Beneficios de la lectura

jueves, 25 de abril de 2013 · 21:25
MÉXICO, D.F. (apro).- Pues sí, estimado lector de la presente, servidor es un firme creyente de la necesidad y de las bondades de la lectura. Hijo disfuncional de una de las tantas familias disfuncionales que hay en el mundo, la lectura me ha reconciliado con los de mi propia sangre, ha traído paz a mi espíritu y me ha hecho ver con más optimismo a mis circunstancias. Antes de ponerme a leer en serio (eso fue como hace cuatro meses), servidor era uno de esos hijos desobedientes que abundan más de lo necesario a lo largo y a lo ancho de este planeta. Hijo de familia, nacido, criado y crecido en la actual globalidad, conformada y regenteada principalmente por el agresivo individualismo y la sagrada propiedad, la constante y necesaria competencia para poder sobrevivir, el economicismo (es decir, la ideología y práctica que concede primacía a los factores económicos sobre los hechos históricos de otra índole), rentabilización (o sea, el hacer que toda cosa, animal e incluso criatura humana y hasta las necesidades y deseos de la misma no sean dignas de atención y no se muevan si no producen ninguna utilidad, beneficio o es rentable), reglas todas que a la familia, institución que la propaganda gubernamental y la publicidad privada, en todos los tonos y por todos los medios que tienen a su alcance, que no son pocos, dicen, recomiendan y hasta exigen que hay que mantener a salvo: mientras esas reglas que rigen la globalidad en la que respiramos, día con día torpedean a esa dizque sagrada institución; ¿Digo bien o miento? Estimado lector; más allá de lo que responda, debe saber que como producto de una familia disfuncional, a la que antes de mis 20 minutos de lectura diaria, culpé de mis desgracias por la indiferencia, incomprensión y hasta desamor hacia mi persona comenzando por mis padres, así como por la competencia de mis hermanos por conseguir el mayor beneficio posible de la ventaja que da el ser integrante de un clan familiar de posibles, tanto en lo político, como en lo financiero y la industria, situación que me llevó a un desencanto y una postración de ánimo que, en un momento de debilidad, me hizo pensar en el suicidio, pero de ello me salvó la lectura. ¡Ah!, bendita la hora en la que el guía espiritual del clan familiar, el padre Candela, habló seriamente con servidor y me recomendó que leyera el libro de los libros, seguro de que en él encontraría consuelo a mi miserable existir. ¡Y acertó! Hoy estoy mejor, me siento más dueño de mí mismo y en la actualidad tengo más días de dicha que de desazón o apatía. Bueno, eso es ahora, pues me llevó su tiempo el conseguirlo. Al inicio de mis veinte minutos diarios de lectura, no encontraba sentido a lo de Adán y Eva en el Edén, a la relación entre Abel y Caín, a la vida de los patriarcas, a las decisiones contradictorias de los reyes, pero al fin tuve un relámpago esclarecedor: lo que escribió el maestro Augusto Monterroso: que “las cosas no son tan simples”, que bien se puede pensar que “el hipócrita Abel se hizo matar por su hermano Caín para que éste quedara mal con todo el mundo y no pudiera reponerse jamás”. No me lo puedo explicar, pero el caso es que ese recuerdo me llevó a pensar y con ese pensar y repensar sobre lo que leía yo, no me desorientó ni confundió, ni me asqueó, como anteriormente, el cochinero de relaciones que se dieron en el seno de las sagradas y hasta consagradas familias bíblicas. Terminé comprendiendo que fueron tanto e incluso más disfuncionales de como simplemente lo son tantas de ellas en nuestros días, pues en esas familias bíblicas hubo también lucha de poderes, porfiadas competencias entre sus integrantes, tanta, que llegaban al crimen; en las mismas no faltaron padres que despiadadamente abandonaban a sus hijos en el desierto o estaban dispuestos a degollarlos; se dieron en esas sagradas familias, adúlteros y adúlteras, que llegaron al asesinato con tal de satisfacer su lujuria; familias donde los hijos fueron incestuosos. Para confirmarlo no hay más que recordar la historia de José y sus hermanos, la de Ismael y su medio hermano Isaac, la de las hijas de Lot, que se acostaron con su progenitor, la de Amnón, que violó a su media hermana Tamar o la del sabio Salomón que, como los califas en el imperio turco, asesinó a medios hermanos para que no fueran obstáculos en su derecho al trono. Todos esos hechos me reconciliaron con mi familia, que sin dejar de ser disfuncional, no lo es tanto, por lo que soy más tolerante con todos mis parientes y hasta afectuoso, lo que ha hecho más fácil mi relación con todos y cada uno de ellos. Pero, tengo que admitirlo, hay momentos en que dudo y me pregunto: ¿es correcta mi lectura de la Biblia? Tendré que consultar al padre Candela, no vaya a ser que mi beatitud existencial actual no sea más que un sueño y me pase lo de aquel que, “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, como escribió el maestro Monterroso. Con ese temor y el fervoroso deseo de que así no sea, sinceramente a sus órdenes este hijo desobediente que por el momento más bien es… UN HIJO PRODIGO

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