Celebración para Jorge Domínguez

martes, 30 de abril de 2013 · 14:55
MÉXICO D.F. (apro).- Cuando Jorge Domínguez estudiaba actuación en su natal Monterrey, destacaba por la fuerza de su voz, su trabajo corporal y por ser bien parecido. Tan guapo era que sus amigos se burlaban de él y de otro compañero de escuela que era muy feo; les decían “la agonía y el éxtasis”, parafraseando el nombre de la película del mismo nombre. Domínguez se encuentra ahora celebrando sus cuarenta años como artista de la danza nacional y con ese motivo se llevó al cabo un homenaje en su honor en el Centro Cultural Tijuana (CECUT), el pasado 25 de abril por la noche. Si bien la carrera de Domínguez lo ha llevado por diferentes rumbos que incluyen múltiples actividades relacionadas con la promoción cultural dancística y su gestión administrativa, básicamente él es un bailarín y coreógrafo que logró establecer en su momento ideas distintas para la escena nacional. Innovador e interesado en plasmar conceptos más que anécdotas por el foro, Domínguez logró que su obra fuera utilizada por críticos como el cubano Orlando Taquechel para hacer un ejercicio vital, sobre el uso de la metáfora en el escenario para revelar y entender la danza, sin caer en el costumbrismo, la ilustración y en el peor de los casos, la complacencia que busca el aplauso fácil. El camino de Santiago, ese mítico peregrinar para encontrar la luz del cielo y la luz del interior de uno mismo, consistía en un sencillo ejercicio, un solo interpretado por él mismo en el que un hombre en una diagonal cruzaba su vida para derrumbarse y, tras la noche, volver a empezar una y otra vez su largo camino hacia el perdón y la luz, y, por supuesto, hacia Dios. Creada como la anterior en la década de los años ochenta, Sueños de Teseo en el laberinto también era un solo con un deslumbrante laberinto creado a partir de la luz dibujada en el piso del foro, a cada paso que lograba dar Teseo, el laberinto mutaba para transformarse en otra circunstancia, en otra realidad paralela e irrepetible. Con un vestuario contemporáneo, el montaje no había sido diseñado desde el dibujo del cuerpo en el espacio, sino desde la complejidad de un foro donde cada uno de los elementos como la escenografía, diseño de iluminación, maquillaje y música habían sido concebidos con su propia fuerza dramática más allá de un simplón acompañamiento. Domínguez había entrado ya en aquella época en una sólida carrera como creativo de un proyecto que no buscaba la fama rápida o el impacto pseudo intelectual de quienes consideran que lo inteligible o la ocurrencia son la vanguardia. Al contrario, su investigación incluía utilizar música de autores desconocidos en México, como fue el caso del músico brasileño Egberto Gismonti. Durante esa larga etapa de aciertos creativos hubo obras como Siete Serpiente y Deseos Dorados. Más adelante decidió aventurarse en el camino de la animación cultural e incursionó como Coordinador Nacional de Danza. A él se debe haber logrado concretar en el papel y dentro de la función pública La Red Nacional de Festivales de Danza del INBA que hasta la fecha sigue creciendo y dando cuenta de lo que se hace y no se hace en el país y en el extranjero. Siendo coordinador nacional, las sirenas cantaron a su oído sobre la posibilidad de crear un centro coreográfico en el puerto de Veracruz. Renunció a la burocracia y se aventuró desde cero en un sólido proyecto educativo deslumbrante y factible. En su lectura la descentralización era fundamental para el desarrollo de la danza. Con lo que no contaba era con la mediocridad y el boicot de las autoridades educativas del estado de Veracruz en aquella época, que al cambio de gobierno decidieron que eso de ser artista sólo era bueno si iba en función del carnaval; lo demás era para “jotos”. De nada valieron los resultados en cuanto a público, interés de la gente y sensibilización escolar. Tampoco las denuncias en medios y quejas de carácter legal: a él y otros artistas de otras áreas como el dramaturgo Boris Shoemann los echaron a la calle sin mayor explicación. Al tiempo, Domínguez junto con su esposa y su hija recién nacida emigraron a Tijuana donde él había desarrollado una amplia carrera artística. Empezó de nuevo con los tijuanenses otra etapa de creación, se hizo cargo de un teatro, dirigió el área de danza del CECUT y finalmente, decidió inaugurar un proyecto dancístico en Ensenada. En su largo peregrinar, Domínguez ha pasado de ser un bailarín prófugo del Ballet Nacional de Guillermina Bravo a artista invitado en más de veinte países, es un coreógrafo de gran éxito y posee la posición gubernamental más importante en lo que a danza se refiere. Siempre dispuesto a reiniciar todos los relojes de su vida, su celebración en Tijuana lo dejó pasmado de alegría de saber como él mismo dice: “¡Me siento muy afortunado de tener tantos amigos y fue un momento deslumbrante redescubrir una vez más que maravillosa es la Danza!”.

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