, una minoría de ellos, los trovadores, van descubriendo que en el sexo puede haber, ¡y hay!, una especie de magia; que más allá del simple y fundamental instinto sexual y su función reproductora, comunes a todo animal, puede haber, puede efectuarse una mutación, una sublimación, una metamorfosis, una conversión en otra cosa, como en afecto es, ternura, respeto e incluso adoración por el sexo opuesto, por la mujer, sentimientos que unidos a un intenso deseo de pureza e incluso de castidad, hace entrar a la pareja en una comunión mística, más que sensual. Apreciados y distinguidos lectores de la presente: ¿están ustedes de acuerdo con lo expuesto hasta aquí en la misma? Si así es, como los estudiosos idealistas de tal hecho, son ustedes unos románticos. No hay que sorprenderse, pero resulta que hay otros estudiosos del mismo fenómeno que lo hacen desde otro punto de vista más realista, materialista si quieren, como por ejemplo Denis de Rougemont en su libro Los mitos del amor, en el que revisa y examina al amor y los problemas morales que provoca el mismo, tanto en lo personal como en lo social, y tanto si es visto y asumido como pasión mística o simple erotismo. Otro ejemplo es el del doctor Richard Lewinsohn, que en su obra “Historia de la vida sexual” sostiene que la revolución motivada por los trovadores no lo fue por romántica, pues tanto los caballeros como sus damas no se contentaban con amores platónicos, sino que tenían como finalidad la posesión física como recompensa de todo galanteo, batallas en torneos y desvelos, y nos dice que “muy rara vez se da el caso de que uno de estos amantes no correspondido, vaya a encerrarse en el claustro, desengañado y lleno de tristeza de las cosas terrenas”… pues por lo general, tanto el caballero como su dama, si no llegaban a encenderse, se consolaban buscando una nueva pareja. Estas realidades contrarias a lo que predicaba la Iglesia sobre el adulterio, el matrimonio, la familia, el pecado, el arrepentimiento y, por añadidura, las alabanzas al amor libre y poner al mismo por encima del matrimonio que se daban, de manera enmascarada y simbólica, en los poemas y canciones de los trovadores, fue una verdadera revolución contra las normas morales de la época, las cuales hacían del matrimonio una dura cadena de llevar y soportar por la prohibición del divorcio… y tal revolución todavía persiste en nuestro mundo… a pesar de la existencia del divorcio… como lo muestra y demuestra la lucha de las mujeres por la igualdad de y entre los géneros, por sus derechos, por su libertad a decidir sobre sus cuerpos…¿qué pensar de todo esto? Ya con esto me despido, quedando sinceramente a sus órdenes. Dr. MAX P. DANTE

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